Ya sabemos que Hércules es un héroe extremadamente importante en la historia mítica de España, desde que autores como Jiménez de Rada y el taller de Alfonso X difundieron sus mitos relacionados con el país del poniente y de las columnas del non plus ultra. En la Edad Moderna, con el cruce definitivo de aquellas columnas, se convierte en el gran héroe de la monarquía hispánica de los Austrias y, luego, de los Borbones. Esto se puede comprobar en un breve paseo por varios palacios madrileños de los siglos XVII y XVIII, que recurrieron a las aventuras del héroe mitológico griego para fines alegóricos. Es bien conocida, por ejemplo, la serie de pinturas encargadas a Zurbarán en 1634 para el Salón de Reinos del desaparecido Palacio del Buen Retiro, de las que se realizaron diez, con algunas célebres hazañas del héroe, conservadas en el Museo Del Prado hoy. Otro ejemplo es el Casón del Buen Retiro, donde puede verse el ciclo de Hércules en la última etapa del reinado de Carlos II, alusivo a la relación entre los doce trabajos y el origen de la orden del Toisón, fuertemente simbólica para la dinastía.
Aun en el Madrid bajo los Habsburgo se pueden citar las pinturas sobre Hércules en la Casa de la Panadería, en plena Plaza Mayor, destruidas en el incendio en 1672 pero evocadas por las de Claudio Coello y José Jiménez Donoso. Hay posteriores ejemplos de la iconografía de Hércules en Madrid: en el techo del salón de armas lel Palacio de Santoña de Madrid, está la alegoría Hércules entre la Virtud y el Vicio, de origen filosófico en la escuela sofística, y obra de varios pintores. En el Palacio del Marqués de Salamanca encontramos la pintura Hércules y Ónfale, con el conocido episodio del travestimiento del héroe para servir a la reina de Lidia, tan influyente en la ópera del XVIII de enredo y equívocos. El Palacio del Marqués de Riera también alberga una pintura con Hércules y los gigantes. Este uso reiterado del héroe muestra que su imagen fue clave para las representaciones del poder regio o nobiliario en la capital de la monarquía, reflejando los valores de la época mediante la figura de este Hércules hispánico.
Pero, como es Navidad, en una relación curiosa e incidental entre Hércules y estas fiestas entrañables, habría que mencionar el más emblemático de Madrid en estas fechas. Como es sabido, la inveterada costumbre hispánica (no tan antigua, pero eso sería otra historia) es celebrar la Nochevieja comiendo las doce uvas según las doce campanadas que resuenan en el reloj de la Puerta del Sol. Muchos incondicionales van a la propia plaza madrileña, que aparece en las diversas televisores mayoritarias. El reloj está en una torre situada en un emblemático edificio, la Real Casa de Correos, actual sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, que fue construido entre 1760 y 1768 por el arquitecto Jaime Marquet, sobre un proyecto anterior, y por encargo del rey Carlos III, a la sazón llamado popularmente “el mejor alcalde de Madrid”. Fue casa de correos en principio y luego ha desempeñado funciones sucesivas en la historia, como comisaría, cárcel, dirección de seguridad o dependencia principal del gobierno autonómico. En ese enorme edificio neoclásico de planta rectangular, con dos patios porticados y fachada de ladrillo y piedra, se encuentra el famoso reloj de las campanadas de Nochevieja, situado sobre el cuerpo central del edificio, construido sobre una torre principal de 1866. Pues bien, allí, sobre la entrada, hay un mascarón, obra del escultor Antonio Primo, que muestra en piedra tallada una efigie de Hércules bajo una cabeza de león y rodeado de sus patas, entre ornamentos vegetales. Los rasgos peculiares del héroe con la pelliza de león acompañan de forma curiosa a los que dirigen su mirada al reloj de la Puerta del Sol en Nochevieja. Hay muchos más ejemplos, pero valga este último para concluir el paseo navideño por Madrid de la mano de Hércules.