Imagen: Biofilm de bacterias resistentes a los antibióticos. Ilustración 3D Kateryna Kon / Shutterstock
Los profesionales sanitarios llevan años avisando sobre las consecuencias que puede traer el autodiagnóstico y la automedicación en la salud a largo plazo. El primer gran estudio sobre esta cuestión se publicó en el año 2022, cuando se reveló por primera vez la magnitud de la amenaza de las infecciones resistentes a los antibióticos: las muertes por superbacterias y otros organismos capaces de esquivar los fármacos superaban ya hacía cinco años a las provocadas por sida o malaria en el mundo.
El estudio, Global burden of bacterial antimicrobial resistance in 2019: a systematic analysis, publicado en The Lancet, calculó que más de 1,2 millones de personas murieron ese año por infecciones bacterianas resistentes a los antibióticos. Por poner las cifras en contexto, el sida causó 860.000 muertes y la malaria otras 640.000 durante el año objeto de estudio.
Hasta ese momento, indica el estudio, se estimaba que la resistencia bacteriana a los antimicrobianos podría llegar a causar la muerte de 10 millones de personas en el año 2050. Una cifra que ahora sabemos que es exageradamente baja según el último estudio publicado en esta materia en la misma revista.
Nunca antes se habían hecho tantas estimaciones como las que recoge este estudio, Global Research on Antimicrobial Resistance. Según las cifras que manejan los investigadores, la resistencia a los antibióticos provocará directamente 39 millones de muertes de ahora hasta 2050 de forma directa y estará asociada con 169 millones de fallecimientos más. El efecto será especialmente dramático entre los mayores de 70 años, para quienes la incidencia crecerá entre un 72% en países de renta alta y el 234% en el norte de África y Oriente Próximo.
Habrá entonces, en 25 años, 1,91 millones de muertes cada año atribuibles a la inacción de los medicamentos ante ciertos tipos de patógenos, lo que supone un aumento del 67,5% respecto a los 1,14 millones de 2021. En el mismo periodo, el número de muertes en las que intervienen bacterias resistentes subirán casi un 75% (de 4,71 millones a 8,22 millones al año).
En todo el periodo estudiado, solo se produjo un descenso de fallecimientos entre 2019 y 2021 “debido a la reducción de la carga de las infecciones respiratorias no causadas por COVID”. Los investigadores vinculan este escenario “temporal” y anómalo con las medidas de distancia social impuestas a raíz de la pandemia.
Esta era posantibiótica comenzó a dejar su letal evidencia hace 30 años. Desde entonces y hasta el comienzo de la década actual, más de un millón de personas (entre 1,06 y 1,14 millones) han muerto anualmente por la resistencia a los antimicrobianos, especialmente aquellas que superan los 70 años, una edad a partir de la cual los casos de decesos por esta causa han aumentado en un 80%, según el nuevo estudio del Proyecto de Investigación Mundial sobre la Resistencia a los Antimicrobianos (GRAM por sus siglas en inglés).
En 2006 se restringió la venta de antibióticos sin receta médica en España
No hace tanto tiempo, al llegar a la consulta del médico por un resfriado común, era normal que saliésemos de allí con una receta para tomar antibióticos. Aunque estos medicamentos solo actúan frente a las bacterias, eran prescritos para tratar todo tipo de infecciones, incluidos los virus. De hecho, muchas veces se recetaban de forma preventiva, e incluso para evitar problemas con los pacientes que sí los creían necesarios.
En realidad, la alarma por la resistencia a los antibióticos se desencadenó en los años 90, especialmente por la aparición de bacterias multirresistentes, que esquivaban la acción de varios antibióticos.
En 2001, según los datos aportados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), un 87% de los pacientes pensaban que los antibióticos resolverían sus infecciones respiratorias y que podían suspender el tratamiento cuando se sintieran mejor. En un 75% de los casos, el médico respondía a la expectativa del paciente y se los prescribía.
