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12 Ene 2025
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Cisma (y II): Los secretos del cónclave

Los secretos de los conclaves vaticanos

El morbo que suscita el secretismo de la Iglesia Católica ha producido el éxito de exitosas películas como Ángeles y Demonios (2009) o la reciente Cónclave (2024), dos obras mediocres y controvertidas que, a pesar de su dudosa calidad cinematográfica, beben de una tragedia real: 28 de septiembre de 1978 el Papa Juan Pablo I, llamado Albino Luciani, murió después de 33 días de pontificado. ¿Fue realmente envenenado? Algunos investigadores de la talla del escritor David Yallop creen que sí: al parecer, no era el candidato adecuado para salvaguardar los intereses de algunos altos cargos del Vaticano. Dos semanas antes de ese su muerte, el 5 de septiembre de 1978, el arzobispo ortodoxo Nikodim de Leningrado, segundo hombre más fuerte de su Iglesia, murió súbitamente en el Vaticano, a los 49 años, en una reunión privada con Juan Pablo I. Quizás cometió el error de beber un café aderezado con cianuro que estaba destinado al Papa.

Justo cuando las dudas sobre el supuesto infarto que causó la muerte de Juan Pablo I parecían caer en el olvido, a su vez Juan Pablo II sufría un atentado el 13 de mayo de 1981. A partir de ese momento, el Papa decidió seguir con las investigaciones que su antecesor había iniciado acerca de la probada relación entre Propaganda Due, más conocida como Logia Masónica P2 de Licio Gelli (responsable del asesinato de Aldo Moro), Roberto Calvi (que aparecería ahogado en el río Támesis el 18 de junio de 1982) y Michele Sindona (que aparecería envenenado con cianuro en prisión el 22 de marzo de 1986), con el Banco Vaticano y con el Banco Ambrosiano, a través de la figura de Paul Marcinkus, quien fue nombrado dirigente de las finanzas del Vaticano en 1971 por el papa Pablo VI. Este escándalo terminaría en los tribunales de Italia e inspiró a Francis Ford Coppola para su película El Padrino: Parte III (1990).

Cuando las sospechas sobre la infiltración masónica en puestos cruciales del Vaticano llegaron a manos del Papa Pablo VI en el año 1975, éste encargó al arzobispo canadiense Édouard Gagnon que realizara una completa investigación sobre el tema. Al concluir dicho informe, Gagnon, que años después sería declarado cardenal, denunció en 1978 que «El humo de Satanás entró en la Iglesia» ante el papa Pablo VI, que moriría dos meses después de recibir documentación precisa sobre la infiltración masónica en la Santa Sede. Fue precisamente el frágil estado de salud del pontífice lo que evitó un cambio real a la luz de las múltiples revelaciones sustentadas en el informe de Gagnon acerca de las intrigas de contrainteligencia presentes en uno de los estados más poderosos del mundo. La tarea de “limpiar” la Iglesia quedaría reservada al sucesor de Pablo VI: en el Cónclave que siguió a la muerte del Papa, se produjeron las intrigas propias de una decisión tan relevante desde el punto de vista metapolítico y geopolítico, quizás sólo comparables a las de la elección de un presidente de los Estados Unidos de América.

Para que no ganara ni el tradicionalista Giuseppe Siri ni el liberal Sebastiano Baggio, Karol Wojtyła se unió con Giovanni Benelli para apoyar a Albino Luciani, un candidato sorprendentemente joven. Más tarde, Benelli fue Secretario de Estado de Juan Pablo I, además de arzobispo de Florencia. Finalizado el cónclave, tal y como asegura el sacerdote Charles T. Murr, entonces chófer de Gagnon, este último se unió con el nuevo Papa y le convenció para expulsar al encargado de la Congregación de Obispos, el masón Baggio. En una reunión posterior, Baggio levantó la voz al Papa y salió visiblemente enfadado de la entrevista, llegando a insultar al Santo Padre después de rechazar el arzobispado de Venecia ofrecido por Juan Pablo I. Tan solo 48 horas después el Papa estaba muerto, al parecer a consecuencia de un infarto.

