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Cuba era un país rico y próspero durante la primera mitad del pasado siglo XX. Sin embargo, tras la llegada del comunismo, en 1959, la isla no sólo se convirtió en una cárcel carente de los derechos y libertades fundamentales del individuo, sino que la abundancia se tornó en escasez y los productos más básicos en bienes de lujo, desde la comida y la luz hasta la vivienda, el transporte, el agua corriente y los medicamentos.
La Cuba próspera fruto del desarrollo de principios del siglo XX.
En concreto, Cuba era uno de los 30 países más desarrollados del mundo antes del triunfo de la Revolución, superando incluso a algunos estados de EEUU y el sur de Europa. Registraba la tercera mayor renta per cápita de América Latina, tan sólo superada por Argentina y Venezuela, junto con la tasa de paro más baja y el mayor porcentaje de PIB destinado a educación.
Entre otros hitos destacables, fue uno de los primeros países del continente en disfrutar de alumbrado eléctrico (1889), ferrocarril (1837), tranvía (1900), automóvil (1900), anestesia (1847), telefonía sin operadora (1906), radio (1922) o televisión en color (1958). También era uno de los mayores productores de azúcar del mundo (más de 5 millones de toneladas al año), poseía una vaca por habitante (6 millones de cabezas de ganado) y registraba el tercer mayor consumo de carne de la región, tras Argentina y Uruguay.
Asimismo, tenía una de las tasas de mortalidad infantil más bajas del continente (33,4 por cada mil nacimientos), uno de los índices de analfabetismo más reducidos (23,6%), el mayor número de médicos per cápita (1 por cada 957 habitantes) y el mayor porcentaje de viviendas con electricidad y baño propio (80%), siendo, además, uno de los países con más automóviles (uno por cada 38 habitantes), líneas férreas, electrodomésticos y receptores de radio.
El comunismo, el verdugo de Cuba.
Todo eso desapareció con el comunismo. Cuba es hoy uno de los países más pobres y reprimidos del mundo. El sector privado brilla por su ausencia y, como resultado, el régimen tiene que importar casi el 80% de los alimentos, incluyendo el azúcar, junto con la energía y la inmensa mayoría de productos básicos. Y como apenas posee divisas, pues poco o nada produce, la dictadura ha sobrevivido durante décadas gracias a las ayudas otorgadas por sus aliados y regímenes afines, desde la antigua Unión Soviética hasta la Venezuela chavista y ahora México, Brasil, Colombia o la Rusia de Putin.
Su primera gran crisis humanitaria llegó en la década de los 90, como consecuencia del colapso de la URSS y el fin de su apoyo financiero. Y la más reciente tuvo lugar durante la pandemia del coronavirus, donde la falta de alimentos, medicinas y electricidad hizo estragos entre la población. La situación llegó a tal gravedad que miles de cubanos salieron a la calle en señal de protesta, a pesar de las duras penas de cárcel que impone el régimen al más mínimo atisbo de disidencia.
Una situación desoladora marcada por la hambruna y la falta de libertad.
La crisis se ha intensificado de nuevo en los últimos meses debido a la guerra de Ucrania y el menor aporte de suministros por parte de Rusia, las nefastas políticas económicas de la dictadura castrista y la caótica situación del sistema eléctrico, incapaz ya de garantizar el suministro de luz. La situación es peor incluso que en los años 90.
Si a la escasez de alimentos y la elevada inflación se suman sueldos que en muchos casos no alcanzan los 10 dólares al mes y apagones que se prolongan durante 20 horas al día en algunas partes del país, la trágica realidad es que Cuba, literalmente, se muere de hambre. Casi el 90% de la población padece pobreza extrema. Y prueba de ello es que, hace apenas dos semanas, el régimen tuvo que solicitar por primera vez ayuda a la ONU para poder alimentar a los niños.
Por eso, precisamente, los cubanos han salido otra vez a las calles exigiendo pan, pero, sobre todo, libertad. Y es que ambas cosas van de la mano. Sin libertad, no hay pan, ni luz ni esperanza. La única solución posible es una Cuba libre.