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30 Dic 2024
30 Dic 2024
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El país mas feminista (y menos racista) del mundo

España se ha convertido en una autopsia de sí misma. Las televisiones deciden si un asesino psicópata sentenciado por la justicia no lo es o si la denuncia de una mujer vilipendiada por su exmarido no es importante

Mediodía de un día cualquiera. Las televisiones en España, pasando desde los magazines matinales a los vespertinos terminando por los informativos, muestran imágenes de la violencia de género, auténtica lacra social. El feminismo se aúpa como parte esencial en los programas de la práctica totalidad de los partidos políticos. Cada vez que un hombre asesina a una mujer la información retumba por todas las esquinas del país con la idea de que nadie olvide un grave problema a erradicar. Se guardan minutos de silencio en todos los ayuntamientos, así como en los estadios de fútbol, y enviados especiales de cada canal de televisión se acercan a la calle de la ciudad o al pueblo en cuestión donde se produjo la muerte violenta a narrar los hechos en primera persona. Siempre se recuerda aquella primera denuncia, que si la llamaba gordafea, guarraputa; que si la empujó o le cruzó la cara. Hasta que un día le descerrajó la escopeta de caza contra su torso, le clavó un cuchillo en doce sitios distintos o la abofeteó hasta hacerla tirarse por la terraza. Entonces las pantallas de televisión se tornan grises y negras. El luto llega hasta el salón de cualquier casa. A la mujer hay que respetarla y valorarla y nunca matarla. La ministra de Igualdad aprovecha para participar en directo en el programa de no sé quién, siempre el de máxima audiencia: «No vamos a detenernos nunca. A la mujer hay que reverenciarla, no agredirla. No sólo no más asesinatos, sino tampoco más insultos, el germen de todo este vicio colmado de daño». 

Es de noche. Son las diez. No hay fútbol. Día entre semana sin Champions. Los programas de televisión, como si lo hubieran acordado entre todos, sacan a la luz la misma noticia: acaban de insultar y agredir en las fiestas de verano de un pueblo cualquiera de la comunidad autónoma que ustedes elijan a dos dominicanos que habían salido a divertirse. La muchedumbre les gritó negros de mierda, iros a vuestro puto país. Ellos reaccionaron, pero no devolviendo los insultos, sino saliendo del pueblo a la carrera. Algunos les tiraron vasos de cubata. Otros, piedras. La música estridente ocultó no pocos desprecios. La fiesta siguió hasta el amanecer. Pero ambos dominicanos denunciaron en el puesto de la Guardia Civil que tras practicar las primeras diligencias detuvo a dos chicos del pueblo, los cuales reconocieron los hechos que, según ellos, fueron excesivos por la mezcla constante de alcohol, porros y cocaína. El presidente del gobierno realiza unas declaraciones desde Varsovia, ciudad donde se encontraba participando en una cumbre internacional sobre energías renovables y cambio climático: «La lacra del racismo será derrotada. En España todos somos iguales. Da igual los tonos de piel o las nacionalidades. Estamos todos juntos», aseguró ante los presentes con tono desafiante. 

Año 2023. Un español organiza el asesinato y descuartizamiento de un colombiano. Desde sólo unos días después, las televisiones en España con licencia para emitir acuerdan defender al compatriota, que además es hijo y nieto de famosos, a capa y espada. Da igual si mientras lo descuartizaba clavó varias veces el cuchillo en la cabeza recién decapitada –dijo el asesino a la policía que no le cortaba bien el cuchillo y que se desesperó– o quién sabe si tras su esmerado trabajo orinó encima de los diecisiete trozos. Trece meses después, y tras jamás haber pedido perdón a la familia del colombiano, pobre y anciana, a la que por supuesto nunca ha indemnizado, recibe una condena de cadena perpetua que inicialmente iba a ser de muerte. Y las televisiones en España reaccionan: atacan a la policía tailandesa por sus supuestas malas prácticas a la hora de investigar, emiten continuamente fotos en top de Maha Vajiralongkorn, Rey de Tailandia, y siguen dando pábulo a los tres abogados de la defensa del asesino que con su catastrófica estrategia llevaron hasta casi la muerte a su cliente. Antes, decenas de medios publicaron sin contrastar que el asesinado y descuartizado colombiano era: pedófilo, narcotraficante, acosador sexual, traficante de órganos, pésimo cirujano, defraudador de la Hacienda colombiana, socio de sicarios. Un programa de un canal de televisión que disponía de unos audios donde se demostraba que el padre del asesino había comprado a, al menos, un testigo falso con la idea de mejorar la sentencia y desprestigiar aún más al ciudadano colombiano asesinado y descuartizado, decide guardárselos para que la familia del asesino no sea asociada a nada ilegal. El padre del condenado a cadena perpetua, y en un documental para una plataforma norteamericana, se refiere a la persona que asesinó su hijo como «el tipo ese».

Año 2024. Una mujer denuncia en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de Alcobendas a su exmarido por insultos y vejaciones. Entre los desprecios enviados a su teléfono móvil se resaltan las siguientes palabras: «pirada», «bipolar», «incapaz», «barriobajera». Desde ese momento, las televisiones se ponen de lado del ex marido asumiendo que lo que dice esa mujer es o mentira o no del interés general. Para aumentar la monodosis de placer audiovisual, la jueza archiva el caso.

Hace cuatro días uno de los presentadores del programa Código 10, espacio que se emite en Cuatro el cual es hermano de En boca de todos, que fue donde se ocultaron a sabiendas los audios que demuestran que el padre del asesino trató de comprar a un testigo falso, dijo ante un micrófono de otro programa lo siguiente: «Si Edwin Arrieta hubiera sido español e hijo de famosos el tratamiento informativo habría sido distinto. Pecamos un poco todos de arropar a los nuestros». 

España se ha convertido en una autopsia de sí misma. Las televisiones deciden si un asesino psicópata sentenciado por la justicia no lo es o si la denuncia de una mujer vilipendiada por su exmarido no es importante. La hipocresía española debería cotizar en Wall Street. Nos deberían volver a romanizar. O al menos, retirarnos los pasaportes para que dejáramos de sembrar el mundo de discordia. Porque el país más feminista y menos racista del mundo es, en realidad, el más soporífero. 

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