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12 Oct 2024
12 Oct 2024
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Cruz de Navajas

La canción Cruz de Navajas de Mecano puede utilizarse como alegoría tras la bochornosa situación que se ha dado en el Congreso de los Diputados permitiéndose la rebaja de condenas a etarras

Quienes vivimos nuestra adolescencia en los años ochenta, aquella época de libertad ahora inimaginable desde la dictadura de lo políticamente correcto y de la insufrible censura de los ofendiditos, no podemos olvidar lo que supuso para nosotros la música de Mecano. Mi primer viaje a Francia se vio acompañado por la melodía de ¿Dónde está el país de las hadas?, aquel disco, por supuesto de vinilo, o su equivalente en casete, con portada rosa y canciones inolvidables, como Barco a Venus, La Fiesta Nacional o El amante de fuego, precedidas por la maravillosa pieza instrumental que daba nombre al álbum.

Luego fueron viniendo otras composiciones que aumentaron la discografía a la par que íbamos creciendo mientras imitábamos incluso en nuestro corte de pelo o en nuestra forma de vestir a los hermanos Cano. Ya maduro, cuando en la radio o en el ordenador vuelvo a escuchar alguna de esas ya clásicas piezas, algo en mí se llena de nostalgia, renace el recuerdo y la evocación de unos años duros pero hermosos, que cincelaron, a veces desgarradoramente, lo que soy ahora.

Una cruz más sobre quienes no la merecen

Estos días me ha venido al corazón una de aquellas canciones tan entrañadas. Pero no ha sido por escucharla, sino por una asociación dolorosa en lo profundo del alma, tal vez porque en mi interior era la más plástica manifestación de algo para lo que quizá no haya suficientes palabras. Cruz de navajas, la historia desgraciada de Mario y María, con su dramático final fruto del amor y del desamor. Sobre todo uno de los versos, pues los textos de Mecano eran verdaderas poesías, aquel que comenzaba “sobre Mario de bruces tres cruces”, en el que se contaba la tergiversación de la causa de su muerte en las noticias. No sé porqué, pero la canción se me vino mientras escuchaba, indignado, avergonzado, humillado y enfadado, lo ocurrido en el Congreso de los Diputados.

Porque sobre la tumba de los asesinados por el terrorismo de ETA se ha vuelto a clavar otra cruz. La de la ignominia, la inmoralidad, la humillación. Lo acontecido el otro día, con una votación que pasará a la historia como una de las más vergonzosas de nuestra democracia, con unos votando a favor conscientemente, por convicción o por necesidad para que el Amo no sea desalojado de su palacio, y los otros, por dejación de sus funciones, por incompetencia y negligencia. Y no basta pedir perdón por el tremendo error, junto a esto es preciso que haya dimisiones y destituciones ejemplares, aunque ya sabemos que el verbo dimitir no se suele conjugar en la desdichada política española. Porque cuando en este ámbito se comenten esos errores de bulto, la disculpa sólo es válida si se acompaña de la dimisión. El problema es que a dónde irían muchos.

Pero más allá de la más que sonrojante actuación de una oposición que ha demostrado por enésima vez su incapacidad para afrontar a uno de los personajes más amorales de la política contemporánea, digno émulo en ello de aquél tahúr profesional que fue Joseph Fouché –vale la pena leer o releer la magnífica biografía que escribió sobre él Stefan Zweig-, con sus trucos de prestidigitador destinados no a desarrollar un proyecto político sino a sobrevivir en el poder, está la indignidad de quienes han avalado, mintiendo una vez más, que asesinos que no han pedido perdón ni se han arrepentido queden en libertad sin cumplir sus condenas íntegras.

Sin líneas rojas ni límites

Ya sé que los intelectuales orgánicos y los periodistas a sueldo han empezado su ponzoñosa campaña para minimizar o mimetizar el alcance de lo aprobado, pero esto es sólo una muestra de la corrupción moral que ha envenenado nuestra sociedad. Pocas veces se ha visto tanta degradación, tanto chapotear en el fango, ese fango que amenaza con ahogarnos y destruir nuestra convivencia. Y todo, una vez más, para que el Emperador desnudo siga luciendo sus aparentes suntuosos ropajes. No, esta vez se han traspasado todos los límites morales, más allá de que hace tiempo que demasiadas líneas rojas han sido cruzadas. No podemos callar ante el pisoteo de las tumbas de tanta gente, entre ellas niños, sólo porque en los cálculos políticos se necesiten  los votos de Bildu.

No deberían callar, los primeros, quienes vieron morir a sus propios compañeros de partido, quienes llevaron a sus hombros los féretros de amigos – ¡ay esa foto que perseguirá siempre a algunos!-. Se ha cumplido el triste vaticinio de Pilar Ruiz Albisu. Se nos ha helado la sangre, nos hemos quedado petrificados ante el deshonor, la indecencia, la amoralidad más absoluta. Un baldón que recae sobre toda la sociedad española, incapaz de honrar la sangre derramada de nuestros conciudadanos. Incapaz de detener esta vorágine de indecencia e inmoralidad que nos va a destruir. Pero un baldón que acompañará para siempre a quienes lo han promovido, a Quien lo ha permitido para no perder lo único que le importa, lo que verdaderamente le obsesiona, seguir en un poder que no entiende como servicio a la res publica sino al propio ego, en narcisista autocontemplación de sí mismo.

Un fallo de la ciudadanía que hiere a la democracia

Hemos fallado como ciudadanía. Necesitamos una catarsis profunda, si queremos seguir siendo una sociedad avanzada y democrática. Son muchas las cosas que hay que transformar. Y no la menor el sistema de listas de los partidos, que conduce a que se llenen de incompetentes paniaguados incapaces de ejercer su libertad como diputados, sumisos a las directrices de los líderes, a los que obedecen sumisamente. Quizá este pozo profundo en el que nos ha sumergido Su Persona pueda ser la oportunidad para una reacción que renueve nuestra democracia. Aunque, sinceramente, no soy nada optimista.

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