Hace una década, el nacionalismo catalán estaba en plena efervescencia. La sentencia del Tribunal Constitucional de 2010, que recortó el Estatuto de Autonomía de Cataluña, encendió una chispa que culminó en el referéndum unilateral de independencia de 2017 y en una breve, pero significativa, declaración de independencia.
Desde entonces, el proyecto independentista ha quedado atrapado en un bucle de contradicciones, promesas incumplidas y desilusión ciudadana. A lo largo de estos diez años, el nacionalismo catalán ha pasado de ser una fuerza cohesionada a un movimiento fragmentado, sumido en divisiones y en el agotamiento.
Los partidos que en el pasado compartían un mismo objetivo ahora protagonizan luchas internas que diluyen la fuerza de un mensaje que, aunque sigue resonando entre sectores de la población, ha perdido impulso. El enfrentamiento entre Esquerra Republicana (ERC) y Junts refleja esta fragmentación. Mientras ERC aboga por el pragmatismo y el diálogo con el gobierno central, Junts, liderado desde el exilio por Carles Puigdemont, sigue aferrado al sueño de una independencia unilateral, sin un plan claro ni apoyo internacional.
La realidad es que el independentismo se ha mostrado incapaz de ofrecer una hoja de ruta realista. En 2017, el gobierno catalán prometió un Estado propio, pero tras la declaración de independencia, no hubo un plan B. La intervención del gobierno español bajo el artículo 155 dejó al independentismo sin margen de maniobra, y sus líderes acabaron en la cárcel o en el exilio. Hoy en día, las promesas de aquellos días suenan vacías para muchos catalanes que, cansados de las confrontaciones políticas y de las promesas incumplidas, se enfrentan a una desilusión palpable.
¿Tiene futuro el nacionalismo catalán?
La mesa de diálogo abierta entre el gobierno de Pedro Sánchez y la Generalitat ha sido vista como una oportunidad por algunos, pero como una traición por otros. A pesar de las buenas intenciones, los avances han sido limitados, y los independentistas radicales no confían en soluciones pactadas. En este escenario, los partidos han mostrado más interés en mantener su cuota de poder que en avanzar en un proyecto que sea creíble y realizable.
Mientras tanto, el nacionalismo catalán se ha estancado. La estrategia del «día a día» ha sustituido la ambición de independencia, y la ciudadanía, cada vez más dividida, parece estar despertando del sueño independentista. Sin un liderazgo claro ni un plan realista, el futuro del nacionalismo catalán se vislumbra cada vez más incierto. Las grandes promesas de hace una década han quedado reducidas a una política de gestos vacíos y expectativas frustradas.
El nacionalismo catalán, como otros movimientos nacionalistas, se basa en una serie de mitos históricos que refuerzan su narrativa de una identidad nacional diferenciada y justificada a lo largo de los siglos. Estos mitos, que combinan elementos históricos con interpretaciones simbólicas o emocionales, han sido utilizados para construir una conciencia colectiva sobre el pasado de Cataluña, alimentando tanto su sentido de particularidad como sus reivindicaciones políticas contemporáneas.
Mito número 1: la plenitud de la soberanía catalana
Uno de los mitos centrales es la idea de que Cataluña disfrutó de un periodo de soberanía plena en la Edad Media. Se destaca la Confederación Catalano-Aragonesa, también conocida como Corona de Aragón, en la que Cataluña habría sido un estado autónomo dentro de una confederación con Aragón. Los nacionalistas catalanes suelen enfatizar que, durante este periodo, Cataluña tenía sus propias instituciones, como las Cortes Catalanas (uno de los parlamentos más antiguos de Europa) y la Generalitat de Cataluña, lo que refuerza la idea de un pasado de autogobierno.
Este mito tiende a subrayar la importancia de la participación catalana en la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, con conquistas y colonias en lugares como Sicilia, Cerdeña y Nápoles. Sin embargo, la visión idealizada de una Cataluña completamente independiente y poderosa en ese tiempo no refleja del todo la realidad política, ya que la Corona de Aragón era una entidad compuesta por varios territorios con una estructura política compleja, donde Cataluña no tenía independencia plena.
Mito número 2: El renacimiento de la lengua y la cultura: la Renaixença
Otro mito central en el nacionalismo catalán es la idea del renacimiento cultural catalán en el siglo XIX, conocido como la Renaixença. Esta narrativa se construye en torno al renacimiento de la lengua catalana, que, según los nacionalistas, habría estado oprimida y marginada durante siglos de centralismo español. La Renaixença, con figuras literarias como Jacint Verdaguer y Ángel Guimerà, se presenta como un resurgimiento de la conciencia nacional catalana a través de la cultura.
Este mito refuerza la idea de que el catalán es un idioma antiguo y valioso que ha resistido intentos de asimilación. Aunque la lengua catalana ciertamente ha pasado por momentos de marginalización, la imagen de una persecución constante y sistemática no siempre es histórica, sino que responde a una narrativa más emocional sobre la resistencia cultural.
Mito número 3: La Guerra de Sucesión Española y el 11 de septiembre de 1714
Otro mito crucial es la interpretación de la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) y la caída de Barcelona ante las tropas borbónicas el 11 de septiembre de 1714. Para los nacionalistas catalanes, esta fecha simboliza la pérdida de las libertades y la autonomía catalana, ya que, tras la victoria de Felipe V, se implantaron los Decretos de Nueva Planta, que abolieron las instituciones catalanas y centralizaron el poder en Madrid. Este evento ha sido reinterpretado como una «derrota nacional» y se conmemora cada año como la Diada, la fiesta nacional de Cataluña.
La Guerra de Sucesión fue, en esencia, un conflicto europeo por la sucesión al trono español, en el que Cataluña apoyó al archiduque Carlos de Austria contra Felipe V, pero la interpretación nacionalista se enfoca en el carácter defensivo de Cataluña y la pérdida de sus derechos frente a una monarquía centralista. Esta lectura ha sido cuestionada por historiadores, ya que el conflicto no fue estrictamente una guerra entre España y Cataluña, sino un enfrentamiento más amplio dentro de la Europa de la época.
Mito número 4: La Revolución Catalana de 1640 y la Guerra dels Segadors
El levantamiento catalán de 1640, conocido como la Guerra dels Segadors, es otro mito recurrente. En aquel conflicto, Cataluña se sublevó contra la Monarquía Hispánica, buscando el apoyo de Francia, lo que desembocó en una guerra que fue parte del contexto más amplio de la Guerra de los Treinta Años. El himno nacional de Cataluña, «Els Segadors», se inspira en este conflicto y narra cómo los campesinos catalanes lucharon contra la opresión del gobierno central.
La Guerra dels Segadors es vista como una defensa de la libertad y las instituciones catalanas frente al centralismo. Sin embargo, como en otros casos, este conflicto no fue un levantamiento exclusivamente nacionalista, sino que estuvo influido por factores más amplios, como la crisis económica y las tensiones políticas internacionales de la época.
En la actualidad el sentimiento de la población catalana que se identificaba como “sólo catalán” ha tocado sus cifras más bajas, apenas el 10% de los que viven en Cataluña se identifican como una nación única y aparte. Es decir, los catalanes han ido olvidando la idea de una Cataluña dependiente y han vuelto al camino de sentirse español y catalán.
A pesar de este bajón de cifras y de sentimentalismo nacional, la realidad es que esta discurso sigue siendo el eje central del PSOE con Cataluña para pactar y encontrar apoyos en el Congreso, a pesar de que este premisa dentro de los catalanes deja de ser cada día más una realidad.