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A lo largo de décadas de gobierno, los líderes socialistas han enfrentado acusaciones de corrupción, decisiones controvertidas en materia económica y social, y una gestión política que a menudo ha generado críticas por su falta de transparencia y su desconexión con las bases del partido.
Durante años, distintos dirigentes han sido señalados por utilizar su influencia para controlar el relato mediático, estableciendo una narrativa favorable mientras sofocaban voces críticas. Desde presiones directas a medios independientes hasta la concesión de contratos publicitarios como herramienta de recompensa o castigo, la gestión del PSOE en esta área ha levantado serias dudas sobre su compromiso con una prensa verdaderamente libre. En una sociedad donde la información debería ser un pilar de la democracia, estas prácticas revelan un intento de moldear la opinión pública para blindarse de los errores propios y perpetuar su hegemonía.
Felipe González: del éxito a las sombras más oscuras
Felipe González lideró el Gobierno español durante catorce años, convirtiéndose en el presidente más longevo del siglo XX. Su trayectoria, marcada por cuatro legislaturas consecutivas, incluyó mayorías absolutas en 1986 y 1989, y una relativa en 1993. Durante este extenso periodo, impulsó reformas clave en busca de modernizar la economía, reorganizar los servicios públicos y consolidar el modelo autonómico. Sin embargo, el balance de su gestión estuvo lejos de ser unánimemente positivo.
Su mandato estuvo empañado por numerosos casos de corrupción que desgastaron la confianza en su Gobierno. Escándalos como los de Filesa, Ibercorp, Time Export, y nombres como el hermano de Alfonso Guerra o altos cargos relacionados con instituciones como la Cruz Roja y Renfe, llenaron titulares durante años. La sombra de la corrupción se convirtió en una constante que minaba la credibilidad del Ejecutivo socialista.
La represión de los medios de comunicación
El por entonces dirigente del socialista gozaba de una mayoría absoluta y aplastante respecto a la oposición, por lo que no tuvo problemas a la hora de tomar decisiones. Sin embargo, el nuevo Gobierno no dudó en atacar a la prensa que, en un principio, había remado a favor. Así, las cabeceras molestas fueron desapareciendo como Pueblo o El Alcazar, aunque otras como El Mundo sobrevivieron a la quema de brujas.
Por otro lado, también tomaron represalias contra la radio debido al exacerbado temor del presidente a las críticas. En este sentido, los medios de comunicación se convirtieron en un “peligro” que el socialista no podía permitir.
La caída de «Pueblo» y la represión de medios
El fin del diario Pueblo se convirtió en un símbolo del complejo arranque del Gobierno socialista en materia de comunicación. Aunque contaban con una cómoda mayoría absoluta, los primeros meses estuvieron marcados por decisiones controvertidas y críticas tanto de la oposición como de los propios medios.
Nada más asumir el poder, el Ejecutivo anunció su intención de desmantelar la red estatal de periódicos, agrupada bajo los Medios de Comunicación Social del Estado (MCSE), a la que pertenecía Pueblo. La ley que eliminaba el organismo autónomo ya había sido aprobada meses antes, pero el nuevo Gobierno aceleró el proceso para convertir la teoría en práctica, incluyendo subastas de periódicos y fórmulas como cooperativas lideradas por los propios trabajadores.
El 18 de enero de 1983, Manuel Fraga, líder de Alianza Popular, encendió el debate al criticar las políticas informativas del Gobierno en un encuentro con periodistas. Además, acusó al Ejecutivo de reinstaurar consignas en los medios estatales. Las tensiones aumentaron con la supresión de programas como La Clave en televisión, mientras en la prensa estatal se esperaba una definición más clara de los acontecimientos.
En marzo, la oposición endureció sus ataques, acusando al Gobierno de dirigir la línea editorial de los periódicos estatales mediante una supuesta «agencia de prensa encubierta». Esta afirmación golpeaba directamente a la imagen socialista en un contexto donde las acusaciones de control informativo resonaban con especial fuerza.
En mayo de 1983, el ministro de Cultura, Javier Solana, anunció en el Parlamento que todos los periódicos estatales pasarían a manos privadas antes de un año. Poco después, el Gobierno fijó la fecha límite: 17 de mayo de 1984. Sin embargo, el caso de Pueblo era diferente. Por su origen sindical y la naturaleza de sus bienes, su futuro debía negociarse con las centrales sindicales.
