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Entre los tipos de mensajes que recibo en Instagram relativos a la lectura, hay una categoría que, sin ser la más numerosa, sí es la más regular y fiel en el tiempo: el de los padres preocupados porque sus hijos no leen. De estos hay al menos uno diario. Una madre o un padre –más madres que padres, todo sea dicho– me preguntan qué pueden hacer para cambiar la situación. No para darle la vuelta, que su hijo se ponga de la noche a la mañana con los clásicos, no, qué va; basta con que el niño lea, no mucho, algo, lo que sea, cualquier cosa, un rato pequeño basta.
Entiendo que escribo esta columna para tener un enlace que mandar y ahorrarme la misma pregunta todos los días. Sí, «pregunta». Porque tengo la costumbre de contestar a la pregunta que me hacen con otra, algo que en general es un mal hábito, pero que aquí me parece justificado porque deja claro la causa y deja caer la solución: ¿tú lees?, ¿leéis en casa?
Cuando la respuesta a esta pregunta es negativa, un «no, la verdad es que no», o un «leemos muy poco, de vez en cuando», ya está todo dicho. Si no lees tú, papá, mamá, que eres ejemplo y modelo de conducta para tu hijo, ¿a través de qué ciencia infusa va a querer leer el niño? Los milagros existen, pero son raros.
En su mayoría, los niños que no ven a sus padres leer, que no tienen libros a la vista en casa, que no visitan librerías y bibliotecas con su familia son niños que apenas tendrán contacto con los libros en otro ambiente que no sea la guardería o el colegio, es decir, en un ambiente formativo fuera del cual los libros les parecerán artefactos extraños, fuera de lugar.
Nada en contra de la promoción de la lectura en los centros educativos, pero ese es otro tema. Los libros son objeto de formación, y más falta que hacen en las aulas, pero ante todo son objeto de grandes evasiones, diversiones y alegrías. Un gran lector se fragua en casa, no en clase, y la responsabilidad primera de la lectura –como de la educación, así en general– no es de los profesores, es de los padres.
Desde luego que lo anterior no es una regla de tres, en eso creo que coincidimos tanto como en ver en ello una cuestión de probabilidades. Habrá padres que lean mucho y niños que no quieran. Pero en esas edades de la esponja donde todo se absorbe, en general los niños quieren para ellos lo que ven en sus padres. Si mi tiempo libre transcurre frente a una pantalla, me relajo y me lo paso bien recibiendo y dando likes, viendo reels y stories, poniéndome el último capítulo de la serie que me gusta o dejando la tele de fondo con el último sálvame de compañía o, lo que es lo mismo, mi vida se acompaña de una pantalla, el niño entenderá que la pantalla es algo estupendo con lo que merece la pena pasar el tiempo. ¿Se imaginan pasar siquiera la mitad de ese tiempo con un libro entre las manos? ¿Qué ejemplo daríamos entonces a nuestros hijos?