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22 Oct 2024
22 Oct 2024
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Maleducados, intolerantes y necios

Me preocupa, me preocupa que se pierdan las cosas buenas de este mundo.

Voy a hablar de algunas de las cosas que me preocupan que, muy a mi pesar, son unas cuantas. Obviaré la política porque es un tema que me tiene un tanto fatigada y, al final, si se quiere mantener la cordura conviene que no todo gire en torno a ella. Las preocupaciones que expondré a continuación están relacionadas entre sí, pudiendo ser unas a causa de otras.

Mi primera preocupación gira en torno a la pérdida de los buenos modales, vengo a reivindicar la educación y el saber estar. La falta de educación se ve en el día a día, en la ausencia de simples gestos como el de dejar salir antes de entrar, en no ceder el asiento en el transporte público, o en no saludar cuando se entra a un lugar donde hay más gente. Son detalles, pero son detalles que importan y que no debemos dejar que se acaben perdiendo por completo.  

Mi siguiente preocupación gira en torno a la pérdida de la capacidad argumentativa, buena parte de esta pérdida se ve en las redes sociales, donde proliferan los insultos y las burlas de toda clase y naturaleza, y escasea todo lo que se quiera parecer a un argumento razonado. Cabe decir que insultar carece de todo mérito, es una tarea sencilla y muy burda, cualquiera puede hacerlo. Miren que el castellano es un idioma rico en vocabulario, combinándolo con algo de ingenio se podría sacar algún que otro insulto que, al menos, pudiera tildarse de ocurrente, pero es que ni eso, en las redes solo prolifera lo más básico y cutre del vocabulario español. 

Y yo me pregunto, ¿por qué se insulta tanto y por qué se argumenta tan poco? Lo que más me irrita del insulto es que suele ir acompañado de una profunda ignorancia y de una apabullante falta de ideas. Me pregunto qué tiene la ignorancia que la vuelve tan atrevida, tan mordaz y tan malvada. La vida es un aprendizaje constante y no cabe exigir un profundo conocimiento en todos los temas habidos y por haber, pero quien es capaz de insultar a otro por opinar distinto, bien tendrá que ser capaz de defender aquello en lo que cree con algo más que un par de insultos burdos. Quien se siente cómodo en el insulto y rechaza todo aquello que no entiende o no quiere entender se está condenando a sí mismo.

Continuando con mis preocupaciones, entre ellas está también la imperante necesidad que observo en algunos por que todos sus deseos se conviertan en derechos. Si aspiramos a que todos nuestros deseos, que pueden ser muy extensos y muy variados, se conviertan en derechos que poseemos sobre todo y sobre todos jamás alcanzaremos una existencia plena y feliz, pues siempre se querrá más. Por supuesto, los deberes y obligaciones nunca parecen entrar en el juego de los deseos, siempre se pide sin dar nada a cambio, tampoco se habla de quién deberá dar lo que es suyo por complacer los anhelos de otros.

Siento el pesimismo que estoy mostrando, pero la cosa no acaba aquí. Hablaré ahora de la libertad, la libertad se persigue cada día y por eso la defiendo con ahínco, pero luchar por ella no implica repudiar aspectos tan importantes como la responsabilidad y la prudencia a la hora de hablar y también de actuar. Cada acto y cada palabra tiene consecuencias, y que se pueda hacer algo no implica necesariamente que deba hacerse, me preocupa que esto se olvide. Hay muchos que no quieren que su libertad se tope nunca con el techo de la realidad, son los mismos que anhelan que todos sus deseos se conviertan en derechos.

Por último, hablaré sobre el bien y el mal. Me preocupa que haya quienes no sepan distinguir el bien del mal, y que den por bueno y por válido todo aquello que se recoge por escrito. Veo que hay quienes no saben distinguir por sí mismos la bondad de la maldad, y me pregunto si hay quien no actúa con maldad por el mero hecho de que una norma se lo impide y no porque sea consciente de que tal actuación es dañina y errónea.

He hablado de todo lo anterior porque me preocupa, me preocupa que se pierdan las cosas buenas de este mundo.

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