La Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres advierte que un desastre como una inundación interrumpe de manera severa el funcionamiento normal de una comunidad, incluyendo su sistema de salud. La atención sanitaria, inicialmente centrada en los heridos y las emergencias inmediatas, se enfrenta luego a retos de largo plazo: infecciones, enfermedades crónicas desatendidas y trastornos psicológicos profundos.
Los riesgos tras la catástrofe
En las primeras semanas posteriores a las inundaciones, los riesgos se manifiestan principalmente a través de infecciones transmitidas por agua y alimentos contaminados. La Generalitat Valenciana y el Ministerio de Sanidad, conscientes de esta amenaza, actualizaron el 5 de noviembre su protocolo de vigilancia para detectar precozmente infecciones asociadas al desastre.
Este protocolo alerta sobre posibles casos de gastroenteritis aguda, fiebre, vómitos y enfermedades más graves como miocarditis o manifestaciones hemorrágicas. Además, establece una monitorización diaria para identificar rápidamente posibles brotes infecciosos comunitarios. Aunque, afortunadamente, no se han registrado brotes significativos hasta el momento, se han revisado los stocks de vacunas contra infecciones como el tétanos y la difteria.
Sin embargo, los riesgos no terminan ahí. Las aguas estancadas suelen contener contaminantes y agentes tóxicos que afectan a la salud respiratoria y dermatológica. En esta ocasión, se reportaron casos relacionados con la dispersión de compuestos volátiles provenientes de abonos nitrogenados en contacto con el agua. Ante esta situación , las autoridades insisten en la necesidad de realizar las labores de limpieza siguiendo estrictas medidas de seguridad, incluyendo el uso de mascarillas, guantes y detergentes adecuados.
Pasada la fase aguda de emergencia, las autoridades enfrentan un desafío a largo plazo: atender a las personas que sufren enfermedades crónicas que quedaron desatendidas durante la catástrofe. Pacientes diabéticos, personas con afecciones cardiacas o aquellos que requieren tratamientos regulares, como diálisis, ven cómo su salud se deteriora al no recibir atención continua.
A esto se suma el impacto en la salud mental. Según el documento conjunto del Ministerio de Sanidad y la Generalitat, las inundaciones pueden aumentar hasta seis veces el riesgo de padecer trastornos de estrés postraumático, depresión y alteraciones del sueño. Estas secuelas pueden manifestarse durante al menos tres años, requiriendo un seguimiento constante y protocolos específicos para proteger el bienestar psicológico de los afectados.
Un estudio reciente de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale analizó los efectos de inundaciones en Carolina del Norte desde 1990. Los investigadores descubrieron que las inundaciones rápidas, como las que provoca una DANA, tienden a causar menos enfermedades postdesastre que las inundaciones de curso lento. La razón radica en el contacto prolongado con agentes infecciosos y tóxicos en aguas estancadas, más frecuente en las inundaciones prolongadas.
Desde el inicio de la emergencia, el Ministerio de Sanidad y la Dirección General de Salud Pública de la Generalitat han trabajado conjuntamente en un plan de acción que abarca desde la atención inmediata hasta el seguimiento a largo plazo. Este esfuerzo incluye la implementación de estrategias de salud mental, la distribución de recursos médicos en las zonas afectadas y el monitoreo continuo para prevenir brotes infecciosos.
La respuesta a una inundación no termina cuando el agua retrocede. El lodo que queda, visible e invisible, representa una amenaza persistente para la salud pública. La ciencia y la coordinación institucional tienen las herramientas necesarias para enfrentarlo, pero el desafío radica en mantener la atención más allá del impacto inicial y proteger a las comunidades durante el largo proceso de recuperación.