Imagen: Polarización- Miriam Juan-Torres González (Nueva Revista)
El estudio de la polarización afectiva es relativamente reciente. La importancia que los investigadores electorales habían concedido, tradicionalmente, a la polarización ideológica desplazó, durante mucho tiempo, el interés por la investigación acerca de otros tipos de polarización.
¿Qué es la polarización afectiva?
A diferencia de la polarización ideológica, que se centra en la percepción de los ciudadanos de la distancia de los partidos políticos entre sí en la escala ideológica, la polarización afectiva se refiere, más bien, a una distancia de tipo emocional, la distancia entre la adhesión o el afecto que generan en nosotros quienes comparten nuestras ideas políticas y el rechazo o la antipatía que despiertan en nosotros quienes defienden ideas distintas.
Precisamente, fue la insatisfacción con la polarización ideológica y la polarización basada en políticas lo que condujo a los investigadores a centrarse en esta nueva dimensión de la polarización, subrayando la importancia de la identidad afectiva frente a la ideológica.
Dado que es un fenómeno que se estudió en primer lugar en Estados Unidos, son autores estadounidenses como Yngar y Westwood los primeros en definir la polarización afectiva: “Definimos polarización afectiva como la tendencia de las personas que se identifican como republicanos o demócratas a ver a los partidarios opuestos de manera negativa y a los copartidarios de manera positiva. Esta separación afectiva es el resultado de clasificar a los partidarios opuestos como miembros de un grupo externo y a los copartidarios como miembros de un grupo interno. La definición estándar de un grupo externo es un grupo al que no pertenece una persona, mientras que un grupo interno es un grupo al que pertenece una persona”.
El estudio de la polarización afectiva en España
Si en sí mismo el estudio de este fenómeno en la Ciencia Política es reciente, en el caso español lo es todavía más. El déficit, en el caso español, además se debe a que no se dispone de datos adecuados, ya que el CIS no ha preguntado de una manera sistemática a los españoles por los sentimientos de rechazo o simpatía que les despiertan los partidos políticos. Este tipo de pregunta constituye la base para la construcción de los indicadores utilizado en los estudios de este tipo desarrollados en Estados Unidos, pioneros en este ámbito de investigación.
En el caso español, destaca Mariano Torcal como investigador de referencia de este fenómeno. Torcal afirma que la polarización afectiva ya estaba instalada desde 2008 en España, momento en el que alcanza los niveles más altos de toda la serie (4,77), unos niveles que volvieron a alcanzarse durante las elecciones de 2015 (4,61), pero que se han ido reduciendo progresivamente (4,28 en 2019). No obstante, el término con el que entonces se definía este fenómeno no era “polarización”, sino “crispación”.
Como es lógico, existe una correlación entre la polarización ideológica y la afectiva, pues una es producto de la otra. Esto se traduce en que cuanto mayor es la polarización ideológica, mayor lo es la afectiva.
Así, se ha agudizado por el apoyo otorgado a partidos más radicales y extremistas que hacen de dichos discursos y nivel de confrontación una estrategia comunicativa constante. Todo esto ha generado la sensación de que la política en España esté conducida por afectos a los “míos” y odios a los “otros” en lugar de una discusión pública caracterizada por el intercambio crítico de opiniones y de discrepancias razonadas sobre hechos concretos y políticas públicas.
Datos de polarización afectiva en España
Otro autor de referencia es el politólogo Lluís Orriols. Según Orriols, en España hoy estamos más polarizados en términos afectivos que hace dos décadas: las distancias en la probabilidad de voto entre el partido que se vota y el resto de partidos ha crecido en un 50% (de 5,3 a 7,8 en una escala de 1 a 10).
Esta dinámica ha tenido distintos momentos en los últimos años: primero, el crecimiento de la polarización afectiva se produjo dentro del bloque de izquierda, y posteriormente emergió por la derecha. En ambos casos coincidió con el surgimiento de partidos en cada extremo del espectro (Podemos y Vox, respectivamente).
Aunque durante los primeros meses de 2020 se reduce de manera importante la polarización interna de cada bloque ideológico, la polarización en general se mantiene estable o incluso aumenta.
