Recientemente terminé de leer 1984, un libro de George Orwell, libro que ahora recomiendo encarecidamente leer, aunque no siempre he pensado así. Esta no ha sido la primera vez que tenía 1984 en mis manos, estando todavía en el colegio fue un libro que me obligaron a leer. Por aquel entonces fue bastante escaso, por no decir nulo, el valor que le di, ni siquiera fui capaz de leerlo entero, simplemente algunos trozos. Tampoco es que los profesores obligaran a leer un libro a alguien que odiaba leer, en absoluto, desde muy pequeña se despertó en mí el hábito por la lectura, pero solo respecto a los libros que yo escogía. Si el libro no despertó interés en alguien a quien sí gustaba leer, imaginen la reacción de alguien que ni siquiera tenía esa base.
El hecho de obligar o no a leer en los colegios es un tema que me ha generado cierto conflicto interno. Una parte de mí pensaba que hay ciertas obras que es imprescindible leer, su valor es demasiado alto como para dejarlo pasar, y algunas personas jamás sabrían de ellas si no es mediante su obligatoria lectura, ¿pueden creer que algunos niños no conocen como empieza El Quijote? Pero otra parte de mí no terminaba de ver que la obligatoriedad fuera la solución al problema, pues aquello que se hace de forma obligada rara vez es motivo de gusto. Al final, siguiendo mi experiencia personal, que se ve bien representada con el ejemplo del libro 1984, me he decantado por pensar que no debe obligarse a leer ningún libro en el colegio y me atrevería a añadir que tampoco en la Universidad. Porque en la obligatoriedad de la lectura es mucho más probable que nazca el rechazo al gusto, y es una auténtica pena que no se desarrolle el gusto por la lectura. Por supuesto, habrá excepciones, siempre las hay, pero no es motivo suficiente para defender la obligatoriedad de la lectura.
Hay quien nace curioso e inquieto de conocimiento y quien se hace curioso con el paso del tiempo, por sí mismo o porque alguien le ayuda a serlo. Estoy convencida de que no es en la obligatoriedad de la lectura donde está la respuesta, sino en la creación de una expectativa, porque los libros hay que saber venderlos, no nos engañemos, hay que saber despertar al espíritu lector. Hay que hablar sobre los autores y sus libros, darlos a conocer y a raíz de eso despertar la curiosidad entre el alumnado. Claro que no todos picarán el anzuelo, no todo el mundo está dispuesto a leer, y tristemente no serán conscientes de la pérdida que eso les supone. Pero lo mismo ocurrirá si se impone la lectura obligatoria, Internet está plagado de resúmenes y vídeos a los que pueden recurrir para evitar leer, quien no quiere leer siempre encontrará la manera de no hacerlo. Quien sí pique el anzuelo será porque de verdad quiere hacerlo, será fruto de una decisión individual libremente adoptada, lo que creo que dará lugar a resultados mucho más satisfactorios. Nunca será lo mismo leer un libro porque va a ser objeto de examen, que leer un libro por placer.
En mi caso, este año he tenido la suerte de dar con un profesor que sí me invita a querer leer ,lamento que dar con un profesor que propicia estas situaciones sea la excepción y no la regla. Otra cuestión clave es la de entender que los intereses cambian y van madurando conforme crecemos, las inquietudes que puede tener un alumno universitario no son las mismas que las de un alumno de secundaria, por lo que también hay que saber medir bien los tiempos. Esto lo digo porque, aunque sea raro encontrarlos, no es la primera vez que me imparte clase un profesor que enfoca su enseñanza en animar a la lectura y en despertar la curiosidad de su alumnado. Con cierto pesar reconozco que en su momento no lo supe valorar, y no fue porque no quisiera, sino porque en ese momento mis preocupaciones e inquietudes eran muy distintas a las que son ahora. Solo me queda animarles a leer, encuentren el libro que les haga iniciarse en el mundo de la lectura, y ojalá ser quien despierte su espíritu lector.