O príncipe de la Iglesia, cardenal… ¡o cura de pueblo! Que en este nuestro reino de Gerión, más católico, apostólico y romano que el mismísimo Vaticano, siempre se ha dicho sin rubor aquello de que «¡vives mejor que un cura!». Que ya decía mi abuelo sindicalista que no había mejor trabajo en el mundo: media hora a la semana, y además con vino. Que en hablando de vino y viandas, ¿qué católico de ciertas quintas no ha soltado tras una opípara comida aquello de «¡he comido mejor que un obispo!», eh eh? Que en esta nuestra España de nuestros amores y esperpentos, seremos o habremos sido lo que sea, pero a ser más de nuestra madre y nuestro padre no nos gana nadie, seas o no creyente. Que aún recuerdo cuando en pleno franquismo (¡chupito!) el maestro Mingote publicó en el monárquico ABC de toda la vida, uno de aquellos chistes que eran más que una editorial, donde se veían a los clásicos rancios de toda la vida comentar sobre eso del Concilio Vaticano II, con Pablo VI al frente, que estaba entonces en boga, aquello de: «El Papa dice, el Papa dice… ¡Qué sabrá el Papa de estas cosas!».
Y si esto pasaba entonces, ¡como para que ahora unas monjas clarisas no se pasen por el forro del hábito al obispo de Roma, el segundo Concilio, la obediencia debida, y al sursuncorda, anda que no! Que llevamos unos días que parece que no tenemos suficientes problemas patrios, y de peso, como para andar abriendo telediarios e informativos más que con un culebrón a lo Pájaro Espino, pero chusco, sobre quince monjas cismáticas (que suena a que respiran mal o algo parecido), que se ve que se han cansado de hacer dulces en su cenobio burgalés de Belorado, o de invitarle a unas jícaras de chocolate al arzobispo local. Y se han pasado a la grey de un autoproclamado obispo de uno que no pasaba de sacerdote excomulgado. Un pobre servidor de Dios que malvive en su humildad cristiana, alejada de las pompas del maligno vaticanismo, en una covacha de 800 metros cuadrados en plena Gran Vía de Bilbao, decorado con más muebles, que no cabrían en todo un catálogo de Ikea ni en una tienda de polígono de Conforama.
El probo curilla
El probo curilla, que se deja servir por una criada con cofia y un ayuda de cámara con guantes, que parecen salidos ambos de una comedia de Jardiel Poncela, ha visto cómo redimir a sus maternidades del pecado de la avaricia, y anda ayudándolas en el pleito inmobiliario para ver quién se queda con la propiedad del bello y oneroso convento. ¡Santo varón, santo varón! Dicen las pías hermanas que llevaban tiempo viendo cosas que no les cuadraban con la fe de la iglesia católica, y que mejor pasarse a la Pía Unión de San Pablo Apóstol, de la que el obispete éste es el guía espiritual y, según él, también Duque imperial, Príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico, y digo yo que además, auténtico y único Pichichi del Athletic de Bilbao. ¡Ya puestos! No me digan que no es un crack. Y logrando que podamos estar en pleno siglo XXI comiendo pipas, pendientes de la vidorra de un jeta al que pocas hostias (sin consagrar, claro) le han dado. Timando en abierto a un grupo de mujeres con las que hay menos sororidad de las que tanto el feminismo proclama, que con las enemigas TERF tienen.
Visto lo visto, en esta España de Rinconetes y Cortadillos, de Pícaras Justinas y Guzmanes de Alfaraches, está claro que para vivir bien, lo que se dice pero bien, hay que guardarse la moral por el tabernáculo y no creer más que en uno y trino mismo. Volviendo al inimitable Mingote, y a otra de sus viñetas impagables, vemos a unos señores bien de toda la vida diciendo: «menos mal que al Cielo, lo que se dice ir al Cielo, iremos los de siempre». ¡Es un alivio!«