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15 Feb 2025
15 Feb 2025
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 La fuga de los monstruos del nazismo

Tras la caída de Hitler, miles de alemanes huyeron de su país por temor a las represalias debido a los crímenes cometidos contra el pueblo judío
Hitler en una calle

Imagen: Hitler con soldados I RTVE

La llegada de Adolf Hitler al poder en 1933 impulsó un flujo migratorio hacia Argentina. Entre 30.000 y 40.000 alemanes huyeron hacia el país sudamericano, perseguidos por razones políticas o raciales, incluyendo una importante cantidad de judíos. A partir de 1938, se calcula que aproximadamente 2.000 judíos austríacos lograron escapar de la persecución nazi y encontraron refugio en Argentina, más que en cualquier otro país de América Latina.

La posguerra y la inmigración alemana

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, la emigración alemana y austríaca a Argentina se reactivó. Entre 1946 y 1955, más de 66.000 personas nacidas en Alemania llegaron al país, aunque muchos no se establecieron de forma permanente. En el caso de Austria, se registraron alrededor de 13.900 inmigrantes durante ese mismo periodo. Además, los «alemanes étnicos» provenientes de países como Polonia, Hungría, Yugoslavia y Rumania complicaron la recopilación de datos estadísticos precisos debido a la diversidad de orígenes y nacionalidades.

Según estimaciones de expertos, entre 300 y 800 altos funcionarios nazis, incluidos 50 criminales de guerra, emigraron a Argentina tras 1945. Entre ellos, muchos utilizaron identidades falsas para ocultar su pasado. La comisión CEANA (Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en Argentina) identificó al menos 180 casos de notorios criminales de guerra que se refugiaron en el país. Sin embargo, las cifras exactas siguen siendo objeto de controversia debido a intereses políticos opuestos.

La era Perón y su impacto en la inmigración

La política migratoria argentina en el periodo de posguerra estuvo estrechamente vinculada al régimen de Juan Domingo Perón. Su ascenso político comenzó en 1943 como ministro de Trabajo de la Junta Militar. Mediante reformas favorables a los trabajadores y con el apoyo de su esposa, Eva Perón, logró ganarse el respaldo de las clases populares. Evita se convirtió en un símbolo de los «descamisados», mientras que Perón consolidaba su liderazgo político con el apoyo de diversas comunidades, incluida la alemana. En 1946, tras su victoria electoral, Perón adoptó políticas que facilitaron la llegada de inmigrantes europeos, entre ellos muchos perseguidos por la Segunda Guerra Mundial.

Juan Domingo Perón siempre manifestó admiración por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Esa afinidad se tradujo en políticas que beneficiaron a los inmigrantes de habla alemana tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Al anunciar su primer plan quinquenal (1947-1951), el mandatario hizo un llamado especial a inmigrantes de origen alemán e italiano, con la intención de integrarlos en el proceso de modernización del ejército y la industrialización del país.

Para respaldar esta estrategia, se establecieron cuarenta directivas específicas para regular la inmigración, buscando atraer a profesionales calificados y facilitar su integración. La selección de inmigrantes se centró en criterios culturales y lingüísticos, favoreciendo a aquellos con educación formal, origen europeo, religión católica y, de preferencia, hablantes de lenguas romances. Este enfoque excluyó de manera deliberada a asiáticos y personas de origen africano, al considerarlos “difíciles de asimilar” según los parámetros de la época.

Prácticas flexibles y beneficiarios controvertidos

Aunque las leyes migratorias oficiales eran estrictas, la práctica en Argentina resultaba más flexible. Muchas veces, las autoridades «miraban hacia otro lado», permitiendo la entrada de inmigrantes que no cumplían con todos los requisitos establecidos. Entre los beneficiados estuvo Wilfred von Oven, quien había sido secretario de prensa de Joseph Goebbels. Él, como otros exmiembros de las SS, encontró en Argentina la oportunidad de comenzar de nuevo, aprovechando la política de Perón de atraer talento sin importar filiaciones políticas pasadas.

Según von Oven, Perón estaba más interesado en la capacidad técnica y los conocimientos de los inmigrantes que en su ideología. Esto permitió que incluso nazis y criminales de guerra se establecieran en el país.

