Joaquín Campos con el obispo indonesio Saku durante una entrevista /Fotografía de Joaquín Campos
Comenzamos con las estadísticas, que tanto gustan, y así nos vamos poniendo en contexto. Indonesia es el país del mundo con mayor número de musulmanes –alrededor de 245 millones–, un 88% del total de la población que sobrepasa ya –y con visos de seguir aumentando en las próximas décadas– los 285 millones de habitantes. El resto de credos por numero de feligreses serían el cristianismo –aunque no estén precisamente unidas sus dos doctrinas principales–, alcanzando unos 30 millones de practicantes, con el protestantismo asumiendo el 7% cuando el catolicismo supera a duras penas el 3%, lo que vendría a significar poco más de ocho millones de seguidores. La última religión en importancia sería el animismo, que en Yakarta prefieren llamar hinduismo, que aunque no llegue al 2%, la práctica totalidad de sus devotos se concentran en la mundialmente conocida isla de Bali, cuestión que no es para nada baladí en un país que preferiría que sus habitantes sólo siguieran a Mahoma.
En resumidas cuentas: si sumáramos a católicos y protestantes, que en Indonesia sólo se unen para celebrar la Navidad –y esta desunión al mundo musulmán le fascina–, el número de cristianos en este país sería, numéricamente hablando, el segundo mayor del sudeste asiático tras Filipinas, cuando en toda Asia sólo les supera ese mismo país además de China. Y sí, aunque Timor Leste sea un país completamente católico –prácticamente el 100% de sus habitantes adoran al Papa Francisco que les visitó el mes pasado– su millón y medio de habitantes le mantienen alejados de los titulares más rimbombantes.
Los católicos indonesios se concentran en la mitad de la isla –a su provincia la llaman Nusa Tenggara Oriental– que a su vez aloja a Timor Oriental como nación independiente –país casi recién nacido, ya que fue oficializado en 2002– además de en su máximo bastión: la isla de Flores, único lugar del país con mayoría católica, con el 70% de la población favorable al Vaticano. En la Papúa indonesia de mayoría cristiana es el protestantismo la religión predominante así como en las Islas Célebes (Sulawesi en lengua local) donde algo menos de 200.000 habitantes veneran el catolicismo, muy en minoría, con algo menos del 2% de la población.
Dejándonos ya de datos y yendo al centro del problema –porque hay un problema–, Indonesia, como no debería sorprendernos, no valora ni apoya al resto de religiones como sí lo hace con la musulmana, la cual considera propia, autóctona, y como no, nacional. Para entenderlo de una manera más concreta, en las demarcaciones del país donde otros credos son más valorados que el Corán los representantes de esas iglesias deben estar unidos a Yakarta, o sea, ningún insurgente o crítico con las políticas del país podría tomar el mando de nada que pusiera en jaque a Indonesia. O dicho de otro modo: los cristianos están atados de pies y manos además de controlados por el gobierno central indonesio, que aunque les permita practicar su creencia, están supervisados y alejados de cualquier atisbo de revuelta. Y sí, el pasado mes de septiembre Prabowo Subianto, nuevo presidente del país, fue el primero en acudir a rendir pleitesía a la llegada del Papa Francisco, que anduvo de visita oficial por Indonesia, Papúa y Timor Leste, entendiendo que la imagen pública del país de cara al exterior estaba siendo examinada con lupa. Pero lo vamos a dejar bien claro: el Vaticano no decide en Indonesia como tampoco lo hace en China. Es Yakarta –como Pekín en la República Popular– la que determina quiénes de los representantes del resto de religiones son más maleables, o al menos, menos guerrilleros para auparles a los cargos oficiales.
En una entrevista que realicé hace un año al obispo Dominico Saku de la ciudad de Atambua, éste me aseguró que desde 2016 las relaciones con Yakarta han ido a peor. Como ejemplo ponía que en la isla de Java, donde el catolicismo es inmensa minoría, aunque recibas el sí del Ministerio de Religiones para un nuevo proyecto, levantar una simple parroquia puede llegar a tardar unos 15 años. Como ejemplo, la catedral de Kupang, ciudad más importante de la zona fronteriza con Timor, que estuvo varios meses esperando la licencia de apertura para poder oficiar misas y bautizos cuando llevaba meses completamente terminada.
