Estos días están saliendo expertos de hasta debajo de las piedras, expertos en el cambio climático, expertos en Derecho, expertos en gestión de crisis, y así una larga lista. Cabe decir que ahora hace falta muy poco para que te den el carnet de experto en la materia y una vez se tiene se abre vía libre para desarrollar un discurso o, más bien, un relato, porque ahora la configuración de un relato ganador es lo único que importa. El relato ganador no es necesariamente el relato cierto, el relato justo o el relato moralmente ético, pero sí es el que acaba calando entre la población y el que la moviliza, precisamente por eso es el único relato que se busca.
Siempre va a haber personas con muchas ganas de hablar, a pesar de que lo que tienen que decir valga bastante poco. Dentro del grupo de los parlanchines están los que hablan porque la ignorancia les suelta la lengua y quienes hablan por pura malicia, porque sí, hay quien habla y difunde información por el simple hecho de generar miedo y caos. Para mí las razones que mueven a los generadores de caos son incomprensibles, pero alguna deben de tener, quizá no sea más que la satisfacción de tener cierto poder en sus manos. Es cierto que si se siembra el caos con tanta facilidad es porque falta mucha cabeza fría, ni se tiene la paciencia suficiente para leer más allá de un titular ni se cuestiona el origen de la foto que se está compartiendo.
Abundan también las personas que creen poseer una superioridad moral que los habilita para dirigir a los demás y que incluso se atreven a dar lecciones a quienes lo han perdido todo, como son los afectados por la DANA. Se sienten con la potestad de decidir qué ayuda, qué alimentos o qué botella de agua se pueden coger y cuáles no. Ahora bien, no se crean que luego ellos están dispuestos a ayudar, prefieren limitarse a criticar desde la distancia, al igual que gustan de ser solidarios con el dinero de los demás, pero nunca con el suyo propio. Lo que es dado por los demás, especialmente si lleva el apellido de un empresario de éxito, nunca va a ser visto con buenos ojos, o directamente nunca será visto, pues la envidia y el odio les ciegan.
Una vez dicho lo anterior, es hora de ser francos, no todas las opiniones valen lo mismo, y quien crea lo contrario vive o quiere vivir en un engaño, engaño que en buena medida vendrá motivado por ciertas corrientes ideológicas de dudoso valor. Es la simple lógica la que tendría que llevarnos a esa conclusión, no obstante, parece que ahora una opinión puede situarse por encima de un hecho objetivo o de la propia naturaleza.
Cuando digo que no todas las opiniones valen lo mismo estoy también pensando en quién es el autor de la opinión. Es por ello que me vienen a la mente los influencers o creadores de contenido, que es como ellos prefieren denominarse, entiendo que porque les parece un nombre que les confiere algo más de seriedad. Las nuevas formas de comunicación los han colocado en la cresta de la ola y cuando llegan a cierto nivel de popularidad se sienten con la potestad y los conocimientos para hablar de todo. Hay alguno que habla con tan alto nivel de solemnidad que casi he llegado a pensar que sabía de lo que hablaba, aunque lo cierto es que detrás de su aparente seguridad había mucha más mentira que verdad, por no decir simples invenciones.
Algo que defiendo con frecuencia es la libertad de poder expresarse, pero siempre que lo hago es acompañándola de más elementos, como son la responsabilidad y la prudencia. Los propios influencers tendrían que ser más cautos a la hora de hablar, ahora bien, quienes los escuchan también deberían serlo. Un influencer no es una fuente seria ni fiable de información, por mucho que esta nueva modernidad nos quiera hacer creer que sí.