Lista de algunos alemanes nazis refugiados en España

  • Karl Albrecht: amigo personal de Adolf Hitler; presidente de la Cámara de Comercio alemana en Madrid.
  • Karl Andress Moser: propietario de los laboratorios Merck.
  • Robert Baalk
  • Walter Bastian: director de la agencia de noticias nazi «Transocean» en Madrid.
  • Hans Becker Wolf: representante del Nationalsozialistische Volkswohlfahrt (NSV) en Barcelona.
  • Wilhelm Beisel Heuss: jefe del Partido nazi en San Sebastián y delegado de propaganda para el norte de España.
  • Johannes E.F. Bernhardt: empresario alemán, dirigente del conglomerado empresarial SOFINDUS.
  • Carlos Blienz: empresario radicado en Madrid.
  • Leonhard Bodemüller: miembro de la secretaría consular alemana de Barcelona.
  • Josef Boogen: miembro del Partido Nazi, dedicado a actividades de espionaje.
  • Kurt Bormann: propietario de una empresa de seguros y agente de la Gestapo.
  • Franz Brey: antiguo piloto de la Legión Cóndor, condecorado con la Medalla Militar.
  • Eduard Bunge: antiguo cónsul alemán en Bilbao.
  • Friedhelm Burbach: antiguo cónsul alemán en Bilbao.
  • Adolf Clauss: hijo del cónsul alemán en Huelva, relacionado con actividades de sabotaje.
  • Ludwig Clauss: hijo del cónsul alemán en Huelva, acusado de sabotaje a los envíos de suministros aliados.
  • Hans (Johannes) Dede: cónsul alemán en Mallorca.
  • Georg Demmel: empresario alemán en Bilbao, supuesto agente del SD.
  • Hubert Dencker: adjunto de la oficina de policía de la embajada alemana en Barcelona.
  • Arthur Dietrich: adjunto de prensa en la embajada alemana.
  • Gustav Draeger: cónsul alemán en Sevilla y jefe del servicio de espionaje militar en el suroeste de España.
  • Patrick/Patricio A. Drexel
  • Fritz Otto Eichlert: secretario consular en Barcelona.
  • Hans Engelhorn: copropietario de «Boehringer».
  • Eugene Erhardt
  • Robert Fix: miembro de la embajada alemana en Madrid.
  • Carlos Horst Alberto Fuldner: agente del SD, posteriormente miembro del «Servicio de Informaciones de la Casa Rosada» argentino.
  • Erich Gabelt: antiguo miembro de la Legión Cóndor.
  • Alfred Giese Hausmann: antiguo miembro de la Legión Cóndor.
  • Heribert/Herbert Gloss: representante de la Deutsche Reichsbahn en Barcelona.
  • Hermann Goeritz: vicecónsul alemán en Tánger, relacionado con redes de espionaje en el norte de África.
  • Domingo Gruetzner: agente de la Gestapo destinado en Barcelona.
  • Hubert Hahn: miembro del SD.
  • Hans Heinemann: miembro del Partido Nazi, acusado de crear una red de espionaje nazi que operaba en Francia, Córcega y España.
  • Otto Hinrichsen: agente del Abwehr en Bilbao.
  • Andrés Martín Hoffmann: empresario en Madrid.
  • Hans Hoffmann: intérprete de la División Azul, posteriormente cónsul honorario de Alemania en Málaga.
  • Hans Huber: trabajador de la embajada, gerente de una empresa química.
  • Walter Junghans: agente de la Gestapo, propietario de un bar en Madrid.
  • Hans Juretschke: jefe adjunto de la sección cultural de la embajada alemana.

La red de huida de los nazis a través de Tirol

Por otro lado, al término de la Segunda Guerra Mundial, un grupo compacto de nazis austríacos de alto rango, vinculados al NSDAP y a las SS, mantuvo su cohesión mientras planeaban su huida. Provenientes del Tirol, región clave para los nacionalsocialistas austríacos, este círculo de colaboradores cercanos utilizó contactos previos y rutas clandestinas para escapar. Según un informe de la policía federal de Innsbruck de 1948, los fugitivos eran “todos miembros de las SS, funcionarios del ex NSDAP o implicados en los pogromos judíos”.

El sur del Tirol se convirtió en un refugio estratégico gracias a la cercanía geográfica y a la red de apoyo formada por antiguos camaradas. Desde allí, facilitaron la salida de exmiembros de las SS hacia Italia, con destino final en Argentina.

Bariloche: el refugio de los prófugos nazis

Bariloche, con su paisaje alpino similar a los Alpes europeos, se convirtió rápidamente en un lugar de asentamiento para numerosos exoficiales nazis. Entre ellos destacaron Erich Priebke y Friedrich Lantschner. Este último, originario de Innsbruck y líder clave en el fallido golpe nazi de 1934 en Austria, fundó una constructora en Argentina tras su llegada en 1948.

El Tribunal Regional de Innsbruck emitió una orden de captura contra Lantschner en 1961, pero, al haberse convertido en ciudadano argentino, las posibilidades de extradición eran nulas debido a la negativa del país sudamericano a extraditar a sus nacionales.

