Hoy, 14 de abril, es, como bien sabe el lector, día de efeméride. Y es que hace 93 años llegaba a España la II República. Por el título de este artículo, más de uno pensará que este humilde autor viene a añorar el régimen caído. Sin embargo, la finalidad de este artículo no es esa, sino darle al republicanismo un espejo al que mirar para no cometer errores pasados.
Echando la vista atrás, en primer lugar, debemos observar cómo se proclamó la II República y cómo debería proclamarse. La II República se proclamó tras unas elecciones municipales donde, si bien es cierto que no quedó claro quién ganó, las candidaturas republicanas arrasaron en las ciudades, ganando los monárquicos en un, bastante caciquil, campo, lo que forzó a Alfonso XIII a exiliarse. Es decir, la República, al contrario de cómo debería, no se proclamó con un amplio consenso acompañado de una reforma de la Constitución de 1876, sino tras unas municipales de dudoso resultado.
Esta falta de consenso, aunque en sus orígenes, en la legislatura constituyente, se aliviará al estar incluidos Maura y Alcalá-Zamora, republicanos de derechas, en el gobierno; sería lo que marcaría el periodo republicano y lo que a la postre propiciaría su caída.
Y es que la II República asistió desde su fundación a un proceso de polarización política, no siendo los Besteiros, Azañas o Mauras los que llevaron el Régimen, sino los Largos Caballeros, los Negrines o una CEDA, que, si bien era accidentalista, nunca llegó a tragar la Constitución Republicana. En síntesis, no fueron los republicanos moderados, de un lado u otro, sino los revolucionarios de izquierdas o las derechas antirrepublicanas quienes llevaron el rumbo del país y tuvieron, en las distintas etapas, secuestrada a la República.
Esta polarización propició que en solo 5 años de efímera República se sucedieran un sinfín de intentonas golpistas (Sanjurjada, Golpe de Estado de Octubre del ‘34 y Declaración de la República Catalana) lo cual, junto con el pucherazo perpetrado por las izquierdas en el ‘36, creó el caldo de cultivo perfecto para que se produjera la Guerra Civil.
Dos sistemas en los que fijarse
Habiendo visto ya que los principales errores de la II República fueron la polarización y la falta de consenso, cuya traducción fue la falta de estabilidad, toca idear soluciones si se pretende llevar correctamente a la práctica el modelo. Para encontrar estas soluciones, debemos retrotraernos a las dos épocas de la historia de nuestro país, donde existiendo un régimen de libertades, el cual es lo que en último punto debe salvaguardar la República, en las que mayor estabilidad ha habido. Hablamos del canovismo y del Régimen del ‘78.
Estos sistemas, aunque en el primero la sombra del caciquismo rondara cada elección, tienen en común la existencia de dos partidos con vocación de representar al conjunto de la nación: uno de centro-izquierda y otro de centro-derecha. Y es que la República nunca ha tenido como elemento soberano al pueblo, a la masa, por ello, para evitar la tiranía de la mayoría, su soberanía debe ser nacional, entendiendo la nación como sujeto de unidad política, y nunca popular.
Estos partidos, a pesar de sus diferencias, se caracterizan por tener diversos pactos, que permiten la estabilidad del Estado, y por la alternancia turnista pacífica en el poder. Fuera de nuestras fronteras, el ejemplo más claro de República lo encontramos en los Estados Unidos. Allí dos partidos, el Demócrata (Izquierda Liberal) y el Republicano (Derecha Liberal), llevan más de 150 años alternándose en el poder, gracias, en parte, un sistema electoral, poco democrático que, de facto, impide la entrada de terceras fuerzas políticas.
Y qué hay de malo en ello: absolutamente nada. Ambos partidos son fieles guardianes frente al uno (tirano), los pocos (oligarquía) o los muchos (democracia) de un régimen de libertades consagrado en la Constitución, la cual también da estabilidad al país, lo que permite que los Estados Unidos, a pesar de sus carencias democráticas, sean un faro de libertad, paz y prosperidad, a la cual debería haber mirado nuestra Segunda República. La República que no fue, la República que debió ser.
¡Salud y República!