En nuestra obsesión de exponer todo lo que hacemos en una pantalla para que pueda verlo el resto del mundo –obsesión de la que sin duda yo también participo– ya apenas existen aficiones para disfrutar en la intimidad de nuestro espacio y tiempo personal. De esta circunstancia surge incluso la irremediable duda de si todavía existen las aficiones. Porque se supone que son cosas que hacemos solo por el gusto de hacerlas, pero que ahora tienen que venir además acompañadas de la foto, el vídeo y la red social para hacerlas merecer. Por tanto, no llega a saberse si las hacemos porque nos gusta hacerlas o por la exposición que media y sigue a hacerlas. O, dicho de otra forma, si seguiríamos haciéndolas de no existir o no poder mostrarlas a otros.
Este cambio me preocupa menos en el caso de las actividades físicas. Los gym bros que se creen preparadores físicos y no lo son, o los preparadores físicos que corrigen las equivocaciones e inexactitudes de los gym bros que se creen preparadores físicos y no lo son. También los runners o ciclistas que mezclan carreras, turismo, moda y nutrición deportiva. Las redes sociales están repletos de estos perfiles y contenidos que han pseudoprofesionalizado esa afición que siempre fue hacer deporte. Ahora da la impresión de que muchos no irían al gimnasio, o no saldrían a correr o a pedalear si les quitaran el aliciente de documentarlo.
Pero de entre ese tipo de aficiones que antes ocurrían solo para nosotros me preocupa más el caso de las actividades que nutren el alma. Pintar, por ejemplo. Pintar solo por el placer de pintar. Pintar sin tener que preocuparse de que el plano del vídeo que estoy cogiendo de mí y de mi obra mientras pinto es el adecuado, o de que estoy enfocando correctamente, o de que el balance de colores y la luz de la grabación es la correcta, o de que acompaño el vídeo con el texto correcto y lo subo a la hora correcta. Pintar sin hacer otra cosa que no sea pintar.
O escribir. Escribir para uno mismo. Una historia inventada, o la mía propia para expresar lo que siento. Escribir y disfrutar. Escribir sin pensar en publicarlo. Escribir sin preocuparme de las visitas que atraerá el texto, el número de comentarios que acumulará o los likes que recibirá, cómo lo compartiré en redes, con qué imágenes lo acompañaré. Escribir y quedar satisfecho con lo que se escribe.
Guardar lo que se pinta o se escribe en un cajón era antes una costumbre arraigada que hoy se ha convertido en un acto contracultural. Porque todo ha de ser visto por el mundo para ganar una utilidad explícita desde la que ostentar valor. Si una afición no tiene valor por sí misma, no es una afición.