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12 May 2024
12 May 2024
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El misterio de la otredad

Cómo ocurre con uno mismo, con el yo más oculto que portamos dentro, solo se le conoce por medio del amor, por el amor que se profesa a otros y que otros le profesan a uno. In eros veritas.

Me van a permitir que comience parafraseando a Sartre y que, donde antes el francés decía “el infierno son los otros”, por contra yo me permita afirmar: “el misterio son los otros”. A pesar de mi tendencia innata a la misantropía. Porque, aunque durante siglos el ser humano juzgó, despreció, condenó, mintió, robó y asesinó “al otro”, hace poco más de 2000 años expiró un hombre incomparable que antes pregonó, con su vida y con su palabra (que en el fondo son una y lo mismo) exactamente lo contrario: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará”; dijo este predicador de legendaria biografía.

Diálogo viene del latín (dialogus), y antes del griego (diálogos), y literalmente significa algo así como “a través de las palabras”. El diálogo funciona cuando ambos interlocutores se mueven en un código común, pero antes de eso debe de estar el interés por el otro; es decir, el diálogo puede tener lugar cuando se cumple uno de los tres tipos de amor reconocidos en el ámbito de la lingüística, al menos tal y como los recoge el profesor Miguel Ángel Garrido: Ágape (“qué bueno que existas”), Filia (“qué bueno que existas conmigo”) y Eros (“qué bueno que existas para mí”). La cumbre más alta que podemos alcanzar en ese conocimiento del Otro se halla en el reconocimiento “erótico” de su Misterio connatural que es, asimismo, el Misterio más profundo que nuestro propio Ser oculta en el interior de su naturaleza velada. Una verdad inmarcesible que sólo puede ser revelada a través del Amor.

El nuevo «pathos»

Nuestra condición es, como nos revela toda mitología y recoge cualquiera de las tradiciones religiosas aceptadas, la Caída; y si bien debemos aspirar a la salvación por medio de la acción redentora, nuestra naturaleza más elemental sigue estando limitada puesto que hemos sido expulsados del Paraíso: de nuevo el pathos, lo trágico y la inevitable melancolía que toda tarea heroica lleva, inevitablemente, aparejada consigo, puesto que se enfrenta a una otredad sagrada, ominosa e inabarcable, cuyo desborde de exceso nefando debe regular por medio de la transformación; y también porque la tarea heroica coincide con la tarea amorosa en la reconciliación con la otredad: de religar, en el sentido más religioso de la palabra, aquello que nació fragmentado.

A lo largo de varios siglos y en muy distintos puntos del orbe, los hombres se dominaron entre sí con el oprobio de la esclavitud. Los conquistadores trataban a los conquistados como a seres inferiores de los que podían valerse prescindiendo de cualquier atisbo de moralidad. Hasta que un pueblo lo cambió otorgando humanidad al hermano rendido. En ese sentido, escribe Ramiro de Maeztu acerca de la Hispanidad: “Este humanismo es una profunda igualdad entre los hombres. A los ojos del español, todo hombre, sea cualquiera su posición social, su saber, su carácter, su nación o su raza es siempre un hombre. Este humanismo español es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia Católica. No hay nación más reacia que la nuestra a admitir la superioridad de unos pueblos sobre otros o de unas clases sociales sobre otras”.

El humanismo hispánico

El humanismo europeo de signo hispánico ha sido silenciado reiteradamente y durante no pocas décadas, al menos en una gran mayoría de sus fenómenos y manifestaciones, por culpa de la Leyenda Negra antiespañola, como bien señala Elvira Roca Barea en su exitosa obra Imperiofobia y leyenda negra: “Ni que decir tiene que la opinión contraria, esto es, que España fue el motor del Renacimiento europeo, o al menos puso gran parte de la gasolina es casi una blasfemia”. Es algo sobre lo que también ha incidido el realizador José Luis López Linares con sus dos documentales de muy reciente aparición (el último sigue en cartelera): España, la primera globalización (2021) y Hispanoamérica, canto de vida y esperanza (2024).

Además de esta influencia cristiana señalada por Maeztu, hay que mencionar la herencia grecolatina señalada por Guy Davenport, entre otros. El estudioso José Luis Abellán trabajó este tema su libro El erasmismo español, donde se lee que “Erasmo era holandés, pero el erasmismo es español”, dada su importante recepción en nuestro país. Además de Atenas y Jerusalén habría que sumar, entonces, para comprender el siglo XVI hispano, a Erasmo de Rotterdam; sin embargo, con la llegada de la Modernidad y el triunfo de la talasocracia angloprotestante sobre el legado judeocristiano y clásico de la Hispanidad, las civilizaciones que componen Occidente han fracasado en su empeño por abrazar la Otredad. Esa tarea pendiente ha quedado relegada, por lo tanto, al ámbito exclusivo de las Artes y, muy especialmente, de la Literatura: último rescoldo donde aún late nuestra misión pendiente de abrazo.

En ese sentido, Mikel Azurmendi escribió: “La literatura es la única actividad humana que ha mostrado un caleidoscopio de tipos humanos a través de los cuales se puede seguir la transfiguración de la sensibilidad humana”. El abrazo como gesto de religación en la comunidad de los hombres, de “entrar en el otro y dejar entrar en el otro”. En aquello que soy yo. Una vuelta a los orígenes por medio de la conciliación de opuestos. La Historia de la Literatura occidental arranca con el abrazo entre Aquiles y Príamo que pone fin a La Ilíada; y la Hispanidad quedó retratada en un cuadro de Velázquez: La rendición de Breda (1634). Es la religación con el otro, ya que, como ocurre con uno mismo, con el yo más oculto que portamos dentro, solo se le conoce por medio del amor, por el amor que se profesa a otros y que otros le profesan a uno. In eros veritas.

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