Finalmente, el 17 de mayo de 1984, el Gobierno culminó el proceso de liquidación de los MCSE con subastas de las cabeceras. Pero Pueblo, debido a su inviabilidad económica y particular estatuto, fue cerrado. El cierre afectó a los 650 trabajadores, que tuvieron la opción de incorporarse a la Administración como personal laboral o aceptar indemnizaciones. En total, cerca de 3.000 empleados de los periódicos estatales aceptaron estas condiciones tras la reestructuración.
La liquidación de los MCSE dejó una herida abierta en el Gobierno socialista, que enfrentó duras críticas de la oposición y cuestionamientos sobre su capacidad para gestionar la política informativa en un periodo de transformaciones históricas.
Ataques contra “El Mundo”
El periódico, dirigido entonces por Pedro J. Ramírez, había puesto al Gobierno socialista contra las cuerdas con una serie de reportajes que incluían las revelaciones del caso Marey, relacionadas con los GAL. Estas informaciones socavaron al PSOE, contribuyendo a la victoria del Partido Popular en 1996, la primera vez que los populares llegaron al poder. Desde el entorno socialista, la tensión con el medio era evidente, al punto de que González lo apodó despectivamente como “inmundo”.
La enemistad con El Mundo no se limitó a palabras. Felipe González llegó a imponer un veto a las relaciones entre el PSOE y el periódico, medida que continuó durante años, incluso después de que José Luis Rodríguez Zapatero asumiera el liderazgo del partido. Esta postura contaba con el respaldo de figuras clave como Juan Luis Cebrián, entonces al frente del Grupo Prisa, lo que intensificó el aislamiento mediático hacia el diario.
Ya en la década de 2010, González mantuvo sus reproches hacia el periódico, entonces propiedad de Unidad Editorial, consolidando un enfrentamiento que atravesó décadas y marcó profundamente las relaciones entre el expresidente, el PSOE y el medio que, en su opinión, buscaba algo más que un cambio de Gobierno: amenazaba los pilares de la democracia española.
El silenciamiento de las radios
A finales de los años 80, en pleno Gobierno socialista, las radios libres y comunitarias, surgidas con fuerza durante la transición democrática, vivieron una etapa de represión disfrazada de reordenación del espectro radioeléctrico. Lejos de utilizar medidas abiertamente coercitivas como cierres o sanciones directas, el Ejecutivo optó por un marco legislativo que asfixiaba este movimiento. La Ley Orgánica de Telecomunicaciones (LOT), aprobada el 18 de diciembre de 1987, marcó un punto de inflexión que puso a estas emisoras en jaque.
La nueva normativa endureció las penas para las emisoras sin licencia, estableciendo multas millonarias e incluso penas de cárcel. Aunque se abrió un concurso público para regularizar su situación, el proceso dejó en evidencia la intención gubernamental.
La ley no solo dividió al movimiento de las radios libres, sino que generó desconfianza y debilitó las estrategias colectivas. En Madrid, por ejemplo, las emisoras se agruparon en dos bloques principales: la Federación de Radios Libres de la Comunidad de Madrid (FERALICOMA), con emisoras como Radio Ritmo y Radio Jabato, y la Agrupación de Asociaciones Culturales, que incluía a Radio Vallekas y Radio Morata. A pesar de sus esfuerzos, el movimiento fue fragmentado y sofocado por un marco legal que privilegiaba intereses empresariales consolidados.
El enfoque del Gobierno socialista hacia las radios libres fue descrito como un intento de proteger intereses privados utilizando recursos públicos. En palabras de una diputada socialista de la época, las negociaciones sobre la ley se llevaron a cabo principalmente con empresarios del sector, dejando de lado las voces del movimiento comunitario. Este contexto dio pie a la denominada «Operación Arco Iris», según la cual las concesiones habrían sido monopolizadas por unos pocos actores privilegiados.
Zapatero: símbolo de avance social y desastre económico
José Luis Rodríguez Zapatero marcó una etapa clave en la política española como quinto presidente del Gobierno tras la transición democrática. Al frente del Partido Socialista Obrero Español, que lideró como secretario general entre 2000 y 2012, su gestión estuvo dividida en dos mandatos que reflejaron tanto avances sociales como la sombra de una crisis económica global.
En su primera legislatura (2004-2008), impulsó un programa progresista que dejó huella en áreas como igualdad de género, derechos civiles y memoria histórica. Entre las medidas más destacadas de su gobierno figuran la retirada de las tropas españolas de Irak, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, y la creación de la Ley Integral contra la Violencia de Género.
Sin embargo, su segundo mandato, iniciado en 2008, estuvo profundamente condicionado por la crisis financiera global. La debacle del sector inmobiliario y el colapso del sistema financiero golpearon con fuerza a España, desencadenando una recesión que eclipsó los logros iniciales y puso a prueba su liderazgo.
