Imagen: soldados rebeldes en Siria
En el panorama global actual, los países con economías basadas en la explotación de recursos naturales, como la extracción y exportación de minerales, enfrentan desafíos profundos que trascienden lo económico. Estas naciones tienden a desarrollar sistemas políticos poco democráticos o incluso autoritarios, caracterizados por bajo crecimiento económico, altos niveles de desigualdad y frecuentes conflictos sociales.
En este contexto, la creciente demanda global de energía y productos naturales ha intensificado una competencia internacional que abarca dimensiones políticas, económicas y militares. Ejemplos como Siria y la región del valle del Éufrates ilustran esta problemática. Allí, la falta de políticas integrales para proteger los recursos naturales, especialmente el petróleo, ha agravado la inestabilidad interna y el debilitamiento del Estado de Derecho. Este vacío ha facilitado la injerencia de actores externos, como Rusia y Estados Unidos, profundizando el conflicto en la región.
Dictaduras y recursos naturales
Siria encarna un ejemplo claro de cómo las economías ricas en recursos naturales pueden ser terreno fértil para regímenes autoritarios y gobiernos opresivos. El conflicto en este país tuvo su origen en 2011, cuando las protestas contra el presidente Bashar al-Assad, líder del régimen del partido Baaz, desembocaron en enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas y grupos rebeldes de la oposición. Sin embargo, el alcance del conflicto no se limitó a las fronteras nacionales.
Su importancia estratégica radica tanto en su ubicación geopolítica como en las vastas reservas de petróleo de la región. Esto atrajo la intervención de actores internacionales como Estados Unidos, Rusia, Irán, Irak e incluso potencias europeas, quienes participaron de manera directa o a través del financiamiento y apoyo a grupos armados. Muchos de estos actores buscaron apropiarse indirectamente de los recursos petroleros, ignorando las causas iniciales de la disputa.
El principal motor del conflicto
El petróleo, explotado durante años por diversos grupos armados, fue clave para financiar operaciones militares, tanto de las Fuerzas Armadas sirias como de otros beligerantes. A pesar de que el conflicto se declaró formalmente concluido tras siete años de intensa violencia, la posesión y explotación de estos recursos sigue siendo un factor que amenaza la estabilidad en la región.
En este sentido, la intervención de Estados Unidos responde, en buena medida, a la necesidad de garantizar su seguridad energética. Como principal importador de energía en el mundo, su prioridad ha sido controlar recursos estratégicos como el petróleo, incluso más allá de sus fronteras. La presencia de este recurso en una zona tan inestable como el Medio Oriente, particularmente en el valle del Éufrates, sitúa a Siria en el centro de la política energética y militar estadounidense.
La soberanía y el modelo de desarrollo
A pesar de la injerencia internacional, Siria mantiene el derecho soberano sobre sus recursos naturales. Decidir cómo y cuándo explotarlos forma parte de su autonomía como Estado. No obstante, este principio se ve constantemente amenazado por dinámicas de poder global y conflictos armados que buscan controlar estos recursos, clave para la economía y geopolítica mundial.
Los problemas económicos del país
Con una población de 21,3 millones de habitantes, Siria ocupa el puesto 61 en el ranking mundial de países por población. Su densidad demográfica es de 115 personas por kilómetro cuadrado, concentrándose buena parte de los habitantes en su histórica capital, Damasco. Sin embargo, estos números contrastan con el estado de su economía, ya que el país figura entre los últimos del mundo en términos de Producto Interno Bruto (PIB) per cápita, alcanzando apenas 356 euros en 2021. Este indicador lo sitúa en el puesto 194 de 196 países, reflejando un nivel de vida extremadamente bajo para la mayoría de su población.
Los problemas económicos de Siria no solo se limitan a su PIB per cápita. En 2009, la deuda pública alcanzaba los 12.083 millones de euros, representando el 31,21% de su PIB, con una deuda por habitante de 573 euros. Además, el país ocupa la posición 176 de 190 en el ranking Doing Business, un indicador que mide la facilidad para hacer negocios. Este panorama evidencia las dificultades para impulsar la actividad económica en un entorno afectado por años de conflicto y una frágil infraestructura financiera.
