A lo largo de los años, han surgido numerosas teorías de conspiración que sugieren que los atentados del 11 de septiembre de 2001 no fueron obra exclusiva de grupos terroristas conocidos, como Al-Qaeda. Estas teorías proponen que otros actores, incluso miembros del propio gobierno de los Estados Unidos, estaban involucrados en la planificación o al menos tenían conocimiento previo de los ataques. Sin embargo, investigaciones gubernamentales e independientes han desestimado estas afirmaciones.
Una de las teorías más difundidas sostiene que el derrumbe de las Torres Gemelas y el edificio 7 del World Trade Center no fue causado únicamente por los impactos de los aviones y el fuego, sino que fue producto de demoliciones controladas. Otro planteamiento común asegura que el Pentágono fue alcanzado por un misil disparado desde el propio gobierno, o que los aviones comerciales que impactaron lo hicieron gracias a una retirada deliberada de los cazas estadounidenses.
Los defensores de estas teorías sugieren que estos actos podrían haber sido orquestados para justificar las guerras de Afganistán e Irak, alegando que dichas intervenciones estaban vinculadas a intereses geoestratégicos, como la construcción de un gasoducto a través de Afganistán. También existen quienes afirman que el gobierno tenía conocimiento previo de los ataques y no hizo nada para evitarlos.
El Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST) y la revista Popular Mechanics han investigado exhaustivamente estas teorías, descartando las afirmaciones de los conspiracionistas. Según la Comisión del 11 de septiembre y la mayoría de la comunidad de ingenieros civiles, los impactos de los aviones y los incendios posteriores fueron suficientes para provocar el colapso de las Torres Gemelas.
No obstante, algunos grupos, como «Arquitectos e Ingenieros por la Verdad del 11 de Septiembre», siguen cuestionando los resultados de las investigaciones oficiales y mantienen discrepancias con las conclusiones del NIST y otros organismos.
Un misil en el Pentágono
Entre las teorías conspirativas que rodean los atentados del 11 de septiembre, una de las más extendidas sostiene que no fue un avión, sino un misil, lo que impactó contra el Pentágono. Los defensores de esta idea suelen ser quienes creen en la versión del «trabajo interno», argumentando que no existen pruebas suficientes para confirmar que un avión comercial se estrelló en el edificio. Sin embargo, algunos partidarios de la conspiración rechazan esta teoría tras revisar las evidencias, considerando que la operación no habría involucrado un misil.
Uno de los argumentos centrales que esgrimen los defensores de esta teoría se basa en el análisis de la caja negra del vuelo 77, la cual revela que el avión realizó un giro de 330 grados a una velocidad de 300 nudos (unos 550 km/h) en un descenso en espiral que duró aproximadamente tres minutos. Aunque se trata de una maniobra común, algunos teóricos afirman que el avión no habría sido capaz de completarla a 800 km/h, lo que parece ser una confusión entre la velocidad de impacto y la velocidad del giro.
Otra línea de cuestionamiento apunta al papel del NORAD, la agencia encargada de la defensa del espacio aéreo de Estados Unidos. Este organismo, a través del North East Air Defense Sector (NEADS), coordina las respuestas ante secuestros de aeronaves y fue el responsable de enviar los cazas a Washington y Nueva York el día de los atentados. Las conversaciones entre aeropuertos y el NEADS fueron documentadas en el informe de la Comisión del 11-S. Sin embargo, los teóricos conspirativos sostienen que los cazas no despegaron a tiempo para interceptar el vuelo 77, insinuando que el retraso fue deliberado.
Los conspiracionistas también cuestionan cómo el vuelo 77 pudo acercarse al Pentágono durante 40 minutos sin ser interceptado, a pesar de la existencia de tecnologías avanzadas de radar y la proximidad de la base aérea Andrews. A esto se añade la creencia, errónea, de que el Pentágono está protegido por baterías antimisiles. No obstante, documentos revelan que dichas baterías no existen o son altamente secretas, y la idea de proteger ciudades como Washington con misiles fue rechazada años antes por el riesgo de derribar aviones comerciales por error.
Los partidarios de la teoría del misil argumentan que el tamaño del agujero en la fachada del edificio es demasiado pequeño para haber sido causado por un Boeing 757. Se basan en fotografías que muestran un orificio que ellos estiman mide 5×7 metros. Sin embargo, estudios posteriores, como los realizados por Pier Paolo Murru, muestran que el agujero era mucho más grande y que los fragmentos más pesados del avión, como los motores y el tren de aterrizaje, son los que penetraron con mayor fuerza. Fotografías adicionales muestran que el avión creó un agujero profundo que perforó hasta dos muros del edificio.
