Jordi Evole con Morad
La última columna de Jordi Évole en La Vanguardia, que se titula «Mi agria polémica con…”, resulta chirriante. Primero por el obsceno nivel de autobombo: dedica el texto a comentar las reacciones al tráiler de la próxima temporada de su programa, Lo de Évole. Presume de que él es un productor de mente abierta y por eso decidió contar con la estrella pop Mario Vaquerizo, a pesar de ser alguien cercano a Isabel Díaz Ayuso, símbolo del Madrid más neoliberal. Évole lamenta que se hayan cavado estas trincheras políticas tan profundas cuando él es quien lleva años sin soltar la pala. Intentaré explicarlo con ejemplos.
Cuando Salvados entrevistó a Macarena Olona en 2023, Évole mandó grabar imágenes de una limpiadora trabajando en el espacio que había ocupado la abogada, para simbolizar que por donde pasa alguien que ha estado vinculado a Vox hay que desinfectar. Su actitud contra la derecha siempre ha sido militante, más propia de un Michael Moore de Podemos que de un periodista interesado en hallar el terreno común entre distintas visiones políticas. La mirada de sus programas siempre ha estado marcada por el paradigma ‘progre’, hasta el punto de que en 2015 llegó a denunciar que se pusiera una rojigualda en en TVE durante el 12 de octubre. “¿Quién fue el lumbreras que decidió poner una bandera en el canal público infantil? Dejen a los niños en paz”, escribió en Twitter. De la catalana o la del arcoíris no se le ha visto quejarse nunca.
Otro de sus programas más irritantes, que tuvo duración doble, lo dedicó a ridiculizar a Miguel Bosé por su escepticismo con la pandemia de coronavirus. Quizá sería bonito que, para deshacer trincheras, volviera a sentarse con el cantante a comentar el reciente informe de 520 páginas, publicado por el Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, que concluye que el virus se originó en un laboratorio de China, que gran parte de las medidas de distancia social impuestas a la población fueron arbitrarias y que hubo aspectos de las campañas de vacunación «atentaron contra las libertades individuales y no respetaron la inmunidad natural de quienes ya habían superado la enfermedad».
Por último, recordaré el episodio que le dedicó al joven rapero hispanoargelino Morad, en el que se desplazó hasta su barrio —La Florida, Hospitalet— para hacer una loa de su figura. Morad es conocido por sus himnos en favor macarrismo y la delicuencia callejera. Mientras Évole le entrevistaba, las páginas de Facebook sobre asuntos del barrio echaban pestes del comportamiento de Morad y sus amigos. No se incluyó en el programa ninguna voz que cuestionase al artista. Al final, lo que no entiende Évole –o no quiere entender– es que casi todos sus programas son una larga y honda trinchera, donde lo progresista es protegido y lo antiprogresista ametrallado. Esta es una posición legítima, pero queda muy ridículo que quien la ejerce vaya luego por ahí dando lecciones de concordia política.