Rosalía posando junto a miembros de Cruz Roja en Valencia
¡Qué bonito es ser voluntario! Eso denota humanidad y entrega al prójimo. Desinterés incluso por tu propia seguridad. Una persona cuya preocupación está siempre puesta en el otro y nunca en uno mismo. Ser voluntario es dar más de lo que recibes. De hecho, lo llevas a cabo sin esperar nada a cambio. Y da igual si tienes responsabilidades o no. Ser voluntario es ya una responsabilidad. Ayudar a quien nadie te lo pidió. Convertirse en un auténtico héroe, sin duda… Ahora bien, cuidado. Cuidado porque dentro de la Ayuda Humanitaria los que llevamos décadas en ella conocemos el lado oscuro del voluntariado. Y no es bonito. No lo es. Porque bajo ese maravilloso concepto de la «solidaridad», muchas veces se encuentra uno con el uso de mano de obra barata (y tan barata: ¡gratis y pagándose viajes y estancias a coste cero!) por parte de ONG nada serias o profesionales. Que aparecen y desaparecen igual de rápidos que la emergencia a la que han venido a ayudar. Y cuyo compromiso es sobre todo la visibilidad de la organización por encima de todo. ¡Que la gente se entere bien de que somos nosotros los que estamos ahí!
Organizaciones que usan vídeos donde los niños desnutridos, desvalidos, sucios, famélicos… hechos mierda, vaya, sean los protagonistas. ¡A hacer puñetas los Derechos de la Infancia de la Convención de 1985 y su derecho a la imagen! Esa imagen que con todo menor de 18 años acá pixelamos, pero que si es de negritos o lo que toque de niño desvalido y desamparado, nos lo pasamos por el arco del carrete de 36. O por los mega píxeles de nuestro celular, que como amplíes la foto verás hasta la composición de los mocos que le cuelgan. Pero, claro, todo se hace con la idea de visibilizar la tragedia; para sensibilizar a los corazones de piedra de los que se quedan en sus casas; dar a conocer de manera salvaje lo que tendrías que estar tú arreglando, pero como eres un sojas, al menos ten la decencia de hacerme una transferencia o un bizum a mi cuenta, que ya lo voy yo a arreglar. Y me lo vas a hacer porque voy a hacerme luego un publirreportaje que ni los que le hacían a la Preysler en el ¡Hola!
Caso aparte es toda esa guerrilla humanitaria que se ve impelida a llevar a cabo una buena acción. Donde, ¡por supuesto que hay gente buena! Y tantas veces los brazos no son suficientes para arrostrar las consecuencias de un desastre. Pero hay que hacerlo bien. Hay profesionales que tienen que tomar la coordinación para que no se convierta en un caos. O que todos vayan a un mismo sitio, y a un par de kilómetros no vaya ni el colipoterro tato, dejándolos abandonados porque no hay nadie al volante. Pero aún así me descubro el sombrero ante los cientos de gente callada y seria que se lanzan con toda su buena intención del mundo. Y que son muy fáciles de reconocer. Porque son los que se cabrean ante lo que ven. Y se lo callan. Que denuncian lo que haya que denunciar sin convertirse ellos en los protagonistas. Los que se harán fotos que guardarán para sí, y sabrán de historias que a lo mejor cuentan en callado a sus nietos. Pero que jamás los veréis sonriendo en las stories de IG sobrados de orgullo por lo que han hecho. Con más dientes que un tiburón posando en medio del desastre que han ido a paliar. Pero, ¿de qué vale haber ido si no lo subes a tus RRSS y se entera todo el mundo de lo buenísima persona que eres? Los veréis llorar públicamente. No como la gente buena, que se muerde el labio para no hacerlo ante quienes lo han perdido todo, y esperan a llegar a casa para hacerlo y brindar por la vida. Porque es necesario hacerlo. Y darte cuenta de lo frágil que es. Pero deja de molar tanto porque eres voluntario. A lo mejor un día vendrá otro a hacerse un selfie delante de la casa donde lo has perdido todo, y sobre el barro que cubrió a tu familia. ¡Cosas del karma, que es muy cabrito!