Otro punto controvertido es el de las cámaras de vigilancia del Pentágono, que capturaron varios fotogramas antes y después del impacto, pero no muestran con claridad el objeto que golpea el edificio. Los teóricos afirman que esto refuerza la idea de un misil, pero cálculos de la National Transport Safety Board indican que el avión viajaba a unos 850 km/h, una velocidad a la cual es comprensible que no apareciera con nitidez en los videos. Además, el FBI confiscó videos de establecimientos cercanos, como una gasolinera y un hotel, lo que avivó las sospechas. No obstante, cuando estos videos fueron publicados en 2006, tampoco mostraban detalles claros del impacto debido a la distancia y la velocidad.
Mientras que algunos testigos afirman haber visto «un avión pequeño» o incluso un misil, la mayoría de los presentes describen claramente haber visto un avión comercial estrellándose. A pesar de que los detractores de la versión oficial sostienen que no se encontraron suficientes restos del avión o de sus pasajeros, las investigaciones forenses, incluyendo pruebas de ADN, identificaron a casi todos los ocupantes del vuelo 77.
Otro argumento recurrente es que la sección oeste, la cual fue impactada, estaba en proceso de renovación en el momento del ataque y estaba casi vacía. Los teóricos del «trabajo interno» aseguran que esto fue intencional, una decisión del gobierno para minimizar los daños. Sin embargo, esta área estaba siendo reforzada precisamente para resistir ataques de este tipo, lo que contradice la idea de un objetivo cuidadosamente seleccionado para evitar bajas.
La caída de las Torres Gemelas
Uno de los principales argumentos de quienes defienden la teoría de la conspiración sostiene que el colapso de las Torres Gemelas no fue causado por el impacto de los aviones ni por los incendios que siguieron, sino por una demolición controlada. Según esta hipótesis, se habrían utilizado explosivos y un compuesto llamado termita, una mezcla de óxido férrico y aluminio, para cortar las columnas de acero de las torres.
Los detractores de esta teoría argumentan que estos razonamientos no resisten un análisis detallado. Incluso dentro del propio movimiento conspirativo hay quienes critican la idea de la demolición controlada, señalando que debería centrarse en otros aspectos. Aun así, los defensores de esta teoría citan varios indicios que, en su opinión, sugieren que los edificios fueron derribados de forma intencionada.
Uno de estos indicios se encuentra en un artículo científico publicado en febrero de 2009, que afirmaba haber encontrado restos de super-termita en el polvo de las Torres Gemelas. Sin embargo, la publicación ha sido cuestionada, ya que apareció en una revista de tipo «pagar para publicar», que suele difundir teorías no aceptadas por la comunidad científica. La polémica llevó incluso a la dimisión de la redactora jefe de la revista por no haber sido informada previamente.
El físico Steven Jones, uno de los autores del artículo, sostiene que los modelos físicos empleados por el NIST (Instituto Nacional de Estándares y Tecnología) no resultaron en un colapso cuando se simularon los incendios en las torres. Según Jones, la teoría oficial se basa únicamente en modelos computarizados, cuyas simulaciones habrían sido manipuladas para coincidir con los resultados esperados. Además, afirma que no se encontró evidencia física de temperaturas suficientemente altas como para debilitar las estructuras de las torres hasta colapsar.
Otro punto de controversia para los defensores de la conspiración es el caso del pasaporte del presunto secuestrador Satam al Suqami, que, según el gobierno, fue recuperado intacto antes del colapso de la Torre Norte. Argumentan que es prácticamente imposible que el documento haya sobrevivido tanto al impacto del avión como al incendio subsiguiente, aunque reconocen que objetos ligeros pueden salir despedidos antes de ser alcanzados por el fuego.
Una cuestión recurrente es que nunca antes del 11-S se había registrado el colapso de un rascacielos de acero a causa de un incendio, aunque los defensores de la teoría oficial sostienen que el fuego en las torres, combinado con el impacto de los aviones, fue mucho más intenso que cualquier otro registrado. La estructura de acero de las Torres Gemelas era más sensible al calor que, por ejemplo, la del edificio Windsor en Madrid, que contaba con un núcleo de hormigón, lo que lo hizo más resistente al fuego. Sin embargo, el colapso parcial del Windsor refuerza la posibilidad de que las torres también fueran vulnerables al incendio.
