El Puerto Martina Baar, en la playa de Mera, en Oleiros (A Coruña) / EPE
Parece ser que, de un tiempo a esta parte y con especial concurrencia en ciertos lugares y fechas estivales, que todos los tontolahaba de España son de Madrid. Pero no de la Comunidad, ojo. De Chinchón, Alcalá de Henares, Parla o Guadarrama. De Madrid Madrid. Casi diría que de dentro de la M-30. Gentuza sobrada y prepotente que hablan como salidos de una zarzuela del maestro Chapí o una revista de Colsada, y que viajan con el DNI a la vista mostrando el empadronamiento capitalino, van vistiendo fachaleco (aunque haga una torraera que te frían las cangrejeras que calzan en el asfalto), y diciendo a la primera de cambio que «eggque esto en Madriz…», demostrando sin hacer falta de un Poirot o un Holmes, que es evidente que son más madrileños que el Canal de Isabel II, de cuya agua van hablando todo el rato despreciando cuanta botella les presenten, ya sea de Mondariz, Lanjarón o Vichy catalán. Expertos en pescados y mariscos «eggque el mejor pescado es el de Madriz», y que pueden llegar a discutirle a una pescadera gallega que eso que le muestra como rodaballo, en Madrid le llamamos besugo. De toda la vida. ¡Anda que no!
Los coches de Madrid llevan todavía en las matrículas la M representativa, porque pa eso son más chulos que un ocho, y no se ponen más letras porque quieren dejar muy claro allá donde vayan, que sus coches aparcan donde les peta, pues en la capital se dejan los coches según se llega al sitio haya un vado, tercera fila, o suban las mareas. Porque en Madrid tenemos hasta una Carretera de la Playa (sic), o sea que sabremos nosotros diferenciar el Mediterráneo del Cantábrico. Los madrileños que abarrotan y masifican todo el litoral español (porque como son mesetarios, en llegando el verano quieren ver si eso del mar es más grande y bonito que el pantano de San Juan, que lo dudan, o que el propio Lago de la Casa de Campo, que tié chorrito y todo en medio pa fardar más), convierten los 8.000 km de costa en un infierno donde hacen sufrir a los vecinos de esas localidades, la subida de los precios que han hecho otros locales, para que se jodan los invasores y paguen las paellas, los pescaítos fritos y el mariggco (los de Madriz lo pronuncian así) para luego tirar las cáscaras de gambas y langostinos al suelo, como es costumbre en la Villa, todo a precio de caviar de Putin. Que seguro que algo tiene con Ayuso. Y con Netanyahu. ¡Fijo!
Porque está claro que todo esto tiene que ver con Ayuso, aleccionadora y alma mater de esa caterva de fodechinchos, de esa marabunta mesetaria, de esa infestación estival de millones y millones de sus votantes que, una vez que han acabado con cualquier vestigio de progresismo zurdo en ese detestable Madrid, van ahora con la foto de su lideresa en el parasol del contaminante y ruidoso coche que les lleva en sucesivas oleadas en Blitzkrieg entre quincena y quincena, a tomar desde La Guardia y Bayona (con ele la primera en el artículo, y con y griega la segunda, para mayor ofensa) hasta Irún; desde Porbou hasta Isla Canela… para que no haya lugar sin estos neocolonos nazionalmadrileñistas, que se indignan porque no les ponen tapa, son capaces de pedir un gintónic y cuatro vasos con hielo, y se ponen gallitos por no encontrarse un bar abierto a las ocho de la mañana en verano, porque «eggque en Madriz a las seis y media ya los tenemos abiertos».
Deben de ser todas estas las razones por las que cada puente largo, festividad o en vacaciones como las de Navidad, Madrid se llena de víctimas de su prepotencia, devolviéndoles para que se joripeteen ellos también, y masificando el centro como si no hubiera un mañana. Yendo a la Puerta del Sol para decir «pues por la tele parece más grande». Para luego poder decir que tampoco es para tanto esta ciudad con tanto coche; y que vaya precios tienen (porque en Madrid hacen subir los precios también a ellos mismos para disimular las subidas costeras que, ya dijimos, les obligan a hacer). Madrid se llena de gente de todo lugar y con muchas lenguas que comentan, se admiran, y hasta disfrutan, de esa ciudad tan llena de atorrantes que no han viajado nunca, pero que acogen a los de fuera sin saber que lo son. Porque no los saben. Ni les importa una higa. Y aunque hay quienes se empeñan en llamar paletos a esos provincianos que vienen a tomar bacalao en Revuelta, cocido en Malacatín, cochinillo en Los Galayos, unas bravas en Las Bravas, o un bocata calamares en Casa Rua, la mayoría se muestran encantados de ser esa ciudad que siempre fue mucho más «rompeolas de las Españas«, que un «poblachón manchego» sin más.
Donde abunda la buena gente. Aunque también los fusilables al alba, por supuesto. Como en tu ciudad. Como en tu pueblo. Sí, sí. A ti me dirijo. Porque cretinos hay en todos sitios (¡hasta en Madrí, que es como pronuncian de verdá los de Madrí!), como los hay en tu lugar donde ahora y por razones políticas, nos quieren ver enfrentados. Odiándonos entre embustes y anécdotas convertidas en categoría. Por mí parte no lo van a lograr. ¿Y por la tuya?