“Los que dicen que son apolíticos es porque son de derechas”.
Muchas las veces he oído esa frase. Aplicada a la justicia es muy inquietante, ya que la mayoría de nuestros jueces aseguran dejar la ideología personal a un lado cuando dictan sus sentencias. ¿Descarado ejercicio de hipocresía?
Imaginemos que dos parroquianos conversan en un café de los más variados temas. Uno de ellos sostiene que ese día lloverá; el otro, lo contrario. Tal vez se pongan de acuerdo, tal vez no. Otra cosa sería si hablasen de política. Si uno es de derechas y el otro de izquierdas, cuesta trabajo imaginar que alguno de ellos diga: “me has convencido, me paso a tu bando”. Las ideologías son barrotes mentales, encadenan nuestro criterio. Lo preocupante es la rigidez, la esclerosis propia del pensamiento ideológico. Y eso en un juez es muy grave, puesto que su mirada ha de ser limpia, sin cargar la balanza de un lado o de otro. Si sus prejuicios condicionan el fallo, los litigantes quedan indefensos, a merced de los gustos o disgustos de un señor vestido de negro, muy solemne, eso sí, pero que baraja cartas marcadas de rojo o azul. Por eso es esencial que haga un esfuerzo para distanciarse, antes de nada, de sí mismo, puesto que su ego es el principal enemigo de la justicia. No digo que sea fácil, ni siquiera que lo vaya a conseguir, pero su deber es intentarlo.
Entonces, ¿por qué acusan a los jueces apolíticos de ser fachas? Aquí hay un error conceptual, no es lo mismo “derechista” que “conservador”. El juez debe “conservar” el sistema, ya que ha jurado aplicar sus leyes. A veces lo que conserva son instituciones jurídicas progresistas, como el derecho de huelga; otras, más tradicionales, como el derecho de propiedad. En cualquier caso, lo suyo es acatar el ordenamiento jurídico. No es de extrañar que, muy a menudo, los que reprochan a los jueces su asepsia ideológica quieran acabar con el régimen, hacer la revolución por las bravas. Pues que se vayan olvidando, no contarán con sus señorías para dinamitar el orden constitucional. Ojo, los magistrados no se sumarán a la revolución, pero tampoco a la “reacción”. Los nostálgicos de tiempos autoritarios saben que los tribunales de la España actual son firmes baluartes contra las intentonas involucionistas.
¿Y qué decir de esa caterva de políticos togados que se desgañitan vendiendo los parabienes de un Poder Judicial ideológicamente comprometido? De todo hay, algunos de ellos lo dirán por sincera convicción. Otros, en cambio, son simples arrastratogas que mendigan un carguito, por lo que no dudan en grabarse en la piel la marca de la ganadería en cuyos prados anhelan pastar. Ahora que se avecina una avalancha de nombramientos por el Consejo General del Poder Judicial, al haber expirado su interinidad, nos encontraremos con lo peor y lo mejor de la condición humana. Para lo mejor, recordemos al juez Marchena, que no saboreó la manzana que le brindaba la serpiente política. Para lo peor, bueno, mejor callar y mirar…