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17 May 2025
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Villalar, la festividad de Castilla y León de la que la izquierda se ha adueñado

El Día de Castilla y León se ha transformado en un foco de división política y territorial, con Villalar convertido en símbolo de conflicto ideológico y desafección ciudadana. Ni las instituciones ni la sociedad parecen encontrar un punto de encuentro en esta celebración

Imagen promocional del 23 abril/IZCA

23 de abril, Castilla y León conmemora la derrota de los comuneros en la Batalla de Villalar, ocurrida en 1521. Un episodio histórico que supuso el fin de la oposición de los nobles castellanos a la entrada del monarca Carlos I. Se trata de un capítulo de nuestra historia que marca un profundo hito en lo que a la concepción nacional se refiere. Sin embargo, una festividad que teóricamente debería ser apolítica, sigue desatando anualmente una pugna ideológica que refleja una sociedad aún más politizada y quebrada. La festividad se ha convertido en un arma arrojadiza por parte de la clase política.

Año a año el enfrentamiento ideológico por esta festividad fue aumentando. Si bien el origen de la efeméride tenía por objeto conmemorar y ensalzar la figura de Castilla y León como uno de los elementos claves en la configuración política de España, así como la promoción del folclore castellano y representar al conjunto de los castellanos. La celebración ha sido monopolizada durante décadas con la avenencia del ejecutivo castellano leonés por parte de la izquierda así como por grupos de extrema Izquierda. Por su parte desde la irrupción de Vox, la ofensiva por parte de la derecha radical se ha recrudecido y a festividad se ha convertido en objeto de pugna. Vox endurecido su postura crítica hasta llegar a boicotear el evento desde su posición en las instituciones. Junto con estos ingredientes no hay que olvidarse de la irrupción del leonesismo quienes no reconocen esta festividad y buscan separarse de autonomía.

Bravo, Padilla y Maldonado, líderes de la revuelta comunera

Polarización, leonesismo e ignorancia histórica. Los ingredientes que diluyen la auténtica importancia de esta festividad

Villalar de los Comuneros, localidad vallisoletana donde acaeció la batalla entre el ejército real y los comuneros. Fue una 1976 como punto neurálgico de esta fiesta. Aquel año, apenas medio año después de la muerte de Franco, se convocó una manifestación en dicha localidad, manifestación que fue reprimida por la Guardia Civil. En los años siguientes, especialmente entre 1978 y 1979, las concentraciones en Villalar vivieron su auge. No obstante, con el paso del tiempo, la participación ciudadana se fue debilitando y el protagonismo de la izquierda institucional y sindical fue ocupando el centro del escenario.

Mitin en de Villalar de los comuneros en 1977/El Norte de Castilla

Sin embargo, no fue hasta el año 1983 con la promulgación del Estatuto de Autonomía de Castilla y León, cuando el 23 de abril se oficializó como el Día de Castilla y León. Se dotó de carácter oficial a una fecha que ya tenía una carga simbólica muy marcada hacia los sectores de la izquierda. La fiesta siguió siendo un acto más vinculado a la izquierda que a una identidad común castellana y apolítica, además de no traccionar al grueso de la población castellano leonesa.

La relación entre Villalar y la derecha se ha sido palpable durante años. La presencia del presidente del ejecutivo de la Junta ha sido recibida con hostilidad desde que en 1987 Alianza Popular alcanzó el poder autonómico. En el año 2000, tras más de una década de ausencia, el PP volvió a dejarse ver, pero el ambiente seguía siendo tenso. Un incidente grave ocurrió en 2006: una piedra lanzada al entonces presidente Herrera acabó hiriendo en la cara a la responsable de Protección Civil. Aunque no ha habido agresiones físicas recientes, las visitas institucionales a la campa se hacen cada vez más a primera hora, con discreción y con el propósito evidente de evitar fricciones.

Agresión en 2006 a Herrera/ABC

Por otro lado, los partidos de izquierda insisten en reforzar el significado político de la celebración. Este año, como en anteriores, el tradicional Manifiesto de Villalar sirvió para cargar contra el ejecutivo de la Junta y contra Vox, acusándoles de marginar la festividad, sabotear su esencia y diluirla mediante una batería de actividades organizadas en otras provincias. Para ellos, Villalar es el “único espacio legítimo” de conmemoración, y rechazan cualquier intento de descentralizar la fecha. El alcalde de la localidad, Luis Alonso, también se ha sumado a este planteamiento, asegurando que la celebración “solo tiene sentido en el lugar donde ocurrió la historia”.

Mientras tanto, el Ejecutivo autonómico, liderado por el Partido Popular, ha tratado de reformular el Día de Castilla y León apostando por una celebración “deslocalizada” y transversal. La propuesta, que incluye conciertos y actos culturales en las nueve provincias, no ha tenido éxito ni entre la izquierda ni entre los leonesistas. En vez de sumar, la iniciativa ha generado mayor recelo.

