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30 Ene 2025
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¿Por qué los intelectuales son anticapitalistas?

los capitalistas, liberales y conservadores nos enfrentamos a una pregunta clave: ¿Cómo conseguimos que la excelencia académica no derive en socialismo?

Noam Chomsky, destacado intelectual anticapitalista

Cualquier persona que observe la realidad puede advertir que la mayor parte de los intelectuales son de izquierdas o anticapitalistas. Esto no significa que todos los intelectuales lo sean, pero sí que una gran parte de quienes están presentes en la academia, los medios y la burocracia tienden hacia estas posturas.

Robert Nozick escribió un artículo en 1998 titulado Why Do Intellectuals Oppose Capitalism?, en el que ofrecía una serie de argumentos para explicar este curioso fenómeno. Hay dos factores clave en este sentido: uno depende de la actitud de los intelectuales, y el otro, de una poderosa fuerza social que los empuja hacia estas posturas.

Los intelectuales, o los «hacedores de palabras», como los llama Nozick, esperan siempre ser las personas más valoradas de la sociedad: quienes ostenten mayor poder, prestigio y recompensas. Los intelectuales sienten que tienen derecho a esto, pero, como he mencionado en otras ocasiones, los deseos y anhelos no constituyen derechos. Estos hacedores de palabras se consideran las personas más valiosas de la sociedad, pero cualquiera que comprenda cómo funciona el capitalismo sabe que este sistema no satisface el principio de distribución «a cada uno según su mérito o valor».

Sin embargo, no pensemos que esta actitud es propia de la modernidad. Platón ya defendía que la facultad racional estaba por encima del coraje y los apetitos, mientras que Aristóteles sostenía que la contemplación intelectual era la actividad más elevada. Después de todo, ambos eran intelectuales que, en cierto modo, se estaban elogiando a sí mismos.

Aunque hoy la mentalidad anticapitalista se ha extendido por gran parte del mundo occidental, debemos recordar que Nozick escribió esto en 1998. Según él, los empresarios y los trabajadores exitosos no compartían entonces ese resentimiento anticapitalista, algo que posiblemente era cierto en su época. «Sólo el sentimiento de superioridad no reconocida, de titularidad traicionada, produce tal ánimo», escribía Nozick.

El segundo factor que menciona Nozick es especialmente interesante, ya que carga contra el sistema educativo, al que acusa de enseñar a los niños desde pequeños que son superiores. Cito a Nozick: «Los colegios, también, exhibieron y en consecuencia enseñaron el principio de la recompensa de acuerdo con el mérito (intelectual). El premio fue a los intelectualmente meritorios: la sonrisa de los maestros y las altas calificaciones».

Del colegio pasan a la sociedad, pero el mercado, en contraste, les muestra algo distinto. En el capitalismo, las recompensas no se distribuyen como en el sistema educativo; los verbalmente brillantes no son necesariamente quienes reciben mayores beneficios. El intelectual, acostumbrado a ser el mejor valorado en el entorno escolar, desea que la sociedad funcione como un colegio a gran escala, donde su actividad obtenga el mismo nivel de reconocimiento y recompensa.

Además, otro elemento que refuerza este fenómeno es que muchos intelectuales acaban trabajando en la academia y el sistema educativo, ambientes en los que se sienten más cómodos. Como resultado, los alumnos reciben una enseñanza que a menudo refleja y refuerza este pensamiento anticapitalista, perpetuando el ciclo.

Las sociedades capitalistas, por su parte, recompensan logros que no siempre están vinculados a la actividad intelectual, lo que genera en los intelectuales un sentimiento de frustración, resignación e incluso envidia. ¿Qué conclusiones podemos extraer de esto?

Primero, podemos prever que cuanto más meritocrático sea el sistema escolar, más probable es que los intelectuales formados en él adopten posturas de izquierda. En segundo lugar, si el desarrollo de los intelectuales dentro del sistema educativo se retrasa, es posible que el porcentaje de anticapitalistas disminuya. Por último, es importante observar que las mujeres se incorporaron más tardíamente al ámbito académico, lo que explica que hayan tardado más en exhibir este sentimiento anticapitalista. Por ello, cuanto más progrese una sociedad hacia la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, más probable será que las intelectuales femeninas compartan este mismo sentir.

He de advertir, una vez más, que estos argumentos y conclusiones provienen de Nozick, aunque personalmente comparta muchos de ellos. Es llamativa su visión tan crítica y pesimista sobre el sistema educativo. Para las personas de izquierda, este análisis podría servirles como una guía para alcanzar sus objetivos. Sin embargo, los capitalistas, liberales y conservadores nos enfrentamos a una pregunta clave: ¿Cómo conseguimos que la excelencia académica no derive en socialismo?

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