En una de mis columnas ya traté el tema de la demografía mundial y su decrecimiento. Sin duda, me parece uno de los temas más importantes a los que se enfrentan nuestras sociedades, sino el que más. Pero lo que más me preocupa no es el problema, sino la falta de posibles soluciones a corto y medio plazo. Que vamos hacia un aumento cada vez menor de la población parece claro según las predicciones, pero, ¿por qué no tenemos hijos?
Podríamos hablar de cuál ha sido la causa del descenso de la tasa de fertilidad en diferentes países del mundo, y seguramente encontraríamos causas comunes y diferentes en cada una de las naciones. En esta ocasión me centraré en el caso español. La tasa de fertilidad en España es de 1,16 hijos por mujer, una tasa que queda muy lejos de la tasa de remplazo generacional, que se encuentra en 2,1 hijos por mujer. De hecho, desde los años 80 esa tasa no ha hecho más que caer.
Muchos economistas piensan que es un problema únicamente económico, la falta de acceso a la vivienda y el enorme desempleo juvenil ha provocado que los jóvenes no vean futuro en sus vidas. No niego que la facilidad para formar un hogar sea esencial para incentivar la natalidad, pero no creo que sea el principal problema por diferentes motivos. En primer lugar, puede que España tenga un problema con el empleo juvenil y la vivienda, pero muchos otros países europeos no tienen ese problema y la tasa de fertilidad se encuentra en los mismos niveles que España. En segundo lugar, muchos Estados europeos han implementado medidas para incentivar la natalidad, como Alemania, Italia o Hungría, pero aparentemente no han tenido mucho efecto, aunque quizás es demasiado pronto para saberlo. Por no hablar de que seguramente las tasas de natalidad europeas sean más bajas de lo que las cifras nos dicen, ya que habrá muchos inmigrantes africanos y de Oriente Medio nacionalizados que desvirtúen las cifras reales, como puede ser el caso de Francia y Suecia.
Por último, los países donde la natalidad es más alta son también los países más pobres del mundo, como son los del centro de África. Nuestros abuelos eran mucho más pobres que nosotros y las tasas de natalidad eran mucho más altas que ahora, primero era la familia, luego, Dios proveerá. Y precisamente en esto último creo que está una de las causas principales del decrecimiento de la natalidad en España en particular y en Europa en general, y es la laicización progresiva de nuestras sociedades.
Creo que no es tanto un problema material sino espiritual: el abandono de los valores cristianos, tales como la familia, es esencial para entender por qué los jóvenes no quieren tener hijos. Los jóvenes ven a los hijos como un lastre para sus vidas, un impedimento para el desarrollo de su libertad y felicidad. Tener hijos significa sacrificio, dejar de viajar antes, mirar a largo plazo, paciencia en la educación, arraigo y ahorro, valores e ideas, todas ellas, que poco a poco van desapareciendo.
A todo ello hay que sumar el feminismo, también, a mi juicio, terrible para la idea de la familia. El feminismo hegemónico impuso a la mujer la idea de que la familia la esclavizaba. El marido y los hijos supondrían una falta de libertad completa, estableciendo la idea de que la mujer verdaderamente libre era la mujer sola y borracha. El feminismo, que siempre se ha presentado como defensor de la mujer, consiguió arrebatarle el don más puro, bello e importante de cualquier ser humano, dar vida.
En definitiva, no tenemos hijos porque no queremos, pero no queremos porque los valores que antes estructuraban la comunidad y la familia han ido desapareciendo. Los enormes Estados, la descristianización y el relativismo woke han conseguido atomizar al individuo en grandes ciudades. La familia es y ha sido siempre un contrapoder frente al Estado, una primera línea de defensa frente al exterior, el intento de su destrucción no es casual, sin familia y sin hijos somos más vulnerables, menos libres.