Además, el obispo Saku se quejaba de que en la isla de Java, que acoge a la mayoría de habitantes del país, y sobre todo, a las capitales más importantes (Yakarta, Surabaya, Bekasi, Bandung), en realidad, donde se toman las decisiones esenciales, a veces los autóctonos practican contra los cristianos radicalismo, extremismo e intolerancia. Hace sólo tres años dos personas en motocicleta, que según se informó de manera oficial pertenecían al Estado Islámico, detonaron un explosivo en la catedral de la ciudad de Makassar –en realidad se inmolaron, ya que fueron los únicos fallecidos–; los heridos alcanzaron la treintena: era el primer día de la celebración de la Semana Santa, la cual quedó prácticamente clausurada.
Sin embargo, no hay que alejarse mucho en el tiempo para corroborar que el cristianismo está en el punto de mira de los más radicales indonesios. En 2018, una serie de ataques suicidas contra iglesias acabaron con la vida de trece personas cuando los heridos sobrepasaron el medio centenar. Aquel atentado fue reconocido por el ISIS. Como es bien sabido, no existen atentados al contrario: en las mezquitas jamás se han recibido ataques del resto de religiones.
Aunque el mayor problema para los cristianos se encuentra en Banda Aceh, la ciudad más al oeste del país –perteneciente a la provincia de Aceh–, tristemente conocida por el tsunami de 2004 que la desfiguró por completo generando miles de fallecidos. Allí, donde el integrismo islámico domina cualquier estrato social –incluido el político–, ser cristiano es una profesión de altísimo riesgo. Son numerosos los ataques contra seguidores de la fe de Cristo. Además, hay que recordar que en la provincia de Aceh se rigen por la sharía.
La isla de las Flores
El caso contrario, sin lugar a dudas, lo ofrece la isla de Flores, una de las 17.000 islas que conforman tan vasto archipiélago donde el 70% de sus habitantes son católicos. Coincide que Flores es uno de los lugares más pobres del país donde sus habitantes se quejan de la falta de infraestructura. ¿Casualidad? Pero curiosamente en el seminario diocesano de Ritapiret, con más de setenta años de historia, ya se han graduado 13 obispos, casi 600 sacerdotes y 23 diáconos. Por eso la citada isla es considerada el mayor seminario del mundo, seguido por el de la ciudad mejicana de Guadalajara.
Otra molestia para Yakarta es comprobar cómo los católicos indonesios se asocian con suma facilidad con sus vecinos de Timor Leste, con los que organizan misas multitudinarias. La construcción de una gigantesca Virgen Maria cerca de la frontera con Timor aunque dentro de la provincia indonesia de Nusa Tenggara Oriental, que quiere emular al Cristo Corcovado en Río de Janeiro, tiene un fin concreto: que se convierta en un lugar de peregrinación no sólo para católicos indonesios sino para seguidores de la doctrina de Cristo de cualquier parte del mundo. El proyecto está prácticamente finalizado, y por lo pronto, se espera que cientos de miles de sus vecinos timorenses comiencen a visitarlo.
Indonesia, además de musulmana en su inmensa mayoría, es una nación donde no se permiten nacionalizados. Es un país complejo, superpoblado y con infraestructuras mal pensadas, donde es habitual que dejar paso a una ambulancia, si estás conduciendo, sea menos habitual que hacerlo a los numerosos coches oficiales, que para no quedar obstruidos, fuerzan al resto de vehículos con sus rimbombantes sirenas a apartarse en lo más parecida a la selva.
Otro dato que discrimina religiosamente es corroborar como buena parte de los funcionarios sean siempre musulmanes aunque la oficina gubernamental esté en zonas del país de mayoría cristiana. Sin embargo, en Java y Sumatra, por citar sólo dos ejemplos, se cuentan con los dedos de una mano los funcionarios que profesan otra religión que no sea la islámica.
Lo que debe quedar claro es que Indonesia sigue siendo un país en vías de desarrollo, donde el gobierno de Yakarta influye sobremanera en la estabilidad económica y social –dos ejemplos: se permite el trabajo en negro y la gasolina está fuertemente subvencionada para que se siga facturando–, y que gracias al florecimiento económico de casi toda Asia, hasta ahora, está permitiendo que las sombras muy visibles que genera el islamismo sobre el resto de doctrinas no sean más que una bomba de relojería sin mecha, que si no a punto de estallar, sigue siendo un riesgo de cara al futuro.