El colapso casi vertical de las Torres Gemelas ha sido interpretado como una prueba de una demolición controlada, ya que sostienen que el derrumbe ocurrió en un tiempo cercano a la caída libre, unos 10 segundos. Sin embargo, los defensores de la versión oficial explican el colapso como un derrumbe escalonado, en el que cada piso cedió bajo el peso del siguiente, resultando en un colapso en cadena.
Algunos bomberos reportaron haber escuchado explosiones dentro de las torres antes de su colapso, aunque esto podría deberse a derrumbes parciales o explosiones comunes durante un incendio. Además, el Departamento Sismográfico de la Universidad de Columbia registró actividad sísmica en el momento del colapso, lo que ha llevado a algunos a especular sobre explosiones previas en la base de las torres, aunque esta teoría ha sido desestimada por una mala interpretación de los datos.
El colapso de las torres generó una gran cantidad de escombros, que ardieron durante meses. Los defensores de la conspiración señalan que esto podría ser evidencia del uso de termita, una sustancia que genera temperaturas extremadamente altas y es capaz de cortar acero. Además, se encontraron restos de metal fundido en la base de las torres, lo que refuerza esta teoría.
Finalmente, se ha argumentado que las columnas de las torres fueron cortadas en ángulo, lo que algunos interpretan como una prueba de la intervención de explosivos. Sin embargo, otras fotografías muestran que estos cortes podrían haber sido realizados por los equipos de rescate para facilitar el desmontaje de las estructuras dañadas.
El misterio de la Torre 7 del World Trade Center
Andreas von Bülow, exmiembro del gabinete de Helmut Schmidt y antiguo ministro de Defensa de Alemania, afirmó en una entrevista radial con Alex Jones el 20 de abril de 2006 que los atentados del 11 de septiembre fueron orquestados desde los más altos niveles de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Según su teoría, la Torre 7 del World Trade Center habría sido utilizada como un búnker de comando y posteriormente demolida para eliminar cualquier evidencia de la operación. Von Bülow sostiene que las versiones oficiales sobre los hechos son tan erróneas que sugieren un «trabajo desde adentro».
La Torre 7, de hecho, había sido habilitada como un centro de comando de emergencias por el entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, en junio de 1999. Este centro, ubicado en el piso 23 del edificio, fue creado para coordinar respuestas ante posibles ataques terroristas. Según la hipótesis de von Bülow, este lugar habría sido ideal para controlar remotamente los aviones involucrados en los ataques. Él cree que el atentado involucró dos fases: el control de los aviones y las explosiones dentro de los edificios. Además, von Bülow sugiere que un reducido grupo dentro de la CIA, con la colaboración de los servicios secretos de Arabia Saudita y Pakistán, habría ejecutado el plan.
El colapso de la Torre 7 fue ampliamente documentado por medios de comunicación ese mismo día, con grabaciones de cadenas como CBS y NBC que capturaron el momento. El edificio albergaba importantes oficinas, como la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC), que estaba investigando casos relevantes de corrupción, incluido el de Enron. También contenía un búnker de emergencias de la alcaldía y oficinas del Servicio Secreto de Estados Unidos.
Sin embargo, en agosto de 2008, el Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST) presentó un informe que ofrecía una explicación diferente sobre el colapso del edificio. Según el estudio, los incendios descontrolados en los pisos inferiores, particularmente del 7 al 9 y del 11 al 13, fueron la causa principal del derrumbe, mientras que los daños estructurales causados por los escombros de las torres gemelas tuvieron un impacto menor. El NIST aseguró no haber encontrado evidencias de explosivos, y señaló que la explosión más pequeña capaz de dañar una columna crítica habría generado un sonido entre 130 y 140 decibelios, lo que no fue registrado en ninguna de las cercanías del sitio.
