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11 Dic 2024
11 Dic 2024
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Felipe VI y Moctezuma

Entre la desolación y el desconsuelo, nuestro Rey no ha huido, ha aguantado firme, demostrando con sus hechos, al margen de las palabras huecas, que es el Jefe del Estado.

“Olía la muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo”.

La cita pertenece a un estremecedor cuento del escritor argentino Julio Cortazar, “La noche boca arriba”, ambientado en las guerras floridas de los aztecas. Como es sabido, los sacerdotes de ese pueblo precolombino ofrendaban a sus dioses sacrificios humanos, arrancándoles a las víctimas en vivo el corazón en orgías asesinas que nada tienen que envidiar a los productos más espeluznantes del cine gore. El extracto transcrito reproduce ese instante, un momento de terror absoluto, cuando, yaciente sobre el altar, el protagonista sabe que todo está perdido, que ya no hay nada que hacer.

 Sorprende que Hernán Cortes, con un exiguo puñado de soldados, lograse derrotar a los miles de feroces guerreros del imperio mexica, a cuyo frente se hallaba Moctezuma, vencedor de innumerables batallas. Según algunos historiadores, tan impredecible éxito se debió a la ayuda de los propios amerindios, naciones vecinas que se unieron a las huestes españolas por pura supervivencia, para escapar de una locura genocida que sometía a sus gentes a delirantes ceremonias de destrucción colectiva. Lo curioso del caso es, según narran testigos de la época, que fueron sus propios súbditos quienes le dieron muerte, cuando, asomado al balcón de su palacio, lo descalabró una piedra lanzada por unas turbas enloquecidas que lo hacían responsable de los males de su reino. Al margen de cuál sea la consideración que nos merezca al personaje, no le negaremos el coraje al emperador azteca.

En efecto, permanecer ante una multitud indignada encierra riesgos. Lo sabe bien don Felipe VI, rey de España, cuando se vio rodeado hace unos días en la localidad valenciana de Paiporta. Las gentes, que lo habían perdido todo en una devastadora riada que se llevó la vida de cientos de vecinos en noviembre de este año 2024, clamaban ante la imprevisión y el abandono de las autoridades. El monarca y doña Leticia, la reina, no solo fueron blanco de ataques verbales, sino que les lanzaron pellas de barro, como se evidencia en las imágenes donde se aprecian las visibles manchas que les dejaron. ¿Llegó a estar comprometida su integridad física? Quiero creer que no, porque somos de talante pacífico. Eso sí, no cabe descartar que, en medio de la confusión, roto el protocolo de seguridad, hubiese sobrevenido algún imprevisto irremediable. De hecho, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abandonó a toda prisa el lugar, dejando a la Corona como única representante del poder central. Fueron muchos los que en redes sociales contrapusieron la valentía del Rey a la cobardía de su primer ministro. ¿Injusto? Tal vez, pero esa es la impresión que ha grabado en la retina de los españoles.

“Quienes llegan a ser príncipes gracias al favor del pueblo deben siempre guardar buenas relaciones con él, cosa que les resultará fácil, porque lo único que les piden es no ser oprimidos”. La frase, atribuida al filósofo italiano Nicolás Maquiavelo, es una de las que más circula en Internet. Su famosísima obra, “El príncipe”, constituye el epígono renacentista de un género medieval, el speculum principis (“espejo de gobernantes”), cuya finalidad era aconsejar a los mandatarios para que se condujesen con equidad, evitando la arbitrariedad. Aquí, en cambio, más que piadosos sermones, encontramos astucias para mantenerse en el trono a toda costa; o al menos es así como lo han interpretado sus críticos, entre los que se encontraba el mismísimo rey Federico Guillermo de Prusia, que siglos después escribió de su puño y letra una réplica, “El antimaquiavelo”, con la que aspiraba a enseñar que los dirigentes deben también respetar los principios morales básicos.

Dejando la discusión a un lado, lo cierto y verdad es que obras son amores y no buenas razones, por lo que, más que una biblioteca entera de tratados doctrinales, la conducta de don Felipe, con su arrojo y serenidad, vale como ejemplo para explicar cómo hay que comportarse en una situación de crisis. A Moctezuma, que fue víctima de las iras de los suyos, bien le habría venido leer a Maquiavelo. ¿Y al presidente del Gobierno español? Bueno, algunos piensan que ya lo hace.

Más allá de este triste suceso, hemos aprendido una lección de Derecho constitucional. En una monarquía parlamentaria como la española, el Rey no es un mero títere en manos del Gobierno. Es cierto que la Corona carece de facultades para dictar actos jurídicamente vinculantes, a diferencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Pero eso no equivale a que sea un ornamento superfluo, reducido al papel de mera bandera parlante que ondea según el aire de su respectivo primer ministro. El Rey es titular de un poder moderador que se manifiesta mediante gestos que, en ocasiones, contrastan con la actuación de otras instituciones públicas. No tiene potestad para obligar a nadie a hacer nada, pero sí que influye en la política de su país; a veces de manera decisiva, como en 2017, cuando su discurso puso en su sitio a los independentistas catalanes que se empecinaban en saltarse por las bravas la Ley. No es de extrañar que los enemigos del régimen democrático lo quieran bien lejos, pues su mera presencia es garantía del mantenimiento del orden constitucional.

Querido lector, para ti, en la España actual, ¿Quién es Maquiavelo y quién es Antimaquiavelo? Yo no lo sé, pero sí que sé que los españoles no estamos solos, que entre la desolación y el desconsuelo, nuestro Rey no ha huido, ha aguantado firme, demostrando con sus hechos, al margen de las palabras huecas, que es el Jefe del Estado.

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