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11 Ene 2025
11 Ene 2025
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Cisma (I): El último Papa

Berger es un protestante confeso que fundamenta su película en la leyenda negra anticatólica

Al borde de una declarada guerra entre liberales y conservadores, entre modernistas y tradicionalistas, como la que auguraba Marcel Lefebvre y ahora anuncia Atanasio Schneider, cuando los rumores sobre la salud de Jorge Mario Bergoglio, más conocido como Francisco, se vuelven preocupantes, podemos concluir: son malos tiempos para la Iglesia. Lo evidencia Cónclave (2024), el exitoso thriller de sotana que Edward Berger, al que todos conocimos por Sin novedad en el frente (2022), ha dirigido sobre una novela de Robert Harris, autor del gusto del gran Roman Polanski.

La obra de Berger-Harris se basa en un fundamento inapelable a la hora de atraer al público: el morbo que genera uno de los cenáculos de poder más fascinantes de la Historia y más relevantes de cara al convulso futuro que poco a poco coagula ante nuestros ojos. Y ni la excelente actuación de Ralph Fiennes ni el ritmo trepidante de un guion que no deja de sorprender terminan de evitar la carcajada con el último y más delirante de los arriesgados giros de la película, que puede parecer ridículo, si bien esconde una reflexión de hondo calado: ¿La decisión final del protagonista, tan controvertida, está motivada por la fe o por la falta de ella? Y, sobre todo, ¿de verdad se trata de una tomadura de pelo políticamente correcta o, por el contrario, de una alusión directa a la figura del Anticristo anunciada para el Fin de los Tiempos?

Berger es un protestante confeso que fundamenta su película en la leyenda negra anticatólica. Su anterior película, estrenada en Netflix, era un panfleto pacifista rehecho no por casualidad en tiempos de Guerra en Ucrania; y, sin embargo, como ya demostraron los italianos Nanni Moretti, en Habemus Papam (2011), y Paolo Sorrentino, en The Youg Pope (2016), las cuestiones relativas a la Ecclesia Catholica interesan a agnósticos y ateos por igual. Si algo hemos aprendido al respecto desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, como se muestra en The Scarlet and the Black (1983), es que todo lo relativo al Vaticano implica simultáneamente una posición metapolítica y geopolítica; y Cónclave juega con ello sin abandonar su principal cometido, brindar entretenimiento hasta el último instante de la trama, al tiempo que manifiesta el innegable interés que tendrá la elección del próximo Papa de cara al improbable futuro de Occidente.

Otro clásico thriller de sotana, que en realidad esconde un implacable roman à clef, es El último Papa (Windswept House, 1996), del Padre Malachi Martin, quien después de servir en primera línea vaticana de 1958 a 1964 decidió narrar desde dentro la cesura que se produjo en la Iglesia en el siglo XX: «Una nueva Iglesia en un Nuevo Orden Mundial, ése era el objetivo de la Nueva Roma. El propósito era fundamentar un catolicismo que no reconociera ningún verdadero vínculo con el catolicismo anterior». Para el Padre Malachi Martin, detrás de cuya muerte ocurrida poco después de su célebre obra, en 1999, muchos ven un posible asesinato motivado por la carga de verismo presente en sus escritos de ficción, todo empezó con la infiltración de la masonería en el Vaticano, la ocultación del Tercer Secreto de Fátima por parte de la curia romana y hasta la celebración de misas negras en el seno de la Iglesia. Parece que la inversión maligna de todo rastro sagrado se ha consumado en Occidente.

Para Malachi Martin, lo ocurrido en Fátima suponía el suceso religioso más relevante del siglo XX, dado que implicaba la realización de la tarea más urgente que la Iglesia enfrenta de cara al futuro. A través de Juan XXIII y de uno de sus cardenales más próximos, Augustin Bea, del que Martin era asistente, el autor de El último Papa pudo acceder al misterioso tercer secreto de Fátima, que no es, como se dijo, el atentado contra Juan Pablo II, sino la necesidad de consagrar a Rusia o sufrir las consecuencias de la dejación de esa misión espiritual. Y a la vista está el rumbo que se decidió tomar entonces. ¿Las consecuencias? Según Martin, un castigo físico a las naciones, en forma de catástrofes naturales, seguido de un castigo espiritual, de la desaparición generalizada de la fe, hasta concluir con una apostasía general que coincidiría con la elección de un Antipapa.

La novela se abre con la descripción de una misa negra real celebrada en 1963, en Charleston, Carolina del Sur (EEUU), en la que participaron altos cargos eclesiásticos del Vaticano, y en la que una niña fue violada y forzada nada menos que al incesto. Martin, que participó en la investigación sobre los Rollos del Mar Muerto, afirmaba que «El Papa está rodeado de hombres con atuendo clerical que no tienen la fe católica, ellos trabajan con fundaciones, organizaciones, grupos internacionales, instituciones financieras, gobiernos, universidades, y otras agencias para traer un Nuevo Orden Mundial. Entre los cardenales y la jerarquía hay satanistas y cooperadores para conseguir un único Gobierno Mundial». Quizás por eso a nadie extraña la evidente vinculación que existe hoy entre el programa globalista de la Iglesia y el programa de “reinicio” que el Nuevo Orden Mundial predica desde foros como el de Davos o el Club Bilderberg. Recordemos, en ese sentido, la notable y antigua vinculación de la familia Rothschild con la Santa Sede.

Para los enemigos de Dios, resulta mucho más efectivo manipular la Iglesia en relación con sus objetivos y pervertir su misión fundamental que destruirla sin más. El Padre Malachi Martin crecía en la existencia de una «sinarquía» (véase: Alexandre Saint-Yves d’Alveydre), de una «cima» o un perverso «centro del mundo» que dirige a la sociedad mediante una estructura piramidal, capaz de erigir una URSS igual que de hacerla caer a conveniencia: «La URSS no se desintegró de forma natural, sino que colapsó por una orden premeditada. Esas órdenes vinieron de la cima». Para la construcción de un IV Reich europeo a imagen de la obsoleta Unión Europea integrada por tecnócratas masones, la Iglesia cumple un papel fundamental: «El día en que la Santa Sede se sujete a la nueva Europa de diplomáticos y políticos, a la Europa centrada en Bruselas y París, aquel día comenzarán realmente los infortunios para la Iglesia». Como sabemos, esto ocurrió hace algo más de medio siglo.

Viendo la reciente ceremonia de inauguración de la nueva catedral de Notre-Dame en París, cargada de simbolismo ocultista y sin la presencia de Bergoglio, se entiende mejor todo aquello de lo que hablaba Malachi Martin, quien finalmente renunció a sus votos de jesuita en 1964 y se secularizó, para acabar sus días alejado de la Iglesia. Esos maestros arquitectos (o ingenieros), los «macrodirectores» a los que señalaba Martin con su novela, han cumplido sus propósitos sin que haya grandes sobresaltos entre la misma masa de fieles que, en cambio, sí protestan públicamente cuando un cómico hace burla pública de la Iglesia, un problema que en comparación resulta mucho menos ofensivo y amenazador para el verdadero creyente. Según el Padre Malachi Martin, ni siquiera un cisma como el que probablemente todos nosotros veremos pronto podrá sacar a la institución religiosa más relevante de Occidente de este callejón sin salida en el que se encuentra.

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