Hércules

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21 Mar 2025
21 Mar 2025
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¡Muera yo con los filisteos!

“Somos una sociedad judeocristiana romanizada helenísticamente. Un pedazo de cóctel, que parece un gintónic”

Cuando pienso en las famosas columnas hercúleas, muchas veces lo se me viene al caletre son, más bien, imágenes bíblicas. ¡Cosas de la enseñanza en un colegio de esos de señores con sotana y un babero! Y eso que los hermanos de La Salle, por eso que son un poco afrancesados, no eran especialmente beaturrones. Las de Hércules, ya saben, son esas de las que nos habla la mitología clásica, que se hallaban a ambos lados del estrecho separando África de Europa. Cuyo pilar africano se encuentra en solar español, en lo que hoy conocemos como Ceuta; pero que, paradójicamente, el pilar europeo está en manos británicas. Lo que es Gibraltar, vaya. ¡Manda narices!

Me dirán que esta turra mítica qué tiene que ver con la Biblia. Que a veces lo es todo, pues para eso es el libro de libros, que es lo que significa el palabro del griego clásico. Aunque haya quien se lía con los mitos, como cuando Felipe González al serle presentado un niño llamado Héctor, exclamó todo ufano: «¡Héctor! ¡Nombre bíblico!», confundiéndose con uno de los protas de la Ilíada o, lo que es lo mismo, la de Troya. Porque, por más que no les mole a los que van de megaguays cosmoespiritualistas, somos una sociedad judeocristiana romanizada helenísticamente. Un pedazo de cóctel, que parece un gintónic de esos que se pusieron de moda hace una década, que lo que menos tenía era gin y tónic entre tanto cardamomo, bayas de enebro y toda una serie de cosas verdes que los convertían en una especie de mar de los sargazos con trozos del iceberg que se cargara al Titánic. Nombre también de reminiscencias mitológicas y de inspiración, según se dice, bíblica, curiosamente.

¿Ven como todo está unido y relacionado y más atado que nudo gordiano? Lo que les estaba diciendo. Que, por cierto, ¡ya no sé qué era! Anda mi cabeza como la política en España. ¡Más desquiciada que Sansón en una barbería! Y de Sansón fue la imagen que se me vino a la cabeza con la tontuna de las columnas. Y es que este personaje bíblico (éste sí), que era pelín bruto, muchas veces parece un alter ego de Hércules, mezclándose sus leyendas y hechos de manera sorprendente. O sincrética, que dirían los más finos y epatantes exégetas del lugar. Ambos con fuerza sobrehumana que le viene de los dioses; ambos se cargan un león a lo borrico (casi literalmente Sansón al usar una quijada de asno, y me perdonen el gracejo); ambos les da por mover columnas como quien usa unas mancuernas en esos gimnasios de enero, que los de febrero estarán ya tan vacíos como los ánimos de los nuevos propósitos de Año Nuevo…

Uno las usó para conmemorar su décimo trabajo mitológico, situándolas donde ya hemos dicho; y otro entraría en el mito por liarla parda contra los filisteos, que eran unos que andaban por Gaza haciendo de las suyas, por esos pagos tan pacíficos desde la Edad de Bronce. Pero no nos metamos en esos jardines. El caso es que nuestro Sansón acabó la situación en la que, preso ante sus enemigos, no se le ocurrió otra cosa que salir de la situación poniéndose entre los pilares maestros del templo donde le tenían cautivo y, aprovechando que estaban allí todos reunidos como los de Geyper, empujar ambas columnas de manera que las tiró abajo y con ello, todo el edificio matando a todos sus enemigos. Y a sí mismo, claro. A veces es lo que tiene poner a alguien en una situación cuya única salida sea inmolarse… y de paso llevarse a todos los que le han llevado a ella. Aunque, a lo mejor, el responsable último sea el que ha ido de primo de Zumosol-Yahvé, y luego no es capaz de salir del enredo si no es cargándose todo y a todos, y el que venga detrás, que limpie los escombros. No me digan qué analogía política actual les ha venido a la cabeza… ¡que a mí también!

En cuanto a la historia de la décima labor de Hércules con la que se chulea poniendo las columnas que acabarán nada menos que en el escudo de España, es la que le trae al semidiós a lo que hoy sería Cádiz, la que se dice ciudad más antigua del Occidente, a rapiñarle los bueyes rojos (con perdón) al primer rey de Tarteso: Gerión. Un redil que dejaría como Hacienda los ingresos de un autónomo, y que es la primera protohistoria (¡valga la redundancia!) de esta piel de toro que, quien sabe no fuera de buey. O, visto lo visto, de cabestro, por lo tanto que abundan, y cada día más. Con lo que permítanme que nomine con este establo mitológico la que será mi modesta columna en este hercúleo digital que tiene la amabilidad de leer, en honor de la primera zapatiesta que tuvimos en este solar milenario que llamamos España. ¡Y que sea lo que Zeus quiera!

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1 thought on “¡Muera yo con los filisteos!”

  1. Maravillosa presentación, me ha encantado la narrativa emocionante como los mitos de los que se habla. Muy bonito recordar una de mis historias bíblicas favoritas cuando era niña, que pequeña sigo siendo. “¡Muera yo con los filisteos!” Esperemos que pronto olviden ese sentimiento todas las naciones que se ven acorraladas como Sansón, no por política, por pura empatía humana.

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