En España, abundan los festivales dedicados a revalorizar el teatro clásico. Sin embargo, ya sea moderno o clásico, el teatro no logra conectar plenamente con la población. Viendo los indicadores estadísticos culturales menos del 20% de españoles fueron al teatro en 2022, ya sea por falta de tiempo o interés. Si se miran con desconfianza las respuestas de los encuestados podríamos acabar deduciendo que un 50% no fueron al teatro porque no se les ha sabido hacer llegar el interés en las artes escénicas, creando una idea de que ir al teatro “es aburrido”.
No obstante, la solución no radica en atribuir esto a una supuesta falta de cultura en España o a una deficiente promoción de las artes escénicas. No creo que sea la falta de promoción, sino el tipo de promoción que se hace del teatro. ¿En qué momento podría alguien pensar que a un niño le interesa ir a ver la obra de sus compañeros de clase o algunas de las insulsas obras clásicas que se van a ver con el colegio? Es precisamente esto lo que, ya desde temprana edad, pone al teatro como un claro antónimo del entretenimiento y la diversión, creando una generación en estado de perpetuo recelo hacia las artes escénicas y lo que tienen que ofrecer.
Este enfoque contribuye a generar una actitud de desconfianza hacia las artes escénicas, que persiste hasta que el individuo tiene un encuentro fortuito o es introducido por alguien con gustos más eclécticos, lo que le permite descubrir el verdadero potencial del teatro.
Por otro lado, los espectadores tienden a preferir las obras más conocidas, ya sea por su reconocimiento en el ámbito educativo o por tratarse de producciones con actores destacados y efectos escénicos elaborados. Mientras tanto, los autores enfrentan dificultades para obtener reconocimiento a menos que participen en circuitos institucionales o comerciales, relegando así al teatro independiente y alternativo a una audiencia reducida.
Es posible que permitir que el teatro sea exclusivo de unos pocos sea el desenlace inevitable, dado que los esfuerzos por promover y revalorizar el teatro parecen no surtir efecto. Sin embargo, esto plantea el riesgo de perpetuar un ciclo en el que solo unos pocos participan, creando un microcosmos cultural hermético
He tenido la oportunidad de presenciar obras teatrales donde el disfrute de los chistes y diálogos ingeniosos requería un conocimiento previo de la industria teatral española, lo cual puede resultar confuso y poco atractivo para aquellos que no están familiarizados con este mundo.
Es importante reconocer que no existe una solución única para «salvar» el teatro, pero sí podemos identificar acciones que debemos evitar si queremos preservarlo. Para revitalizar las artes escénicas, no debemos recurrir a textos vacíos o incomprensibles para satisfacer a los más bohemios, ni aferrarnos a obras clásicas desfasadas para complacer a los nostálgicos.
Lo que el teatro necesita es la narración de historias frescas y atractivas, aunque aborden temas recurrentes. En este sentido, la educación desempeña un papel fundamental como introducción al mundo teatral, una tarea que recae en padres y educadores.
Para transmitir la cultura teatral a jóvenes y adultos, es crucial dejar de lado las obras más insulsas en favor de autores contemporáneos e incluso alternativos, quienes están encabezando el cambio y tienen el potencial de llevar las artes escénicas hacia la excelencia.