El vuelo 93 de United Airlines: fuera de control
A pesar de que el Informe de la Comisión del 11-S sostiene que el vuelo 93 de United Airlines se estrelló en un campo de Shanksville, Pensilvania, debido al intento de los pasajeros de recuperar el control de la nave, han surgido teorías que aseguran que el avión fue derribado por cazas de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Este vuelo, el cuarto involucrado en los ataques, fue el único que no alcanzó su objetivo, que según las hipótesis podría haber sido el Capitolio o, en menor medida, la Casa Blanca. Cuando el avión se estrelló a las 10:03 de la mañana, los otros tres ya habían impactado en sus blancos: las Torres Gemelas a las 8:46 y 9:03, y el Pentágono a las 9:37. Las primeras informaciones sugirieron que el avión fue abatido como medida de emergencia en un momento de alarma nacional. Sin embargo, esta versión fue rápidamente sustituida por la oficial, que relata una revuelta de los pasajeros contra los secuestradores, base de la película United 93.
Teóricos, como David Ray Griffin, defienden la idea de que el vuelo 93 fue derribado por cazas militares. Se apoyan en testimonios de testigos que afirmaron haber visto aviones cazas persiguiendo al vuelo 93 y haber escuchado explosiones antes de que la aeronave se estrellara. Además, apuntan a la amplia dispersión de los restos del avión como un indicio de un ataque. Un motor de media tonelada fue encontrado a 700 metros del sitio del impacto, y otros restos fueron hallados a más de 10 kilómetros del lugar. También se menciona un vídeo casero que muestra la persecución de dos cazas al avión antes de que este desapareciera entre los árboles.
Por otro lado, estudios como el de Jim Hoffman cuestionan la hora oficial del impacto, retrasándola tres minutos, hasta las 10:06. Aunque las transcripciones oficiales de la cabina de vuelo concluyen a las 10:03, el Centro de Control Aéreo de Cleveland reportó que el vuelo 93 desapareció de los radares a las 10:06. Además, los registros sismológicos señalan un impacto a las 10:06:05, con un margen de error de dos segundos. A pesar de estas discrepancias, el Informe de la Comisión del 11-S ratifica que el impacto ocurrió a las 10:03.
Aunque esta teoría sobre el derribo del vuelo 93 sugiere un encubrimiento, no necesariamente implica que los ataques del 11-S fueran una conspiración interna. La controversia gira más en torno a la posible intención del gobierno de George W. Bush de evitar ser señalado como responsable de la muerte de las 40 personas que iban a bordo.
Teoría sobre las llamadas desde los aviones
Durante los momentos en que los aviones secuestrados por terroristas se mantuvieron en el aire, varios pasajeros y miembros de la tripulación lograron realizar llamadas a familiares y conocidos. Según el informe de la Comisión del 11-S, algunas de estas llamadas fueron hechas desde teléfonos instalados en los aviones, diseñados para funcionar correctamente a altitudes de crucero. Sin embargo, otras fueron realizadas desde teléfonos móviles, los cuales no están optimizados para comunicarse a esa altura. El informe no detalla cuántas de estas llamadas se hicieron desde cada tipo de dispositivo, lo que llevó a muchos medios de comunicación a asumir que un número considerable se realizó desde teléfonos móviles.
Este supuesto generó controversia, ya que varios críticos, como el matemático A. K. Dewdney de Physics911, cuestionaron la viabilidad de mantener una llamada móvil desde un avión comercial volando a gran altura y velocidad. En 2003, Dewdney realizó el Proyecto Aquiles, un experimento que concluyó que la probabilidad de completar una llamada desde un móvil a la altura de crucero de un avión comercial era de solo un 0,6%, lo que lo hacía prácticamente imposible.
Algunos defensores de teorías alternativas también han cuestionado la autenticidad de las conversaciones registradas. Un caso mencionado es el de Mark Bingham, quien llamó a su madre para despedirse durante el secuestro, presentándose con su nombre completo, un hecho que algunos consideran extraño. Sin embargo, su madre declaró en entrevistas posteriores que no vio nada inusual en esa conversación. Otro caso es el de la azafata Madeline Amy Sweeney, quien proporcionó detalles sobre los secuestradores y su ubicación que no coincidían con los datos oficiales y, además, no pudo identificar Manhattan cuando su avión se aproximaba a la ciudad.
Estas irregularidades en las llamadas, sumadas a la supuesta imposibilidad de realizarlas desde la altura en que volaban los aviones, han llevado a algunos detractores de la versión oficial a sugerir que las conversaciones fueron falsificadas. Según ellos, las voces habrían sido imitadas mediante una tecnología existente en ese momento, y las llamadas no habrían sido más que una prueba falsa para encubrir que el secuestro de los aviones y pasajeros nunca ocurrió.