Pasaportes y rutas de escape a través de la Cruz Roja

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cientos de miles de personas quedaron sin documentos de viaje válidos y, en muchos casos, sin pruebas de identidad. Para hacer frente a esta situación, la Organización Internacional para los Refugiados (OIR), bajo el amparo de las Naciones Unidas, asumió la tarea de gestionar la crisis humanitaria. Sin embargo, la OIR restringió su asistencia únicamente a quienes consideraba refugiados «genuinos», excluyendo a aquellos con antecedentes de colaboración con las potencias del Eje o posibles crímenes de guerra.

Su enfoque se centró en brindar apoyo a ciudadanos de países aliados, judíos y víctimas del régimen nazi, sin importar su nacionalidad. Con estrictos protocolos de verificación, la organización buscaba filtrar a los solicitantes que intentaban ocultar su pasado. En muchos casos, los tatuajes y otras marcas físicas proporcionaban evidencia suficiente de su implicación con el nazismo, como los distintivos de las SS.

Paralelamente, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que en un principio no contaba con un mandato internacional, decidió intervenir en lo que consideraba una crisis humanitaria. Ante la negativa de la OIR a reconocer como refugiados a ciertos grupos, la Cruz Roja comenzó a emitir sus propios documentos de viaje. Su política de concesión fue mucho más laxa: prácticamente no realizaba controles exhaustivos y otorgaba documentos a casi cualquier solicitante.

Esta falta de escrutinio permitió que numerosos nazis, criminales de guerra y colaboradores pudieran abandonar Europa sin ser identificados ni rendir cuentas por sus actos. Además, los documentos expedidos contenían nombres ficticios, lo que facilitaba que una misma persona obtuviera múltiples identidades.

La postura del CICR se basaba en la idea de que la afiliación política no debía ser un criterio para negar ayuda humanitaria. Como expresó un antiguo funcionario de la organización en Roma: “Después de todo, éramos una organización de ayuda, no detectives«. En la misma línea, Jean Pictet, vicepresidente del CICR, defendió esta política afirmando: “Los culpables no están excluidos de esta asistencia si la necesitan”.

Las acciones del CICR no tardaron en generar polémica. Desde 1946, tanto la prensa como los gobiernos aliados comenzaron a denunciar que la organización estaba facilitando la fuga de nazis. Informes internos filtrados y reuniones diplomáticas pusieron en evidencia la existencia de fraudes en la emisión de documentos.

El Departamento de Estado de Estados Unidos fue una de las agencias gubernamentales que presionó directamente al organismo para que revisara su política. Washington alertó que la credibilidad de la institución podía quedar gravemente comprometida. Como medida de precaución, Estados Unidos optó por no reconocer la validez de estos documentos para permitir la entrada de refugiados a su territorio.

A pesar de los esfuerzos por ocultarlo, pronto se descubrió que los documentos habían sido clave en la huida de miles de excolaboradores nazis y miembros de la SS. Entre los beneficiados por esta red se encontraban figuras de alto perfil como Adolf Eichmann, Josef Mengele y Klaus Barbie, quienes lograron escapar de Europa con identidades falsas.

Uno de los casos más emblemáticos ocurrió en 2007, cuando un juez argentino encontró en un viejo expediente judicial el documento de viaje que Adolf Eichmann utilizó para entrar a Argentina tras la guerra. Este pasaporte, que había sido emitido por el CICR, fue entregado al Museo del Holocausto de Buenos Aires como una prueba histórica de cómo la organización facilitó la fuga de criminales nazis.

Aunque la Cruz Roja ha sostenido que estos documentos fueron otorgados de manera inadvertida en medio del caos de la posguerra, la correspondencia interna entre sus oficinas de Génova, Roma y Ginebra revela que la institución estaba plenamente consciente de que sus documentos estaban siendo utilizados por nazis para evadir la justicia.

Franz Rubatscher: pionero de la huida a Argentina

Franz Rubatscher, un destacado miembro del núcleo duro del NSDAP en Tirol, fue uno de los primeros en escapar. Tras su liberación de un campo de prisioneros en Darmstadt en 1946, se trasladó al sur del Tirol y, en octubre de 1947, ingresó a Argentina a través de Uruguay. Radicado en San Carlos de Bariloche, Rubatscher no solo encontró un refugio seguro, sino que se convirtió en un punto de contacto para otros fugitivos nazis.

Durante la guerra, Rubatscher sirvió en un batallón de policía en Cracovia y comandó un cuerpo de seguridad en Trento que combatía a los partisanos italianos. En Argentina, su presencia fue clave para facilitar la llegada de más prófugos, como el SS Hauptsturmführer Fridolin Guth, quien lo mencionó como referencia en los documentos de ingreso al país.