Desde 2022, cuando Vox asumió la presidencia de las Cortes de Castilla y León, su oposición a Villalar ha sido explícita. Consideran la fiesta una herramienta propagandística secuestrada por la izquierda, y han adoptado una estrategia de asfixia presupuestaria. La Fundación Castilla y León, bajo la dirección de Carlos Pollán (Vox), ha recortado radicalmente los fondos: de más de 337.000 euros en 2022 a apenas 12.787 en 2025. También se ha desvinculado del Plan de Autoprotección, complicando la logística y obligando al Ayuntamiento a asumir funciones y costes adicionales sin apenas margen de maniobra.

Luis Alonso ha criticado duramente esta retirada, y ha afirmado que fue notificado de la decisión solo un mes antes del evento. A pesar del compromiso financiero del Gobierno autonómico con una partida de 190.000 euros, el alcalde insiste en que los recursos son insuficientes y que la responsabilidad institucional ha sido completamente eludida por la Fundación.

La actitud de Vox no es una anomalía dentro de su discurso político: el partido mantiene una oposición abierta al sistema autonómico, y Villalar simboliza, a su juicio, el tipo de identidad regional que consideran excluyente e innecesaria. El término “aquelarre ideológico” ha sido utilizado por sus portavoces para referirse a esta jornada, y su propósito parece orientado a su completa desactivación.

Pero el enfrentamiento no es únicamente entre izquierda y derecha. El movimiento leonesista rechaza de raíz el Día de Castilla y León como símbolo común. Para sus integrantes, León no forma parte de una identidad castellano-leonesa unificada, y considera esta festividad como ajena e impuesta. La Unión del Pueblo Leonés (UPL), junto a plataformas como Conceyu y Xuntanza Llionesista, ha convocado actos paralelos en León capital, reivindicando la autonomía leonesa y su historia diferenciada.

La marcha convocada en León para el 23 de abril recorrerá el centro histórico desde la plaza de Guzmán hasta la catedral, con el objetivo de visibilizar el descontento de una parte significativa del territorio. Además, los leonesistas han exigido transparencia a la Junta sobre los más de 1,3 millones de euros invertidos en los conciertos del Día de la Comunidad, acusando al Gobierno de maquillar el abandono de Villalar con propaganda cultural vacía.

Así, el 23 de abril se ha convertido en una fecha de confrontación más que de encuentro. La fiesta de Villalar arrastra una herencia politizada desde su gestación, y ha fracasado en construir un relato inclusivo. Cada año que pasa, la desconexión entre instituciones, ciudadanía y territorio se acentúa. Castilla y León, en lugar de reforzar su unidad simbólica, refleja en esta celebración su profunda fragmentación identitaria.

El castellanismo como bandera política de la izquierda

El castellanismo y el nacionalismo castellano son corrientes ideológicas que, aunque con escasa visibilidad mediática y una presencia electoral testimonial, han configurado una línea de pensamiento político y cultural en la escena política nacional y autonómica. Ambas comparten la aspiración de reivindicar a Castilla como una entidad diferenciada y con personalidad histórica propia, frente a una inventada y tergiversada dilución progresiva en el discurso de la unidad nacional española.

Históricamente, Castilla fue el núcleo del poder que estructuró la monarquía hispánica desde el siglo XIII hasta el XVI. La Corona de Castilla no solo impulsó la Reconquista, sino que lideró el proceso de unificación peninsular bajo la monarquía de los Reyes Católicos y Carlos V. Sin embargo, la derrota de las Comunidades de Castilla en la batalla de Villalar (1521), que marcó el fin de una rebelión contra la unificación imperial, supuso también el principio del ocaso de Castilla como sujeto político autónomo. Desde entonces, Castilla pasa a ser el eje del proyecto nacional español, careciendo de identidad diferenciada.

Mural en Villalar de los Comuneros/Wikipedia

En este contexto nace el castellanismo moderno, una ideología que, desde el siglo XIX pero sobre todo en el siglo XX, busca rescatar esa identidad castellana olvidada. Si bien existen corrientes culturales más moderadas y regionalistas, también se ha articulado un nacionalismo castellano más combativo, que propone incluso la autodeterminación o independencia de Castilla, hablamos de una especie de nacionalismo muy influenciado por la escena abertzale del País Vasco. Este nacionalismo suele identificarse con posturas críticas hacia el centralismo estatal, el modelo autonómico y la fragmentación territorial que afecta a la “Castilla histórica”.

El nacionalismo castellano tiene como uno de sus principales referentes simbólicos la revuelta de los Comuneros y la figura de sus líderes: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. La derrota en Villalar se ha reinterpretado no solo como una tragedia militar, sino como el punto de inflexión que supuso la integración forzosa de Castilla en un proyecto imperial. Por ello, Villalar de los Comuneros se ha convertido en el centro espiritual del castellanismo. Desde 1976, antes incluso de la aprobación del Estatuto de Autonomía, Villalar ha sido escenario de actos reivindicativos en los que el castellanismo se ha entrelazado con causas progresistas, federalistas y populares.