Sin embargo, en 2006, durante el juicio contra Zacarías Moussaoui, el equipo antiterrorista del FBI aclaró que solo dos llamadas hechas desde móviles estaban documentadas. Estas fueron las realizadas por Edward Felt y Cee Cee Lyles, ambas desde el vuelo 93. Las llamadas comenzaron a las 9:58, cuando el avión volaba a una altitud de entre 5,000 y 6,000 pies sobre una zona montañosa. Según el FBI, el vuelo se encontraba sobre una región rural, donde el alcance de las antenas de telefonía móvil puede llegar a los 15 kilómetros, significativamente mayor que el de las antenas en áreas urbanas, donde el rango es menor de 100 metros.
La relación económica entre la familia Bush y los Bin Laden
Varios actores vinculados al Partido Republicano, el Pentágono y las altas finanzas tienen un nexo en común: The Carlyle Group, una gigantesca compañía valorada en aproximadamente 14 mil millones de dólares, que ganó notoriedad tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Este conglomerado incluye entre sus empresas a firmas de relevancia internacional, como The Bin Laden Group, con sede en Riad, Arabia Saudita, y compañías estadounidenses como United Defense Industries (Virginia), Raytheon (Massachusetts) y Arbusto Energy Oil Co (Texas), estableciendo un rastro que conecta a la familia Bush con la familia Bin Laden.
Una de las empresas del conglomerado, The Bin Laden Group, fue el principal contratista civil en la reconstrucción de Kuwait tras la Guerra del Golfo. Desde 1989, existió una relación entre George Bush padre y Salem bin Laden, el hermano mayor de Osama bin Laden, quienes fundaron la compañía petrolera Arbusto Energy Oil Co en Texas. Ambos compartieron intereses en esta empresa hasta que Salem murió en un accidente de aviación en 1993. A partir de ese momento, George Bush padre asumió el control como principal accionista, manteniendo importantes inversiones en Chevron-Texaco.
La conexión entre las familias Bush y Bin Laden también se extendía a la industria armamentista, a través de Raytheon, una empresa que colaboró en la creación de los sistemas de guía para los misiles Tomahawk, lanzados desde plataformas fabricadas por United Defense e instaladas en buques y submarinos de la Marina de EE. UU., así como en bombarderos de la Fuerza Aérea.
Ante el contexto de una posible guerra, ambas familias sabían que las ganancias podrían ser sustanciales. Arbusto Energy se beneficiaría del aumento en el precio del petróleo, mientras que Raytheon vería cómo el valor de sus acciones en el NASDAQ se dispararía, y sus ventas se multiplicarían en un entorno de conflicto bélico.
En su documental Fahrenheit 9/11, el cineasta Michael Moore expuso que el 11 de septiembre de 2001, mientras los atentados ocurrían, George W. Bush estaba reunido con Shafig bin Laden, hermano de Osama bin Laden, en una oficina del Carlyle Group. Según Moore, las causas y consecuencias de los ataques tienen una conexión directa con los vínculos entre las familias Bush y Bin Laden.
Además, informes periodísticos señalaron que firmas como Morgan Stanley Dean Witter & Co y Merrill Lynch obtuvieron significativas ganancias mediante la utilización de una herramienta bursátil conocida como Put Option. Estas empresas compraron acciones de American Airlines entre el 6 y el 10 de septiembre y, semanas después, las vendieron tras el desplome del valor de las acciones debido a los atentados, generando ganancias millonarias. Cabe destacar que ninguno de los altos ejecutivos de ambas firmas estaba presente en sus oficinas durante los ataques, lo que levantó sospechas.
Otra controversia gira en torno a la designación de James Baker, exsecretario de Estado, como enviado especial para Irak. En ese momento, Baker era consejero y socio con una inversión de 180 millones de dólares en The Carlyle Group. Un mes después de su nombramiento, el holding envió una propuesta confidencial al gobierno de Kuwait para proteger sus demandas contra Irak, alertando sobre el riesgo de que las deudas iraquíes fueran condonadas, lo cual afectaría los intereses kuwaitíes. Esto puso a Baker en una posición de conflicto de intereses, al representar tanto a Washington como al Carlyle Group, que buscaba lucrar con el manejo de la deuda iraquí.
Kathleen Clark, profesora de derecho en la Universidad de Washington, señaló que la influencia de Baker en ambas partes de la transacción representaba un claro conflicto ético, ya que mientras debía velar por los intereses de Washington, también estaba alineado con los intereses económicos del grupo.