Alois Brunner: el ejecutor de 128.000 muertes

Imagen: Alois Brunner I AFP

Considerado la mano derecha de Adolf Eichmann en la organización de la Solución Final, Alois Brunner fue uno de los principales responsables del exterminio de 128.000 judíos. Tras la Segunda Guerra Mundial, logró escapar y se refugió en Siria, donde fue protegido por el régimen local. Durante su estancia, sobrevivió a dos atentados con bomba atribuidos al Mossad y al espionaje francés, aunque perdió un ojo y varios dedos en los ataques.

Condenado en ausencia por varios tribunales europeos, Brunner se convirtió en el criminal nazi vivo más buscado. Aunque su rastro se ha desvanecido, se sospecha que podría residir en Brasil.

Adolf Eichmann: el burócrata de la muerte

Imagen: Adolf Eichmann I United States Holocaust Memorial Museum

Pese a su apariencia de simple funcionario, Adolf Eichmann fue uno de los principales arquitectos de la Solución Final, encargándose de la logística para la deportación y exterminio de millones de judíos. Tras la guerra, utilizó la red ODESSA para escapar a Argentina, donde vivió bajo una identidad falsa.

En 1960, agentes del Mossad lo capturaron en Buenos Aires y lo trasladaron a Jerusalén, donde fue juzgado por crímenes contra la humanidad. Eichmann fue condenado a muerte y ejecutado en la horca en 1962.

Josef Mengele: el Ángel de la Muerte

Imagen: Josef Mengele I Infobae

El nombre de Josef Mengele es sinónimo de terror. Médico en Auschwitz, fue responsable de atroces experimentos en seres humanos, lo que le valió el apodo de “El Ángel de la Muerte”. Su paradero tras la guerra está lleno de enigmas. Capturado inicialmente por los aliados, fue liberado al desconocerse su identidad y logró huir a Paraguay y Argentina.

Mengele vivió bajo su nombre real durante un tiempo, llegando incluso a figurar en la guía telefónica. Sin embargo, las amenazas lo obligaron a desaparecer nuevamente. Murió en una playa de Brasil, en circunstancias aún rodeadas de misterio. Ni el Mossad ni la Fundación Wiesenthal lograron localizarlo en vida.

León Degrelle: el protegido del franquismo

Imagen: León Degrelle I RTBF

León Degrelle, un belga condecorado por Hitler, fue un ferviente nazi y miembro de las SS. Al finalizar la guerra, escapó en avión desde Oslo, pero su aeronave se quedó sin combustible y se estrelló en la Bahía de San Sebastián, España. Allí, el régimen franquista lo protegió y lo nacionalizó como español, resistiendo la presión internacional.

Degrelle continuó siendo un militante activo de extrema derecha en España, donde tuvo varios enfrentamientos con la justicia. Pasó sus últimos años como un jubilado en Torremolinos, Málaga, donde murió en 1994.

Aribert Heim: el Doctor Muerte

Imagen: Aribert Heim I Infobae

Aribert Heim, conocido como Doctor Muerte, trabajó en el campo de concentración de Mauthausen, donde en solo siete semanas se ganó la fama de sádico por sus crueles experimentos médicos. Entre sus atrocidades se incluyen inyecciones de benceno en el corazón y amputaciones innecesarias, que provocaron la muerte de al menos 40 prisioneros.

Uno de los casos más estremecedores fue el de dos jóvenes holandeses sometidos a apendicectomías innecesarias, tras lo cual fueron decapitados. Heim regaló uno de los cráneos a un colega que lo usó como pisapapeles. A pesar de su brutalidad, nunca fue capturado y desapareció tras la guerra.

Klaus Barbie: el carnicero de Lyon

Imagen: Klaus Barbie I Archivo de la policía de Lyon

Klaus Barbie, conocido como el carnicero de Lyon, lideró la Gestapo en esa ciudad, donde orquestó la deportación de 7.500 judíos, el asesinato de más de 4.000 personas y la tortura de otras 14.000. Tras la guerra, fue protegido por los servicios secretos de Estados Unidos y Reino Unido, que lo trasladaron a Bolivia.

En Sudamérica, Barbie trabajó para las dictaduras militares y se involucró en el narcotráfico. Fue señalado como el estratega detrás de la operación que llevó a la muerte del Che Guevara. Aunque Francia solicitó su extradición en los años 70, esta no se concretó hasta 12 años después, con la llegada de un gobierno democrático en Bolivia. Barbie fue condenado a cadena perpetua y murió en prisión en 1991.

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