Ya desde el comienzo quisiera aclarar que cine de temporada no significa temporada de cine, al menos necesariamente; y, creo, con eso estaría dicho todo. Es posible que la síntesis aforística, tan del gusto de Lichtenberg, Cioran o Gómez Dávila, sea un buen remedio contra la hybris informática que nos bombardea de manera acuciante y harto insistente a cada momento, irrumpiendo una y otra vez en nuestras vidas con una sobrecarga verborreica que resulta del todo dañina para el verdadero conocimiento.
Aun así, vamos a tratar de ser profesionales y añadir algo menos lacónico que un simple escolio a la nueva hornada de pretendidos éxitos que esta semana trae consigo a la cartelera. El cínico nihilismo que, aclaro, rige siempre al servicio del poder (y que además domina los mass media desde hace medio siglo) no merece menos que una buena explicación de por qué está equivocado en sus postulados básicos.
El especialista, barra libre de nihilismo y cinismo
El especialista: “Nihilism is the sexy bacon”, nos dicen precisamente en la película protagonizada por Ryan Gosling y Emily Blunt. Al parecer es el filme que, según todas las apuestas, salvará la cartelera en la recta final antes de que llegue el verano con su habitual desierto de taquilla. Se trata de una comedia cínica y nihilista, que juega con los clichés habituales del género romántico, que y está sembrada de espectaculares escenas de acción (grabadas con escasos efectos especiales, como explican pormenorizadamente en los créditos finales, mientras de fondo ruge a altísimo volumen una música de rock).
Su director es David Leitch (cuya resonancia fonética con David Lynch puede dar lugar a malentendidos), especialista de acción él mismo (como el protagonista de la película, otra “metabroma” más), además de coordinador de secuencias de riesgo en sagas como Bourne o Matrix. Como director, es el responsable de destacados éxitos de taquilla como John Wick, Atómica, Fast and Furious, Deadpool o la reciente Bullet Train. Todas ellas películas (por llamarlas algo) que a mí no me interesan en absoluto. Con El especialista adapta una serie de televisión “ochentera” a la gran pantalla, integrándose así en una moda del cine actual que, queriendo ser muy innovador, acaba siendo de lo más conservador, puesto que no aporta nada nuevo (si acaso cansancio) a aquello que ya se vio hasta la náusea en los propios años 80.
Ese toque “ochentero” es, según mi percepción, una de las características más espantosas del cine actual. Fue en esa década que el cine de Hollywood entró en el redil de los comerciantes para mejor abandonar, a cambio (y siempre salvo honrosas excepciones), toda vocación artística en sus películas. Demostrando con ello un infantilismo notable en sus realizadores y espectadores, estos últimos entonces niños y ahora muchos de ellos padres, que al parecer no han madurado demasiado, al menos a tenor de sus imperturbables gustos.
Sin embargo, El especialista demuestra tener algún toque más de madurez de los que cabría esperar en base a lo anterior; y esto es perceptible cuando su guion trata de imitar el cine gamberro y deslenguado de Shane Black, con el que además Gosling trabajó en la infravalorada Dos buenos tipos (The nice guys, 2016), que, por supuesto, era notablemente mejor (y más breve) que El especialista; pero aunque la película pretenda ironizar sobre la deriva mercantilista de Hollywood, no por ello deja de participar de sus principios en cada segundo de su metraje; y ese es, con toda probabilidad, su peor vicio.
Immaculate, una muestra de la putridez en la que está cayendo Hollywood
Immaculate: Casi sin espacio me toca hablar de esta extraña mezcla entre un filme de Darío Argento con La semilla del diablo y Midsommar, cuya calidad cinematográfica, aclaro, está muy lejos de rozar siquiera. El resultado es una auténtica porquería que preferiría poder olvidar (después de terminar estas líneas, claro está): un proyecto solemne, malintencionado, increíblemente caro, efectista y del todo fallido que basa parte de su premisa (y, al fin, toda su propuesta) en el morbo de ver vestida de monja a Sydney Sweeney, la nueva “diva” de una generación marcada por la teleserie Euphoria y el influjo malsano de las redes sociales en sus anhelos más íntimos. La voluptuosa Sweeney, que no anda sobrada de talento, tendrá que lidiar con numerosos males y sospechas que incluyen la presencia de un célebre actor español cuyo nombre no recuerdo pero que, al parecer, es también muy conocido por otra serie de televisión, que además en este caso no he visto (¿La casa de papel? Me temo que no lo sé). Porque, llegado ese punto del filme, ya nada del guion me importa.
La deriva del cine en su afán por imitar a las series
El hedor que exhala Hollywood en la actualidad es podre, signo inconfundible por el que no debe sorprendernos que su cine sea del todo pútrido. No entiendo cómo nadie quiere dedicarse a esto de hacer películas sin antes haber visto un par de clásicos en blanco y negro, esto es, sin querer reinventarlo todo antes de conocer nada. Esa actitud en la música clásica o en la pintura anterior al siglo XX sería de todo punto inconcebible, pero en el mundillo del cine actual resulta de lo más vulgar.
Los modernitos quieren hacer dinero juntando los mismos mimbres algorítmicos de los que salen sus pésimas series de televisión con unas ínfulas “autorales” que responden únicamente a la total ignorancia de las reglas que caracterizan al medio en el que desempeñan su empleo; y quizás sea por eso por lo que, queriendo asustar, acaban por inducir a la risa, desperdiciando con ello una oportunidad de oro, ya que, atendiendo a la cartelera, sólo queda constatar que la época, tan cínica y nihilista ella, resulta más que conveniente para trabajar con historias de terror que con cuentos de comedia.
