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14 Ene 2025
14 Ene 2025
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Canción de Navidad

El humilde portal en el que José y María tuvieron que pasar aquella noche que cambió el mundo, continúa iluminando a una Humanidad necesitada

Un año más, el cíclico fluir del tiempo nos ha traído de nuevo la Navidad. Un momento de celebración, de fiesta, de reencuentro con los seres queridos, a veces después de largo tiempo de ausencia. Días en los que todos nos deseamos lo mejor, incluso en un país tan cainita y tan dividido como es esta España de los años veinte del siglo XXI. Las ciudades se visten, a veces con exceso, de luces, mientras reviven viejas y entrañables tradiciones. Por las calles se oye el canto de villancicos y los conciertos navideños nos ofrecen la belleza que nuestro decadente y acomplejado Occidente supo crear, sacando lo mejor del espíritu humano.

Es por ello por lo que no se entiende –o quizá sí, demasiado- el aparente papanatismo de quienes quieren diluir las Navidades en unas neutrales “fiestas”. No, no estamos celebrando unas fiestas, así, en general. Estamos celebrando el nacimiento de Jesús de Nazaret, una figura que cambió la Historia, más allá de la diferente percepción que podamos tener de su figura. Unos, los creyentes, lo haremos desde la fe en que aquel niño que nació en Belén, en una cueva, es el Hijo de Dios que vino al mundo para traernos la Salvación; otros lo harán desde el recuerdo de los días felices de la infancia; desde la simpatía por unas celebraciones que nos hablan de paz, de concordia; o desde la convicción de que forman parte del acervo cultural de nuestro país. Habrá gente que no las celebre, que no las desee celebrar, incluso, como Ebenezer Scrooge redivivos, odien la Navidad. Todas las posturas son respetables. Pero lo que no tiene demasiado sentido, si se hace en serio y no por prejuicios ideológicos o mala fe, es este “si, pero no”, de felicitar la Navidad pero sin hacerlo –no hay más que ver la felicitación de la presidente del Congreso de los Diputados-, lo cual, en el fondo, resulta ridículo. O se felicita la Navidad (o el Ramadán, Hanukkah, Diwali…o la fiesta que sea) o no se felicita. No creo que nadie, a pesar de la turra dada hace unos años con ello, celebre el solsticio de invierno (que además no coincide con la Navidad).

Tampoco veo que en días anteriores se hayan celebrado por parte de nostálgicos de Roma las Saturnales, que, no obstante lo que algunos han defendido, nada tienen que ver con la celebración cristiana. Y el manido recurso a la ofensa a otras confesiones –que nunca se enuncian, pero que claramente se refiere al Islam- tampoco se sostiene, en primer lugar porque para los musulmanes piadosos Jesús es el mayor profeta tras Mahoma, y, segundo, que siguiendo ese razonamiento, habría que suprimir otros eventos que sí que ofenden la sensibilidad islámica, como la celebración del Orgullo, algo que aún no se les ha ocurrido a los ínclitos “representantes intelectuales” de nuestro wokismo patrio, aunque no dudo que todo puede llegar. Un ejemplo claro lo veo en mis alumnos musulmanes de la Universidad, quienes me suelen felicitar, con total normalidad, la Navidad, algo que la mayoría, nacidos en España, no ven como problemático.

Más allá de absurdas polémicas, la Navidad es, incluso a pesar de que se haya convertido en un reclamo consumista, un momento para evocar todo un conjunto de tradiciones que nos han ido conformando a lo largo de los siglos como comunidad. Los belenes, que ya antes de que Carlos III trajera el espléndido del Príncipe desde Nápoles, formaban parte de la decoración festiva de estos días, como se puede comprobar en el magnífico elaborado por esa genial artista del Barroco que fue Luisa Roldán, “la Roldana”, conservado en el Museo de Escultura de Valladolid, y en el que, en la cabalgata de los magos incluye un cuarto rey, el de Tarsis, vestido a la moda española del siglo XVI; los villancicos, que, aparte de letras populares muy conocidas, han dado lugar a piezas exquisitas en nuestra literatura; los aguinaldos; las representaciones teatralizadas del nacimiento de Jesús, que están, con la pieza medieval del “Auto de los Reyes Magos” en el origen del teatro español. Pero como la tradición es algo vivo, se ha ido enriqueciendo con nuevos elementos, como los árboles de Navidad, de origen centroeuropeo y que no es sólo ni principalmente un elemento decorativo; en el siglo XVI sabemos que el 24 de diciembre, fiesta popular de Adán y Eva, se levantaba en Alemania un árbol en memoria del árbol del Paraíso, y se decoraba con manzanas, que con el paso del tiempo se han convertido en las multicolores bolas de cristal o plástico. Otra costumbre, que se fundió con la anterior, era construir una pirámide luminosa con motivo de la Navidad, sobre la que se colocaba un cirio encendido; sería en Boston en 1912 cuando empezaría la costumbre de plantar árboles iluminados en los diferentes lugares públicos de la ciudad. Poco a poco, también, se está extendiendo la decoración luminosa de las fachadas y ventanas de las casas, dando a nuestros pueblos y ciudades un tono verdaderamente festivo. Y no van faltando, en las cenas de empresa o en las celebraciones familiares o con amigos, los jerseys de fantasía.

Todo ello, y mucho más, es la mejor manifestación de que la Navidad sigue viva. Tal vez requiera por nuestra parte reflexionar un poco sobre su verdadero sentido, pero sigue siendo para la mayoría un motivo de alegría, y para los niños, un momento de ilusión. El humilde portal en el que José y María tuvieron que pasar aquella noche que cambió el mundo, continúa iluminando a una Humanidad necesitada, quizá como nunca, de paz, alegría, fraternidad.

Les deseo una muy feliz Navidad.

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