Estos movimientos opuestos señalan que los sentimientos de afecto y rechazo en la política española se estructuran cada vez menos en términos de trincheras partidistas y más en términos de trincheras ideológicas. Las afinidades con los partidos del mismo bando parecen aumentar a la par que crece la animadversión hacia los partidos del otro espectro ideológico.
Un aspecto importante es que esta polarización no se da tanto en cuestiones de cómo abordar políticas públicas sino en cuestiones de identidad. En este sentido, cuando hablamos de que la política española se está polarizando, queremos decir que los partidos presentan posiciones políticas (en términos ideológicos, relacionados con la identidad) cada vez más opuestas entre ellas.
Una dificultad importante ante la que nos encontramos para medir este fenómeno ya se apuntaba antes, y es que el CIS no suelen incluir la pregunta más usada por los académicos expertos en esta cuestión: la que mide la simpatía que generan los distintos partidos en una escala de 0 (me disgusta mucho) al 10 (me gusta mucho).
No obstante, existen alternativas, como el método de Reiljan, que agrega las distancias entre la simpatía que despierta el partido que se vota y el rechazo al resto de partidos ponderándolos por el tamaño de cada partido. Por lo tanto, la medida va a dar mayor peso a la distancia emocional (o rechazo) que siente un votante del PP hacia el PSOE que la que siente hacia Vox o Podemos, pues estos dos últimos son partidos más pequeños.
Así, desde 2000 hasta 2019, usando las encuestas electorales del CIS y tomando en consideración todos los partidos de ámbito nacional con representación parlamentaria, Orriols concluye que en las últimas dos décadas ha aumentado la polarización, aunque de forma más acusada si usamos la medida de probabilidad de voto. En este último caso, la polarización ha ascendido de 5,3 a 7,8. Es decir, las distancias en la probabilidad de voto entre el partido que se vota y el resto de partidos (ponderándolos por su tamaño) ha crecido 2,5 puntos, lo que supone un incremento considerable.
Aspectos positivos y negativos de la polarización
Cierto grado de polarización ideológica entre los partidos puede considerarse como algo deseable, pues ofrece una mayor variedad a los ciudadanos a la hora de votar y permite que en los parlamentos haya un mayor número de sensibilidades políticas representadas; así, habría una mayor pluralidad, pues estarían presentes todas las sensibilidades políticas existentes en la sociedad.
Sin embargo, como afirma Orriols, la polarización también tiene importantes consecuencias negativas: deteriora la cooperación entre ciudadanos, la confianza hacia las instituciones y la legitimidad de los gobiernos. La desconfianza y rechazo entre adversarios políticos puede incluso generar la parálisis o bloqueo de las instituciones. En definitiva, la polarización afectiva genera un clima de opinión que facilita el mal gobierno.
El papel de los medios de comunicación en la polarización
Mariano Torcal afirma que el incremento de la polarización afectiva tiene relación con los mensajes que se transmiten tanto desde los medios de comunicación como desde las redes sociales: “La política en España se ha caracterizado en los últimos años por la presencia de constantes exabruptos, insultos o descalificaciones pronunciados por algún líder o comentarista político en algún medio de comunicación o en redes sociales. Esto ha solido ir acompañado del uso recurrente de etiquetas que son utilizadas por políticos o generadores de opinión con afanes descalificativos del supuesto oponente político, tales como ‘bolivarianos’, ‘comunistas’, ‘fascistas’, ‘rojos’, ‘separatistas’, ‘españolistas’ o/ y ‘terroristas’ entre otros muchos”.
Asimismo, añade: “Este fenómeno está adquiriendo carácter generalizado en la gran mayoría de los medios de comunicación, que con un marcado tono sensacionalista (sólo hace falta darse una vuelta por las tertulias televisivas matinales que proliferan en todos los canales) se empeñan con gran ahínco en la venta de su producto (des)informativo’”. Todo ello “contribuye a que se perciba un ambiente generalizado de crispación y confrontación en la esfera pública en donde una gran mayoría de informadores y de ciudadanos no se comportan como tales, sino como hooligans”.