La negación de la crisis y un mal uso de los medios
Durante los primeros meses de la crisis financiera global, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero adoptó una estrategia que, con el tiempo, se revelaría como un error crucial: negar la existencia de una crisis económica. Entre agosto de 2007, cuando estalló la burbuja de las hipotecas subprime en Estados Unidos, y julio de 2008, el Ejecutivo español se aferró a un discurso que evitaba cualquier alusión directa a la palabra «crisis». En su lugar, hablaron de una «desaceleración económica», un término que buscaba tranquilizar a la opinión pública y proteger el modelo de crecimiento basado en el sector inmobiliario.
El 9 de julio de 2008, Zapatero rompió por primera vez este silencio semántico al referirse en televisión a lo que llamó “esta crisis, como ustedes quieren que diga”. Sin embargo, para entonces, los mercados ya daban señales claras de recesión: los servicios de estudios del BBVA advertían de un deterioro económico severo, mientras otros informes internacionales calificaban a España como «en recesión». La burbuja inmobiliaria, que sostenía gran parte del crecimiento económico, terminó por estallar, dejando al país en una situación económica crítica.
La estrategia de comunicación, diseñada para evitar alarmar a la ciudadanía antes de las elecciones de marzo de 2008, contribuyó a una percepción de estabilidad económica que resultó insostenible. En un debate electoral ampliamente seguido, el vicepresidente económico Pedro Solbes defendió esa visión optimista.
Cuando en septiembre de 2008 la quiebra de Lehman Brothers hizo evidente la magnitud de la crisis global, la respuesta del Gobierno español fue tardía e improvisada. Se recurrió a medidas, que, lejos de solucionar el problema, agravaron el endeudamiento del país. La falta de un diagnóstico claro y una comunicación adecuada para preparar a la población llevó a que España enfrentara la recesión sin las herramientas necesarias.
Entre 2009 y 2010, las consecuencias se hicieron palpables: la pérdida de dos millones de empleos, un déficit público disparado al 11,3% y un sistema financiero al borde del colapso. Cuando en mayo de 2010 Zapatero anunció en el Congreso los recortes sociales más duros de la democracia, la opinión pública, no preparada para asumir malas noticias, reaccionó con rechazo.
El ego de Sánchez y el atentado contra la prensa
Pedro Sánchez Pérez-Castejón, economista y político madrileño, se ha consolidado como una figura clave en la política española contemporánea. Desde su ascenso como secretario general del PSOE en 2014, pasando por su destitución en 2016 y su regreso en 2017, hasta convertirse en presidente del Gobierno tras la moción de censura de 2018, su trayectoria ha estado marcada por desafíos internos y externos.
Durante su gestión, lideró iniciativas como la exhumación de Francisco Franco, la regulación de la eutanasia y la respuesta al COVID-19, además de afrontar tensiones diplomáticas y crisis internas. En noviembre de 2023, Sánchez fue reelegido presidente tras una compleja negociación política que incluyó pactos históricos y la controvertida amnistía para los implicados en el procés catalán.
Ataque a la libertad de prensa
El Gobierno de Pedro Sánchez ha desatado un intenso debate con la presentación de su “Plan de Acción por la Democracia”, un ambicioso programa con 31 propuestas que, según el Ejecutivo, busca actualizar el marco legal sobre derechos fundamentales. Entre las medidas destacan la creación de un registro de medios de comunicación, la reforma de leyes orgánicas del derecho al honor y la rectificación, así como una revisión profunda del Código Penal para eliminar delitos como las injurias a la Corona o las ofensas a sentimientos religiosos.
Aunque aún es una declaración de intenciones que podría tardar años en materializarse, las críticas no se han hecho esperar. Desde sectores de la prensa, especialmente aquellos críticos con el Gobierno, se acusa al Ejecutivo de intentar controlar los medios bajo el pretexto de combatir las fake news. Se cuestiona, por ejemplo, la independencia del organismo encargado del futuro registro, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, encabezada por una persona cercana a Sánchez.
El plan incluye también reformas en la Ley de Publicidad Institucional para limitar el financiamiento público de medios que difundan información falsa, según el Gobierno, y revisar los sistemas de medición de audiencias. Además, plantea la obligatoriedad de debates anuales sobre el estado de la nación y una mayor transparencia en encuestas electorales.
En medio de la controversia, el Ejecutivo defiende que estas reformas se alinean con estándares internacionales y el marco del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. No obstante, la oposición y sectores mediáticos alertan sobre un posible retroceso en la libertad de prensa y el derecho a la información, pilares fundamentales de la democracia.