A esto se suma el bajo Índice de Desarrollo Humano (IDH) y los elevados niveles de corrupción. Según el Índice de Percepción de la Corrupción, Siria obtiene apenas 13 puntos sobre 100, ubicándose entre los países con mayor corrupción en el sector público. Esta combinación de factores, sumada al impacto prolongado de la guerra civil, coloca a Siria entre los territorios más desafiantes del mundo en términos de desarrollo económico y social, tanto para sus ciudadanos como para quienes buscan invertir o establecer negocios en el país.
Situación tras la salida de Bashar Al-Assad
El gobierno de Bashar Al-Assad ha dejado a Siria sumida en una crisis sin precedentes. La guerra civil que estalló en 2011 devastó al país, reduciendo su Producto Interno Bruto (PIB) en más del 85% para 2023, cayendo a apenas 9.000 millones de dólares. Mientras tanto, millones de sirios viven en condiciones de pobreza extrema, una situación exacerbada por el terremoto de febrero de 2023. Según cifras del Banco Mundial, el 69% de la población siria enfrenta pobreza, mientras que uno de cada cuatro ciudadanos está en pobreza extrema.
El colapso de la producción energética es otro reflejo del impacto de las políticas del régimen. La extracción de petróleo, que antes del conflicto alcanzaba los 383.000 barriles diarios, se desplomó a 90.000 en 2022. Además, perdió su posición como principal exportador de petróleo en el Mediterráneo Oriental y ahora depende de importaciones, principalmente de Irán, que casi se duplicaron entre 2020 y 2023. Por si fuera poco, la agricultura también sufrió un golpe devastador: las tierras cultivadas disminuyeron un 25% respecto a 2011, y las exportaciones agrícolas cayeron un 89%, dificultadas por la falta de acceso a insumos básicos como semillas, fertilizantes y maquinaria.
Mientras la economía formal se desmoronaba, el país se convirtió en un importante productor y distribuidor de la droga Captagon, con ingresos estimados en 5.600 millones de dólares entre 2020 y 2023, una cifra que duplica las exportaciones legales del país. Mientras tanto, informes señalan que la familia Al-Assad acumuló una fortuna de hasta 2.000 millones de dólares, supuestamente depositada en cuentas extranjeras. En contraste, la población sufre inflación galopante, la devaluación de la libra siria y recortes drásticos en los subsidios. La recuperación económica de Siria, según expertos, dependerá en gran medida de la cooperación internacional y del apoyo de los países de la región tras la era de Al-Assad.
¿Qué es el Captagon?
Captagon, un medicamento desarrollado en la década de 1960, tuvo un inicio prometedor como tratamiento para condiciones como la depresión, la narcolepsia y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Originalmente, contenía un compuesto químico resultante de la combinación de anfetamina y teofilina, diseñado para actuar como psicoestimulante. Comercializado bajo marcas como Captagon, Biocapton y Fitton, ofrecía un enfoque innovador para tratar trastornos vinculados al sistema nervioso central.
El compuesto fue sintetizado por primera vez en 1961 por una empresa alemana que buscaba minimizar los efectos secundarios de la teofilina, especialmente en el sistema nervioso y cardiovascular. Sin embargo, a pesar de sus aplicaciones médicas iniciales, las preocupaciones por su potencial adictivo y uso indebido llevaron a una estricta regulación. En 1981, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) incluyó el compuesto en su lista de sustancias controladas más restrictiva, y en 1986, Naciones Unidas prohibió su producción y comercialización a nivel global.
Durante la era soviética, la producción de Captagon se concentró en países como Bulgaria, y su tráfico ilegal hacia Occidente sirvió como una fuente de financiamiento para el régimen comunista. Sin embargo, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, el control sobre esta sustancia pasó a manos de organizaciones criminales de Europa del Este, que comenzaron a fabricarla de manera clandestina.
