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18 Oct 2024
18 Oct 2024
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La transparencia del desierto

Todo es ya desierto. Nada escapa al inabarcable alcance de una transparencia que lo invade todo. De eso es de lo que nos habla The Curse

Todo es ya desierto. Sin remisión. Es la consecuencia de ese proceso generalizado de disolución al que llamamos Modernidad. Nada escapa al inabarcable alcance de una transparencia que lo invade todo. Y a la experiencia universal, cotidiana, de dicha realidad la hemos denominado: hiperrealidad. Justo ahí: en tiempos de Simulacro.

De eso, precisamente, es de lo que nos habla la enigmática teleserie The Curse (2023), producida por Sky Showtime en su versión original y disponible en España desde hace escasas semanas por medio de Movistar. Una original narración de 10 episodios dirigida por la dupla Nathan Fielder-Ben Safdie, que además protagonizan su propia ficción junto a la recientemente oscarizada Emma Stone, quien asimismo figura como productora.

¿Se trata de la ficción televisiva del año? Respondemos: sin ninguna duda.

En The Curse, la extraña pareja formada por Whitney y Asher Siegel, dos recién casados que luchan por sacar adelante un reality-show sobre viviendas ecológicas en un entorno conflictivo dirigido por el excéntrico Dougie, despertarán una extraña maldición relacionada con los nativos originarios de Nuevo México, al más puro estilo del folk horror reformulado gracias a películas recientes como Midsommar (2019), mediante un estilo extremadamente realista que se va abriendo de forma envolvente y paulatina hacia un humor cínico y surrealista cargado de ironía, crítica social y, sobre todo, imaginación bien desplegada.

Nuestro mundo, decía, se ha convertido en un gigantesco desierto. Y ante ese enorme páramo de tierra yerma, estéril y reseca, sólo queda una única verdad sobre la faz de la Tierra para refutar esta nueva realidad con un pedazo obsoleto de esa otra realidad ya vieja, ya olvidada, ya perpleja, ante el avance irremisible de nuestros espejismos electrónicos: el desierto antediluviano. Inmutable. Que fue, es y será, con independencia de nuestros vanos designios.

Eso fue lo que, en definitiva, encontró el filósofo francés Jean Baudrillard en su a estas alturas legendario peregrinaje por Estados Unidos en general y Las Vegas en particular, recogido después dentro de ese volumen, una obra maestra de la crónica y de la verdadera filosofía, en contacto con el signo de los tiempos y no apolillada en manos de especialistas, que se incluye en el título América (1986), un libro de culto en su momento, publicado por la editorial Anagrama por estos lares, pero hoy descatalogado, ya sólo disponible en viejas librerías de segunda mano que evocan viejas realidades desfasadas.

Lo tangible. El papel. La reflexión. Eso que (se) fue. Ayer.

California es un espejismo, el contrasentido que implica un mito sin redención, porque, como escribiera Baudrillard, América carece de esperanza, ni siquiera la concibe, y además encuentra su fundamento cultural en una ausencia evidente, espacial, metafísica si se quiere, que amenaza con devorarlo todo, sin abandonar por ello la terrible levedad del juego de azar, que cristaliza en el contrapeso capitalista del desierto: el Casino.

La realidad física, espacial y proyectada en el tiempo del desierto contrasta con la hiperrealidad desbordante y elusiva de Las Vegas. En ambos lugares nos encontramos enfrentados a la más evidente de las ausencias: no hay sentido. Ni tampoco tiene sentido esperar la aparición de sentido alguno. Tras la luminiscencia del espectáculo aguarda, en penumbra, la transparencia del vacío. Que es por y para siempre.

En el último capítulo de The Curse, me atrevo a aseverar, tenemos el más original giro de la ficción televisiva reciente. A Christopher Nolan, seguidor declarado de la ficción creada por Safdie y Fielder, se le ha ocurrido compararla con la legendaria Twin Peaks (1990-1), de Lynch y Frost. Que no es poco.

Nosotros, sin llegar a tanto, queremos invitar fervientemente a verla con esa calma que requieren todas las ficciones no genuflexas ante los estándares delimitados por las productoras y el consumo masificado; y, si pasados los primeros episodios, quien lea estas líneas decide celebrar la existencia de una rara avis tan sofisticada como The Curse, le invitamos también a que repita el grito gozoso del gran showrunner David Simon: “¡que se joda el espectador medio!”. Porque todo lo demás es desierto.

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