El pasado miércoles, la carismática estrella televisiva Iker Jiménez hizo el siguiente alegato: «A mí no me van a encontrar con la nariz empolvada. Como no me drogo, como no me emborracho, como no me voy de putiferio (…) Con errores y virtudes intento ser decente en mi vida. Eso se ha convertido en una rareza…», compartía con sus millones de seguidores. El director de Horizonte no ha sido el único en dejar caer que las altas esferas españolas llevan existencias tirando a degeneradas. «A ver si te crees que el único que consume cocaína en el Congreso es Iñigo Errejón», contaba Ramón Espinar en una tertulia televisiva, hace pocas semanas.
Al contrario que en otros países, en España ningún gran medio de comunicación ha hecho la prueba de pasar un papelito por los baños del Congreso, de la Bolsa y de algún plato de televisión. Primero porque no somos un país puritano, algo que debemos celebrar, luego porque es dudoso que políticos, empresarios y celebridades hagan peor su trabajo cuando están puestos de lo que sea. Otro factor relevante es que quien escupe hacia el cielo puede acabar con el proyectil en su boca. Vivimos en un sistema que te obliga a estar siempre alegre, en forma y dispuesto a trabajar, así que lo extraño sería que los ricos renunciasen a sustancias que fomentan este tipo de comportamientos (hoy drogarse no supone una transgresión, sino un rito de obediencia, al menos en un gran número de casos). No siempre se toma cocaína para pasarlo bomba o tener más brillo que los demás, sino también para aguantar el ritmo que impone el capitalismo tardío, seas camionero autónomo o directivo de una empresa del Ibex35.
Un caso revelador es el de Elon Musk con la ketamina, un analgésico disociativo, usado para tranquilizar animales, cuyo consumo puso de los nervios a muchos accionistas de Tesla. Con su estilo cáustico habitual, el magnate contestó que debería preocuparles si dejase de tomar esta droga porque mientras lo hacía subió el valor de las acciones de sus empresas (añadió que sus ingestas eran muy medidas, bajo supervisión médica). Políticos, artistas y empresarios utilizan las drogas cada vez más para trabajar, además de cuando se van de fiesta. En Silicon Valley también se ingieren micropuntos de LSD –como hace Musk– para ser más creativo en el trabajo en equipo.
Es mala señal que estemos más pendientes de denunciar los excesos de las élites que de comprender los motivos del creciente consumo de drogas en nuestras sociedades. Hace unos años moría el filósofo Antonio Escohotado, el mayor experto español en drogas, pero ninguno de sus discípulos ha recogido su papel divulgador sobre estupefacientes. Podría hacerlo el profesor Juan Carlos Usó, pero los medios de comunicación no están por la labor, como confirma el hecho de que el excelente divulgador Doctor X realice su trabajo de manera más underground. Hoy las drogas son más populares que nunca, pero apenas hay información visible a nuestro alcance. Una civilización sofisticada no debería usar las sustancias psicoactivas para amenazar a sus élites, sino para expandir las posibilidades lúdicas, perceptivas y analíticas de todos los ciudadanos. Pero seguimos muy lejos de eso.
Las drogas no van a evaporarse, son consustanciales a cualquier sociedad humana avanzada. Hoy las élites las consumen más que nunca. Y el poder las receta cuando le conviene. El ejercito de Estados Unidos suministró MDMA, una prótesis química que fomenta la felicidad y la empatía, a los soldados que volvían de la ocupación de Iraq con estrés postraumático, mientras que las milicias israelíes hacen lo propio con los jóvenes que terminan deprimidos tras los cinco años de servicio militar obligatorio. Cuando llegó la crisis de 2008, con sus recortes y sus despidos, lo primero que hizo el gobierno británico fue declarar gratuitos los tratamientos de salud mental en su Seguridad Social, con sus correspondientes psicofármacos (una forma como cualquier otra de acolchar la conflictividad laboral). Cada día estamos un poco más cerca de Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, y su soma para todos, una especie de prozack domesticador.
El gobierno de Ayuso financia ahora mismo una campaña contra los porros, presunta droga blanda con efectos más nocivos de lo que se asume dentro de la cultural popular. Hace tres años, en cambio, prometía una Segunda Movida –como una segunda venida del señor- que reverdeciese viejos laureles en Madrid. Recordemos que el momento culminante de aquella época fue el discurso del venerable alcalde socialista, Enrique Tierno Galván, exhortando a la juventud de 1984 a pillar un buen ciego: “Rockeros, quien no esté colocado, que se coloque… y ¡al loro!” El problema es que hay que escoger entre proclamas populistas –sean a favor o en contra de los psiconautas–, o información accesible para que cada uno decida su veneno y su dosis.