No hace falta ser de la EGB para recordar esos versos eternos de Miguel Hernández, que muchos que peinamos canas también los cantamos con la imposible modulación de Serrat. Aquellos que comenzaban con una introducción al poema, que ya era todo un poema en sí mismo: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería». Y es que en Chamberí, su barrio y el mío, se me ha muerto igualmente Álvaro Climent, a quien tanto quería. Y me van a perdonar mis lectores esta reflexión personal que es también un pequeño homenaje a quien no voy a poder volver a abrazar. Ni a coincidir codo con codo en una tertulia radiofónica, donde le veía su movimiento de cejas socarrón antes de cualquier réplica aguda y fundamentada. Sobre todo si era en temas económicos y financieros, a los que siempre le hacía sorna coñona en eso de eXtwitter cuando publicaba lo que yo no era capaz de entender ni de cerca. Que uno es más de letras puras que el alfabeto. Pero don Álvaro (que siempre nos tratábamos de Vd. como corresponde a gente de orden, aunque hayamos compartido más mantel que timba de mus un universitario), sabía de lo suyo como pocos, y aunque uno intentaba aprender como siempre hay que hacer con el que más sabe del tema, no dejaba nunca de admirarme su talento en estas cosas.
No voy a poder volver a meterme con él por ser del Ramiro, siendo yo del Maravillas. ¡Cosas de piques de colegios madrileños de antaño! En donde siempre terminaba de desarmarle por haber tenido como alumno ilustre del ilustre instituto, a un tal Sánchez, lo que le llevaban los demonios. Porque muy pro de este gobierno no era don Álvaro, no se lo voy a negar. ¡Pero es que hay que tener mucho cuajo para serlo, incluso siendo de izquierdas y hasta del PSOE! Pero mi idea no era hoy hablar de política. ¡Pa qué! Con la que está cayendo y parece que todo nos da igual. Y el problema es que nos dan igual demasiadas cosas en esta vida de locos, valga el tópico, donde parece que estamos viviendo eternamente para todo menos para lo importante. Y lo importante es a veces no darte cuenta de lo que pasa a tu alrededor. A gente incluso muy cercana. Imbuidos como estamos en un tráfago que va desde lo más importante a lo más absurdo. Desde cómo pagar autónomos y recordar cotizar el IVA para que luego los ministros acaben gastándoselo en querindongas, o a discutir como si estuviéramos defendiendo el honor del virgo de tu hija, entre partidarios de Broncano y de Motos. ¡Manda huevos!
Y al final, una bofetada de realidad te vuelve a poner en tu sitio. La que te hace resonar en el colodrillo que, no es que se nos haya ido la pinza, es que tenemos el canasto de ellas a la altura de Tombuctú como poco. Como el sopapo que te endiña una muerte inesperada, que es la que tendríamos que esperar cada día, pues la Canina no tiene fecha establecida y para ella todos los días pueden ser el día. Tu último día. Pero no el día en que te das cuenta de que llevabas demasiado tiempo diciendo aquello de «tenemos que vernos», o el famoso y muy hispano de «¡a ver si…!». Y al final no hay si que valga. O, como decía una muy querida amiga mía, «¡si hay más días que botellines!». No los hubo. Ella murió con 38 años. Y no me pude tomar ninguno más con ella. Ni voy a poder constatar ya quién de los dos teníamos razón. Si don Álvaro con que los mejores torreznos con caña bien tirada, de la que va dejando anillos en el vaso, eran los de su barrio, donde ambos nacimos, o si eran los de cerca de casa mis padres, con unos buenos barros de rubia bien fría.
Si tras esta lectura te sirve, querida lectora y estimado lector, para que descuelgues el teléfono y llames (¡no mandes mensajes, coñas, que la voz también acaricia y sirve de dopamina!) a esa persona con la que llevabas tiempo a ver si, y fijáis una fecha para tomar un lo que corresponda, creo que servirá como oración para todos aquellos que se fueron y ya nunca más podremos verlos. Hasta que nos encontremos en el Cielo. Que es donde seguro que don Álvaro habrá pedido una ración a San Pedro. Y se la dará bien colmada. Como se merece.