El nacionalismo vasco ha construido gran parte de su discurso en torno a una serie de mitos históricos que han moldeado su identidad y justificado sus reivindicaciones políticas. Estos mitos, aunque efectivos para cohesionar y movilizar a sectores de la población, no siempre se sostienen sobre una base histórica sólida.
Uno de los mitos más arraigados es la idea de que el País Vasco nunca fue conquistado ni sometido por poderes extranjeros. Esta narrativa sostiene que la incorporación de los territorios vascos a la Corona de Castilla fue fruto de un pacto entre iguales, y no de una conquista militar. Sin embargo, los historiadores matizan esta visión, recordando que, aunque es cierto que los vascos mantuvieron ciertos privilegios forales, la incorporación de estos territorios al reino castellano fue un proceso complejo que no puede reducirse a un pacto voluntario.
El argumento de la no conquista simplifica los procesos históricos y oculta las realidades de dominación y control que, como en el resto de la península, también afectaron a las provincias vascas.
El fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, contribuyó a reforzar este mito al añadir una dimensión racial a su ideología, defendiendo la «pureza» de los vascos frente a la mezcla con otras poblaciones, especialmente con los inmigrantes de otras partes de España. Esta visión, aunque ha sido eliminada en el discurso nacionalista moderno, fue clave en la primera fase del movimiento y reflejaba una ideología excluyente y xenófoba.
Mito primero: la “no conquista” del País Vasco
Uno de los mitos más arraigados en el nacionalismo vasco es la idea de que el País Vasco nunca fue conquistado ni sometido por las fuerzas extranjeras. Este mito sostiene que, a diferencia de otros territorios peninsulares, las provincias vascas lograron mantener su independencia durante siglos. Se basa en la interpretación de que el Reino de Castilla y, posteriormente, la Monarquía Española, respetaron sus fueros y leyes propias, y que la incorporación del País Vasco a la Corona de Castilla se hizo mediante pactos, no por imposición militar.
Este mito fue promovido por Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, quien consideraba que el pueblo vasco tenía una identidad diferenciada desde la antigüedad, y que su incorporación al Estado español había sido el resultado de acuerdos, no de conquistas.
Mito segundo: el pacto foral
Relacionado con el mito anterior, el pacto foral es una de las ideas más importantes en la narrativa del nacionalismo vasco. Según esta concepción, el País Vasco habría mantenido un estatus especial dentro de la monarquía hispánica gracias a sus fueros. Los fueros eran un conjunto de normas y privilegios que permitían a los territorios vascos mantener un alto grado de autonomía, regulando cuestiones como la justicia, los impuestos y el servicio militar. El nacionalismo vasco ha interpretado estos fueros como un pacto entre iguales entre el pueblo vasco y la Corona.
La abolición de los fueros tras las guerras carlistas del siglo XIX, especialmente después de la derrota carlista en 1876, se ve como una traición a este pacto foral, lo que habría intensificado el sentimiento nacionalista y las demandas de autonomía y, en algunos casos, de independencia.
Mito tercero: la pureza racial según Sabino Arana
Sabino Arana, quien fundó el Partido Nacionalista Vasco en 1895, fue un gran impulsor de los mitos históricos en torno al nacionalismo vasco. Uno de los elementos más controvertidos en su ideario fue la creencia en la pureza racial de los vascos. Arana consideraba que los vascos eran una raza separada del resto de los pueblos de España, especialmente en contraposición a los «maketos», un término despectivo que usaba para referirse a los inmigrantes no vascos que llegaban a la región industrializada desde otras partes de España.
Aunque este aspecto racial del pensamiento de Arana fue suavizado y eliminado en el nacionalismo vasco posterior, en su tiempo fue una parte importante del mito fundacional. Arana promovió la idea de que los vascos, con sus costumbres y lengua, debían mantenerse apartados y puros frente a la influencia de los pueblos extranjeros.
Mito cuarto: La resistencia a los Borbones
Las Guerras Carlistas, que afectaron a España en el siglo XIX, también han sido mitificadas por el nacionalismo vasco. En estas guerras, muchos vascos lucharon del lado carlista, defendiendo la monarquía tradicional frente a los liberales que querían centralizar el poder en Madrid. En la narrativa nacionalista, las guerras carlistas se presentan como una lucha por la defensa de los fueros vascos frente a la centralización liberal y, por tanto, como una expresión de la resistencia vasca contra la dominación extranjera.
Aunque las guerras carlistas fueron conflictos complejos que involucraron muchos factores, el nacionalismo vasco ha simplificado este periodo como una defensa de los derechos históricos de los vascos.
El descenso de la identidad “sólo soy vasco”
Con el paso de los años el sentimiento independentista en el País Vasco ha ido en descenso en los últimos años. Según un estudio reciente los “solo soy vasco”, representaría a penas el 10% de la población vasca. Unos datos que sorprenden de manera notoria debido al gran apoyo que tuvo hace más de una década y la defensa que había sobre esta identidad separada de España.
Aunque ahora mismo haya sufrido una mayor pérdida de este pensamiento, hay que recordar que hace más de una década se los españoles y vascos dejaron de pensar en una España dividida. Así, el principal factor de este declive ha sido el fin de la violencia de ETA en 2011. Durante décadas, el conflicto armado contribuyó a mantener viva la causa independentista al polarizar a la sociedad vasca en torno a la lucha armada y la represión estatal.
La desaparición de ETA no solo puso fin a la violencia, sino que también permitió un debate político más sereno y menos marcado por la radicalización. Como resultado, muchos ciudadanos vascos, que previamente habían apoyado la independencia como una respuesta a la represión, encontraron en la política democrática un camino alternativo para defender sus intereses.