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27 Sep 2024
27 Sep 2024
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Personas grises se hacen profesores universitarios

Personas grises sin vocación docente entran a formar parte del claustro universitario porque se aburren en la empresa, y esto de las clases les da vidilla; o porque el hecho de convertirse de un día para otro en profesores universitarios les infla el ego y el currículum

Soy profesor universitario del área de Comunicación. Doy el aviso porque quizá mis impresiones al respecto de lo que vengo a contar sobre la selección del profesorado que viene a ingresar en los últimos tiempos el claustro docente de carreras como Periodismo, Publicidad, Comunicación Audiovisual y otras titulaciones de esta rama puede que no tenga nada que ver con lo observado por otros profesores sin relación con la naturaleza de estos estudios, donde la dimensión técnico-profesional, y no solo académica, cobra una cierta importancia –si bien no toda ni la principal, pues entonces no hablaríamos de universidad, sino de formación profesional–.

Siempre he pensado, y a este pensamiento corresponde mi experiencia frente a la inmensa mayoría de los profesores que yo tuve cuando cursé estudios de Periodismo, que alguien que aspire a impartir clases en la Universidad debe responder a uno de los siguientes modelos docentes: o bien se acompaña de una fuerte inquietud investigadora, lo que se traducirá en que su prioridad será estudiar la materia de su especialidad con la voluntad de dar respuesta a los grandes interrogantes de su disciplina y ampliar lo que conocemos con rigor y sistematicidad para después transmitirlo a la comunidad científica y a sus estudiantes, consiguiendo además con el tiempo una posición investigadora de acreditado relieve; o bien es un profesional como la copa de un pino, y goza de una dilatada y destacada experiencia en su trabajo cuya transferencia puede ser de enorme valía para quienes tendrán que desempeñar encargos similares cuando dejen la universidad.

En la combinación de ambas figuras, la del profesor doctor acreditado con sexenios de investigación que posee los fundamentos de la materia, y la del profesor asociado con una puesta en práctica directa de todo lo que después lleva al aula de primera mano, en combinar ambas figuras está la virtud de un claustro, puesto que –entiéndase– tanto la teoría como la práctica son necesarias.

Sin embargo, constato que en los últimos años se ha ido integrando cada vez con mayor frecuencia en la universidad la figura del profesional que ni destaca en su oficio –o que incluso llega para impartir una asignatura que nada tiene que ver con el trabajo que conoce o realiza–, ni posee u ofrece interés alguno en el esfuerzo por conocer y ampliar las bases teóricas de su campo. Lo pondré así para que se me entienda: ya que se contrata a una persona sin experiencia docente previa o mínimas tablas en investigación, digo yo que al menos tendrá que ser una gran profesional en el área en cuestión. Pues ni lo uno, ni lo otro.

Los claustros universitarios, al menos los de aquellas titulaciones con una vertiente técnica, se están llenando de personas grises, sin méritos suficientes en uno u otro ámbito. Personas, en definitiva, sin vocación docente. El problema lo tendrá la Universidad, de eso no me cabe duda, puesto que lo permite: los directores de Grado y de Departamento van a lo fácil, resolver la vacante cuanto antes con lo que pille más a mano.

Pero la laxitud de la Academia no resta responsabilidad a quienes, sabiendo que no poseen los conocimientos ni la experiencia profesional necesarios para ponerse al frente de un aula universitaria y se presentan en clase para hacerles un flaco favor a los estudiantes que saldrán igual que han entrado en la asignatura, deciden aceptar la docencia que se les ofrece, porque se aburren en la empresa, y esto de las clases les da vidilla; porque el hecho de convertirse de un día para otro en profesores universitarios les infla el ego y el currículum; para sacarse un extra o porque, como no surge otra cosa, pues me hago profesor. Por ejemplo.

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