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30 Oct 2024
30 Oct 2024
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La automoción se desangra

La UE se ha pegado un tiro en el pie y ahora la automoción se suma al listado de sectores que se desangran por culpa de sus perjudiciales políticas

El sector de la automoción empieza ahora a sufrir las consecuencias de las nefastas políticas aprobadas en los últimos años por la muy verde y sostenible UE. La Comisión Europea, con Úrsula von der Leyen al frente, se ha convertido en una máquina bien engrasada a la hora de destruir riqueza y restar competitividad, ya que se ha dedicado a sacrificar empresas, empleos e innovación con la excusa del cambio climático, lo cual, además de ser un dislate, supone un auténtico suicidio desde el punto de vista económico.

Volkswagen acaba de anunciar que prevé cerrar, al menos, tres de sus diez fábricas en Alemania y reducir el tamaño del resto, lo que implicará un sustancial recorte de plantilla. Es la primera vez que la otrora potente industria automovilística alemana sufre un ajuste semejante en décadas. Esta marca cuenta con cerca de 120.000 trabajadores tan sólo en Alemania y no será la única en realizar ajustes. Según la patronal germana, este sector podría perder unos 140.000 empleos hasta 2035 con respecto a 2019, justo antes de la pandemia, casi el 15% del total.

Y la razón de semejante reestructuración no es otra que la absurda prohibición de vender coches de combustión a partir de 2035 que decretó Bruselas, con el fin de reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera. Absurda porque se trata de una imposición política, adoptada de forma arbitraria y caprichosa por un grupo de burócratas interesados en rascar votos con la moda ecolojeta, no de un cambio de tendencia por parte de los consumidores. Absurda porque se hace con el argumento de evitar o, al menos, atenuar un supuesto apocalipsis climático que tan sólo existe en la mente de un puñado de sectarios y de falsos profetas. Y absurda porque, aunque finalmente se imponga esta prohibición, su impacto real sobre la reducción de gases será marginal y, por tanto, despreciable desde el punto de vista medioambiental. Es decir, que no servirá de nada.

Por su parte, los fabricantes europeos se verán obligados a reducir empleos y cerrar fábricas porque la venta de eléctricos es, hoy por hoy, muy inferior al de vehículos de combustión. Además, según los últimos datos disponibles, la comercialización de este tipo de automóviles está perdiendo fuerza, con lo que difícilmente se alcanzarán las cifras de ventas estimadas a medio y largo plazo.

Pero es que, además, hay un problema añadido y es que esta prohibición ha paralizado de golpe la inversión e innovación en los motores de combustión. No en vano, para qué invertir si la UE va a prohibir su venta. Y esto ha hecho que fabricantes de otras zonas del mundo, especialmente Asia, estén superando a las marcas europeas tanto en precio como en competitividad, ganando así cuota de mercado a su costa.

Sin embargo, lo más triste y surrealista de todo es que, lejos de corregir esta desnortada deriva, los eurócratas se mantiene de brazos cruzados y echan la culpa de sus errores a la competencia de China, desatando una guerra comercial mediante aranceles que tan sólo traerá más pérdidas para todos: para las empresas europeas que fabrican e importan bienes y materiales a China; para los consumidores, que pagarán mucho más por los coches procedentes del gigante asiático; y para los exportadores europeos, que serán sancionados con restricciones y aranceles más altos para vender en China. La UE se ha pegado un tiro en el pie y ahora la automoción se suma al listado de sectores que se desangran por culpa de sus perjudiciales políticas. Los errores, tarde o tempano, se pagan.

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