A partir de entonces, comenzaron a desarrollarse estrategias para informar a la población de que la mayoría de las infecciones frecuentes -incluyendo los resfriados, dolores de garganta y gripe- están causadas por un virus y no por una bacteria. Frente a ellos, los antibióticos no tienen nada que hacer.
También comenzó a explicarse qué son las resistencias, los peligros que entrañan y cómo pueden aparecer por un uso innecesario o incorrecto de los antibióticos. Como por ejemplo, tomar una dosis menor que la prescrita o interrumpir el tratamiento. Fue en 2006 cuando se restringió la venta de antibióticos sin receta médica en España.
¿Por qué generamos resistencia a los antibióticos?
La microbiota es el conjunto de microorganismos, incluyendo a las bacterias, que viven en el cuerpo humano o en alguna parte del mismo. Cada zona no estéril del organismo presenta una comunidad característica, que permanece en equilibrio y desempeña funciones esenciales para el mantenimiento de nuestra salud. Por ejemplo, algunas bacterias de nuestra microbiota intestinal producen las vitaminas K y B12 que necesitamos.
La manera en la que actúan los antibióticos es matando las bacterias patógenas pero, por desgracia, también acaban con otras muchas que son beneficiosas. Así que, cuando tomamos los antibióticos, se altera la microbiota –lo que se denomina disbiosis– y sufrimos un doble perjuicio: por un lado, perdemos lo bueno que nos aportaban los microorganismos ahora dañados; y en segundo lugar, éstos dejan un espacio libre que puede ser colonizado de forma oportunista por otros microbios potencialmente patógenos.
Abuso de antibióticos en la ganadería: uno de los desencadenantes principales
Existen evidencias sólidas que indican que la liberación de compuestos antimicrobianos al medio ambiente, combinada con el contacto directo entre las comunidades bacterianas naturales y las bacterias resistentes, están impulsando la evolución bacteriana y la aparición de cepas más resistentes.
El uso indebido o excesivo de antibióticos en la producción animal es un hecho preocupante. Aproximadamente el 75% de los antibióticos no son absorbidos por los animales y son excretados por el organismo a través de las heces y la orina, pudiendo contaminar y dañar directamente el medio ambiente circundante.
En África, la Unión Europea y los Estados Unidos se estima que entre el 50% y el 80% de todos los antibióticos son aplicados a los animales, principalmente para promover su crecimiento y prevenir infecciones bacterianas. Las estimaciones prevén que los antibióticos utilizados en animales destinados al consumo humano aumenten un 11,5 % en 2030.
De hecho, en junio de este mismo año, el medio Público reveló que el 71% de las muestras analizadas de pollo de Lidl contienen bacterias resistentes a los antibióticos. A raíz de la exclusiva, Laura Rojo, experta en digestivo y microbiota y miembro del proyecto SWI (Small World Initiative), reveló al mismo medio que España está cada vez más cerca de una “era post-antibióticos”. Según la experta, en este escenario, infecciones aparentemente menores, como una afección de garganta, podrían nuevamente causar enfermedades graves e incluso muertes. «Actualmente, el problema sería aún más serio porque las bacterias han evolucionado y son más resistentes «, afirma.
Además, diversos estudios han advertido sobre las millones de muertes potenciales en caso de no implementar un control riguroso, tal como lo ha señalado la OMS. El principal problema del uso inadecuado de antibióticos son las llamadas superbacterias: bacterias que, tras repetidas exposiciones a diferentes antibióticos, han mutado y desarrollado resistencia a estos medicamentos.
Rojo critica el uso excesivo de antibióticos en los animales, destacando que «se administran incluso cuando no están enfermos». Expone que la legislación carece de restricciones efectivas para regular la frecuencia con la que se administran estos medicamentos a los animales.
«Durante su vida, los animales reciben numerosas dosis de distintos antibióticos«, explica Rojo. Además, la experta indica que no se respetan los plazos de retiro de estos medicamentos. «Deberían administrarse un máximo de tres antibióticos por animal y ser estrictos con el tiempo para demostrar que no queda rastro de la infección», subraya.