Los referentes culturales e intelectuales del castellanismo son numerosos y variados. Desde la literatura del Siglo de Oro hasta pensadores contemporáneos, el relato de Castilla ha sido objeto de múltiples apropiaciones. Miguel de Unamuno, aunque más centrado en la idea de España, expresó una profunda vinculación con Castilla como matriz moral e histórica de lo español. Ramiro Ledesma Ramos, en el periodo de entreguerras, introdujo un castellanismo radical de corte autoritario, aunque su figura está hoy marcada por su vinculación con el fascismo español. En tiempos más recientes, autores como Gonzalo Santonja, José María Rueda o Luis González González han desarrollado tesis en defensa de una Castilla como sujeto cultural marginado, rescatando elementos del folclore, la lengua, la literatura y las tradiciones campesinas.

En el ámbito político, varias formaciones han intentado articular el castellanismo en las últimas décadas. Tierra Comunera, posteriormente Partido Castellano-Tierra Comunera (PCAS-TC), ha sido una de las más activas. De orientación autonomista e izquierdista, ha defendido una Castilla unificada dentro de un modelo federal para España. Sin embargo, su implantación ha sido limitada, con escasa representación en ayuntamientos y sin presencia parlamentaria. Izquierda Castellana, de extrema izquierda, anticapitalista y soberanista, defiende una Castilla unida y emancipada del régimen del 78. Esta formación ha mantenido una línea combativa desde los márgenes del sistema político, promoviendo movilizaciones sociales y culturales, especialmente en torno al 23 de abril.

Logo y bandera de Izquierda Castellana/IZCA

Otros movimientos como Ahora Castilla, Nación Andaluza (en zonas del antiguo Reino de Jaén), o pequeños grupos en La Rioja y Cantabria, han defendido la inclusión de sus respectivos territorios en una hipotética Castilla histórica. Esta visión territorial es uno de los aspectos más debatidos dentro del castellanismo: ¿qué es Castilla? ¿Solo Castilla y León? ¿Incluye también La Mancha, Madrid, La Rioja, Cantabria, el norte de Andalucía y zonas de Aragón? La falta de consenso sobre este punto ha sido uno de los escollos para consolidar una identidad nacional coherente.

Imagen de la organización YESCA

La apropiación de Villalar por parte de la izquierda ha sido un fenómeno decisivo. Desde la primera concentración reprimida en 1976, el acto ha sido hegemonizado por partidos y sindicatos progresistas, que ven en Castilla no solo una región cultural, sino un símbolo de resistencia popular frente al poder oligárquico. El PSOE, Izquierda Unida, Podemos y, más marginalmente, partidos castellanistas, han participado en las celebraciones de Villalar, reivindicando la figura de los Comuneros como precursora de las luchas democráticas. En cambio, la derecha, especialmente desde la entrada de Vox en el gobierno autonómico de Castilla y León, ha manifestado una oposición creciente a la celebración, tildándola de “aquelarre izquierdista” y reduciendo drásticamente su financiación institucional.

Este conflicto ha provocado un doble fenómeno: por un lado, la institucionalización parcial de Villalar como Día de la Comunidad (aunque limitado a Castilla y León); por otro, su resignificación como acto de protesta frente al poder autonómico. Mientras el Partido Popular mantiene una presencia distante, Vox ha iniciado un proceso de desvinculación total de la fiesta. Esto ha provocado tensiones con colectivos locales y castellanistas que consideran Villalar como un patrimonio cultural y político que trasciende a las ideologías.

Además, el castellanismo también ha sufrido una doble tensión con el nacionalismo español y con otros nacionalismos periféricos. Por un lado, es acusado de “españolismo camuflado” por nacionalistas vascos, catalanes o gallegos. Por otro, es visto con sospecha por el centralismo madrileño, que ha asimilado Castilla con España de forma reductiva, sin atender a sus reivindicaciones específicas. Esta ambigüedad ha obstaculizado el desarrollo de una identidad castellana fuerte y diferenciada.

Culturalmente, el castellanismo se ha centrado en la recuperación de la música tradicional, el teatro popular, las fiestas agrícolas, las lenguas minoritarias vinculadas al dominio lingüístico castellano y el patrimonio literario desde Berceo hasta Machado. En el plano educativo, varios colectivos han promovido contenidos sobre historia castellana que incluyan a los comuneros, la Edad Media, las guerras de banderías y la industrialización fallida del siglo XIX, como forma de contrarrestar el olvido en los currículos escolares.

En conclusión, el castellanismo y el nacionalismo castellano representan una corriente minoritaria pero persistente, que lucha por rescatar una identidad histórica eclipsada por el discurso centralista. Aunque las diferencias internas, la escasa base electoral y las ambigüedades ideológicas han impedido su consolidación como fuerza política relevante, su aportación cultural e intelectual ha contribuido a una visión más plural de la historia española. Villalar, los comuneros, y el ideal de una Castilla unida siguen siendo faros de un proyecto que, aunque débil en lo institucional, permanece vivo en el imaginario de quienes se resisten a que Castilla sea solo un eco en la historia.

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