A partir del año 2000, organismos internacionales como Interpol y la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (INCB) identificaron un resurgimiento de la producción ilegal de Captagon, esta vez en países del sureste europeo y la península de Anatolia, incluyendo Eslovenia, Bulgaria, Turquía, Serbia y Montenegro. Aunque ya no contenía clorhidrato de fenetilina debido a la limitada disponibilidad de este compuesto, el Captagon clandestino se elaboraba con anfetaminas y otras sustancias, como cafeína, efedrina y metanfetaminas, diseñadas para imitar los efectos del original. En 2007, la entrada de Bulgaria en la Unión Europea forzó el cese de su fabricación en el país, lo que desplazó su producción hacia Oriente Medio, principalmente a Turquía y Líbano, consolidando esta región como un nuevo epicentro del tráfico de esta droga.
Los diferentes actores interesados en Siria
- Turquía: ha consolidado su influencia en el norte de Siria a través de operaciones militares dirigidas principalmente contra fuerzas kurdas, a las que acusa de respaldar movimientos separatistas dentro de su territorio. En paralelo, Ankara ha respaldado a facciones rebeldes como el Ejército Nacional Sirio y el Ejército Libre Sirio, que lucharon contra el régimen de Bashar al Assad. Aunque oficialmente considera al grupo islamista HTS una organización terrorista, diversos analistas sugieren que Turquía habría apoyado indirectamente sus avances militares en la región. En este contexto, el interés estratégico de Ankara es frenar la formación de cualquier región autónoma kurda en Siria y mantener su influencia sobre el futuro gobierno central.
- Qatar: ha jugado un papel diplomático importante en la configuración de la política en Siria, promoviendo un gobierno de transición que integre tanto al régimen como a la oposición. Según expertos, su interés radica en evitar que el país se convierta en un bastión apoyado por Arabia Saudita, su principal rival en la región. Además, Doha ha aprovechado su rol como mediador en conflictos como el de Gaza para consolidar su imagen internacional. Mientras tanto, insiste en aplicar resoluciones de la ONU que establezcan un gobierno inclusivo en Siria, reforzando su posición como actor influyente en el nuevo panorama político sirio.
- Las fuerzas kurdas: las Fuerzas Democráticas Sirias, lideradas por kurdos y respaldadas por Estados Unidos y la Unión Europea, han establecido una región autónoma en el noreste de Siria. Sin embargo, Turquía, que considera a estos grupos una amenaza para su seguridad nacional, podría lanzar nuevos ataques en las próximas semanas. Los kurdos buscan mantener sus territorios y ganar representación en el futuro gobierno sirio, pero su posición sigue siendo precaria debido a las tensiones geopolíticas en la región.
- Estados Unidos y Rusia: para Estados Unidos, la caída de Assad, apoyado por Moscú y Teherán, representa una oportunidad estratégica. Sin embargo, la continuidad de su influencia dependerá de las decisiones del próximo gobierno estadounidense. Aunque Donald Trump, presidente electo, ha insinuado desinterés en involucrarse, la presencia de tropas estadounidenses en zonas estratégicas del noreste sirio sugiere lo contrario. Rusia, por su parte, intentará mantener sus bases militares en Siria, clave para sus operaciones en el Mediterráneo y África subsahariana.
- Irán y Hizbulá: la caída de Assad supone un golpe para Irán, que había utilizado a Siria como puente clave hacia Hezbolá en el Líbano. El debilitamiento de esta conexión afecta la transferencia de armas y municiones hacia la milicia libanesa, en un momento en que Teherán enfrenta presiones en múltiples frentes, incluidos Irak, Yemen y Gaza. Analistas señalan que esta situación podría reducir significativamente la influencia del llamado Eje de Resistencia liderado por Irán.
- Israel: sigue de cerca los acontecimientos en Siria, preocupado por el futuro de su vecino y por el destino de los supuestos arsenales químicos de Assad. Desde la caída del régimen, ha intensificado sus ataques contra objetivos militares en Siria y ha reforzado su control en los Altos del Golán, un territorio clave que anexó en 1981. Mientras tanto, el primer ministro Benjamin Netanyahu ha reiterado su disposición a tender «una mano de paz» a los sirios que deseen convivir en armonía con Israel, aunque mantiene una postura firme respecto a la seguridad nacional.