En el siguiente cónclave, Benelli propuso a Wojtyła como Papa, ya que ambos habían sido designados por Pablo VI, junto a Joseph Ratzinger, como sus sucesores; y en efecto ellos fueron los próximos pontífices. Tras la elección, Juan Pablo II pudo acceder a la misma información facilitada por Gagnon a los dos papas precedentes, pero debido a la terrible enfermedad de uno de los masones infiltrados en altos puestos eclesiásticos, Jean-Marie Villot, que padecía un cáncer terminal que lo llevaría a la tumba en el año 1979, el nuevo Papa decidió dejar las cosas como estaban. Transcurrieron varios años hasta el atentado contra Juan Pablo II, cuando por fin Wojtyła se dio cuenta de la gravedad de la situación y nombró a Benelli Secretario de Estado, expulsando también a Baggio de puestos de relevancia, gracias al consejo de Gagnon, por fin reconocido como obispo por su inestimable labor.

Una semana después, Benelli murió de un infarto, en el año 1982, y poco tiempo después el Banco Vaticano se hundió, cuando el escándalo de lavado de dinero a la masonería por parte de la Iglesia salió a la luz pública. Con la caída en desgracia de Baggio y el escándalo judicial que supuso la relación entre el Banco Vaticano y la Logia Propaganda Due (P2), uno podría pensar que el asunto de la infiltración masónica en el seno de la Iglesia Católica estaba acabado. Nada más lejos de la verdad: desde entonces la situación no ha hecho otra cosa que agravarse. En la investigación que Gagnon presentó sucesivamente a Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, destacaba otro nombre junto al de Baggio, como líder de la planificación: se trataba del arzobispo Annibale Bugnini, arquitecto de la liturgia del Novus Ordo, por la cual la Iglesia surgida del controvertido Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII en 1962 buscaba actualizarse de cara al mundo surgido tras la Segunda Guerra Mundial.

Cuando el Papa Pablo VI, del que ya hemos hablado, clausuró dicho concilio el 8 de diciembre de 1965, tras la muerte de su sucesor, el daño ya estaba hecho: la reforma ideada por el modernista y masón Bugnini, que sería destinado a Irán como represalia, se había implementado en todas partes. Entre otros muchos males que servían al fin de “protestantizar” la Iglesia, cabe destacar uno: la perversión de la misa tradicional, y no sólo por la desaparición del latín como lengua o por la consideración más metafórica de la importancia mística de la hostia consagrada en la homilía, sino por una cuestión aún más de fondo, que no ha dejado de incrementarse desde entonces: el abandono de lo vertical, de lo sagrado, en beneficio de lo horizontal, de lo humano, de la lectura “fraternal”, humanista y moralista de la religión, que sitúa al hombre en el centro de la doctrina, en sustitución de Dios.

Como colofón de lo anterior, el periodista Mino Pecorelli, miembro arrepentido de la Logia Propaganda Due (P2), publicó un artículo el día 12 de septiembre de 1978 en la revista Osservatore Politico (OP), con el título de “La gran logia vaticana”, donde se incluían datos contundentes para probar la infiltración de la francmasonería en la Iglesia, incluyendo una lista de 121 cardenales, obispos y sacerdotes masones, junto a su fecha de iniciación y el pseudónimo de cada iniciado. En esta lista destacaba un nombre de entre todos los demás: el del influyente cardenal Achille Liénart, encargado de nombrar nuevos arzobispos, como el progresista Augustin Bea y el conservador Marcel Lefebvre. A consecuencia de este artículo, Pecorelli resultó tiroteado en Roma, por orden de Gelli, el 22 de marzo de 1979, justo a la puerta del periódico donde trabajaba. Pero esa es ya otra historia.

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