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13 Dic 2024
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La Fuga de Varennes

la fuga de Paiporta”, como la de Varennes, creo que ha sellado su destino. Porque un presidente que huye de su pueblo, ya ha dejado de serlo
Sánchez en Valencia

La noche del 20 de junio de 1791, tras cumplir con el protocolo regio de la cena y la posterior despedida de los servidores, el rey Luis XVI de Francia, junto con su esposa María Antonieta y sus  hijos, llegados a sus aposentos cambiaron las lujosas vestiduras por otras más sencillas, que les permitieran parecer simples burgueses. Apenas pasada la media noche, individualmente, abandonaron el palacio de las Tullerías, en pleno centro de París, y ocuparon un pequeño carruaje que les esperaba. Su objetivo era alcanzar la fortaleza de Montmédy, bastión realista donde se pondrían a salvo. Tras lograr salir de París, realizaron diferentes cambios de coches, con la finalidad de ir despistando a sus posibles perseguidores, si bien su huída no fue descubierta hasta las 7 de la mañana, difundiéndose pronto la noticia por la capital. Durante el día 21 los fugitivos pudieron continuar su camino, aunque el rey fue reconocido en varios pueblos. A las once menos diez de la noche arribaron a la población de Varennes-en-Argonne; alertado el alcalde, hizo llevar a su casa al monarca y sus acompañantes, tras obligarles a abandonar el carruaje. Un juez, que había vivido bastante tiempo en Versalles fue llamado para reconocer al rey. Llegadas las tropas enviadas desde París por el marqués de La Fayette a las 9 de la mañana del día 22, Luis Capeto, como le llamaban los revolucionarios, fue obligado a regresar, con la familia real, a la capital, donde fueron recibidos con gran hostilidad por el pueblo.

El fracaso de la huida selló el destino de la monarquía francesa. La impopularidad de los reyes, que se cebaba especialmente en María Antonieta, condujo a la caída de la monarquía el 10 de agosto del siguiente año, y culminó con las ejecuciones de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, y de la reina el 16 de octubre de ese mismo año. El pequeño Delfín, Luis Carlos, reconocido como Luis XVII, moriría en la prisión del Temple dos años más tarde.

Estos días hemos sido testigos de otra huída que, sin duda, también pasará a la historia. Aunque esta vez no ha sido protagonizada por un monarca –en nuestro caso, el rey Felipe VI demostró su valía personal y su saber ser Jefe del Estado, permaneciendo en su puesto y calmando, en una curiosa actualización de sus antepasados taumaturgos los soberanos franceses, a la gente indignada por la desastrosa actuación de los poderes públicos- sino por el presidente del Gobierno, quien, objeto principal de la ira popular, apenas comenzaron los incidentes huyó de un modo vergonzoso, tanto por la falta de gallardía ante los abucheos de los vecinos de Paiporta, como por su cobarde abandono del rey. Una huída que los voceros del régimen han tratado después de justificar, pues según la versión oficial habría sido objeto de un atentado de la ultraderecha, de modo que hubo que detener, en un despliegue policial inusitado e insultante frente a la lentitud de envío del Ejército y de otros medios a la zona, a los supuestos nazis, que finalmente resultaron no serlo.

En medio del drama, cuyos responsables, tanto autonómicos como nacionales deberían dimitir, ya sea el presidente Carlos Mazón, algunas de sus consejeras, la presidenta de la AEMET, el responsable de la Confederación Hidrográfica del Júcar, varios ministros y el propio presidente del Gobierno, la huída de éste invita a una reflexión especial. No soy optimista en cuanto a las dimisiones, en España nos hemos acostumbrado a que no pasen factura hechos gravísimos, cuando en otros países de nuestro entorno hechos en apariencia más nimios conllevan caída de gobernantes. Quizá, para salvar los papeles, el PP acabará obligando a Mazón a dimitir, pero en el caso del gobierno nacional, enrocado en el poder a toda costa, lo dudo mucho. Sin embargo, la huída de Paiporta puede sellar la carrera política del presidente, pues ha demostrado de una manera palmaria que no es digno del cargo que desempeña, fruto no de la voluntad popular sino de las alianzas y tejemanejes que han convertido a nuestro país en una almoneda en la que se vende el Estado a sus principales enemigos a cambio de prorrogar un poco más su agónica presidencia.

Pocas veces se ha visto, en la reciente historia de España, un hecho más humillante para un gobernante como lo ocurrido en Paiporta. Es verdad que el rey, en algunos momentos, ha debido de soportar, especialmente por parte de nacionalistas, insultos, ultrajes y humillaciones. Pero consciente de la dignidad del cargo, los ha afrontado con templanza, mostrando un verdadero saber estar. Pero lo del fugitivo de Paiporta es totalmente distinto; no se trata de un rechazo político desde una posición ideológica contraria, sino de un furor popular que expresaba la repugnancia cada vez más generalizada ante un personaje que poco a poco, fuera del círculo de palmeros y turiferarios, va alcanzando, en la sociedad española, niveles de verdadero odio. No hay más que estar atento a conversaciones sobre él. Pocas veces creo que un político ha generado tales sentimientos entre un sector amplio de los ciudadanos. Una antipatía cada vez más extendida, fruto de un personaje que rebosa ambición, amoralidad, falta de escrúpulos; carente de la más mínima empatía hacia los otros – el “si necesita más recursos, que los pida” recuerda a aquel “si no tienen pan, que coman pasteles”, atribuido, sin demasiadas pruebas, a María Antonieta-, narcisista patológico que ha hecho del poder un fin absoluto, al que ha supeditado a la nación, a la sociedad, a su propio partido. Sólo cuando hayan pasado largos años y tengamos la suficiente perspectiva, seremos conscientes del daño que ha hecho a todas las instituciones, totalmente desprestigiadas por el uso sectario, comenzando por su partido y alcanzando al Tribunal Constitucional, al CIS, al Banco de España, entre otras muchas.

Pero “la fuga de Paiporta”, como la de Varennes, creo que ha sellado su destino. Porque un presidente que huye de su pueblo, ya ha dejado de serlo.

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