Retomamos ahora la segunda mitad de los trabajos de Hércules, después de un descanso a modo de digresión veraniega, para emprender la narración que culminará el número perfecto de doce hazañas. Y hoy toca hacerlo evocando el séptimo trabajo de Hércules, que es la doma del Toro de Creta o Toro de Maratón. En el principio fue el blanco y descomunal toro bravo que surgió de las aguas del Mediterráneo oriental enviado por Poseidón, el peligroso dios de los mares, al rey Minos de Creta, con la intención de que este ejecutara un sacrificio simbólico.
No podemos olvidar que este rey, hijo de Zeus, tiene una fama bivalente en la mitología, a veces como sabio interlocutor de su padre, a la hora de procurar a su pueblo una legislación divina, y otras, como un tirano inmisericorde que sometía a otros pueblos a un yugo imperialista gracias a su dominio de los mares. Como quiera que sea, Minos también es conocido porque dio nombre a toda una cultura de la antigüedad, desde Arthur Evans excavó la gran civilización palacial a la que dio el nombre de “minoica” en su honor. Pues bien, en este mundo arcaico, de entre los siglos XX y XVI a.C., el toro era un animal simbólico de enorme importancia.
Para esta cultura minoica atestigua su relevancia el famoso fresco del “Salto del Toro” o Taurokathapsia, conservado en el Museo Arqueológico de Heraclión (Creta). Hay que decir que este toro fantástico, surgido del mar, no fue sacrificado por Minos, porque lo consideraba demasiado hermoso. Poseidón, enojado, provocó como castigo que la reina Pasífae se enamorara de él. Ingeniándoselas Pasífae para yacer con el animal merced a un invento del inefable arquitecto e inventor Dédalo, de esa monstruosa unión nació el célebre Minotauro, mitad hombre mitad toro, que fue encerrado para siempre en el laberinto, que el propio Dédalo inventó también cuando Evans descubrió los enormes y complejos vericuetos del palacio de Cnoso en Creta creyó adivinar en sus bodegas rastros y meandros de ese fabuloso laberinto del Minotauro que siglos después evocaría también Jorge Luis Borges en su espléndido relato “La casa de Asterión”.
Pero volvamos a Hércules. Después de todas estas aventuras extrañas, entre lo curioso de la talasocracia cretense y la aberración zoofílica de Pasífae, Hércules se presentó a ante Minos para cumplir su siguiente trabajo, que consistía en capturar a aquel toro de Creta, que andaba libre por la isla causando estragos, y llevárselo a Micenas. Se dice que Hércules pudo domarlo utilizando su fuerza bruta, agarrándolo por los cuernos, y lo llevó al Peloponeso para entregárselo a Euristeo en Tirinto. Luego es fama que el toro bravo logró liberarse de sus ataduras y marchó a la llanura de Maratón, cerca de Atenas, donde recibió también el nombre de “toro de Maratón”. Allí le tocó al héroe por excelencia de los jonios y los atenienses, Teseo, luchar con él. Teseo también está relacionado con la peripecia cretense, pues fue enviado para dar muerte al Minotauro y liberar a su ciudad de Atenas del tributo sangriento a la que le sometía Minos. Pero antes de esa misión hubo de capturar al toro. Se cuenta que tras lograrlo –y emparejarse por tanto con el héroe por excelencia de los dorios, Heracles– lo sacrificó a Atenea en su ciudad.
Luego marcharía a Creta para vencer, gracias a la ayuda de Ariadna, hija de Minos, al hijo del toro, al Minotauro. Fue Ariadna la que guió a Teseo por el laberinto con su famoso hilo, para que el héroe diera muerte a su medio hermano, el sanguinario Minotauro. Pero ya sabemos que luego Teseo abandonó a Ariadna y la dejó plantada en Naxos…
En suma, la simbología del toro está por doquier en el mundo griego antiguo y aquí la vemos entre las culturas minoica y micénica, entre la mitología y la historia. Este trabajo central de Hércules, como puede verse, reúne diversos elementos míticos de varias etapas e intenta cerrar el círculo de la historia mítica que une a Creta con el Peloponeso y con Atenas de forma muy sugerente. Este séptimo trabajo de Hércules mezcla época y culturas, y puede que no sea descabellado ver un trasunto de historia mitológica en la contraposición entre el mundo minoico, representado por aquella antigua y fastuosa cultura minoica, a la que da nombre el rey de Creta –luego juez en el inframundo–, y la posterior cultura micénica, a la que da nombre la famosa ciudad del Peloponeso, excavada con por Schliemann, y representada, en este caso, por nuestro héroe Heracles.
