A lo largo de nuestra historia, España ha estado en la vanguardia de la búsqueda del Imperium, un proyecto político-filosófico que está enraizado en la más alta tradición europea. Pero no se confundan, éste no tiene nada que ver con el claramente conocido “imperio” de nuestra lengua, estrechamente vinculado con hacer de este sustantivo un adverbio: imperialismo. El Imperium no es ningún tipo de imperialismo, es más, este último tiene que ver con unas ambiciones propias del ciclo de la Modernidad y el posterior posmodernismo en el que nos encontramos. En nuestro país se le atribuye esta distinción entre imperio generador e imperio depredador al filósofo español Gustavo Bueno, una distinción que fuera de nuestras fronteras realizarían anteriormente estudiosos de las religiones comparadas como el italiano Julius Évola.
Mientras el imperialismo, alejado de la Tradición, busca el sometimiento y la subyugación de una nación-estado por encima de otra, en una búsqueda de su expansión territorial a través de conquistas militares, políticas y económicas es pos de suprimir o convertir territorios. El Imperium busca la integración de los estados políticos ya existentes y soberanos para unirlos en un proyecto armonizador; vertebrar a distintas comunidades e individuos bajo una serie de principios espirituales para ser llevados más allá de sí mismos; una organización supranacional en pos de un proyecto de civilización común.
Por ende, las 3 actualizaciones de dicho Imperium que se han dado en los ciclos de la historia han tenido a España como uno de sus indiscutibles protagonistas:
La Romanitas
Un Imperio de inspiración divina tuvo su primera aparición con el Imperio romano. Antes de la llegada al poder del primer emperador Augusto en el siglo I, la República romana necesitó de dos siglos para hacerse con la península ibérica. Alta fue la espiritualidad guerrera de la Hispania celta, y alta siguió siendo ya la nueva provincia romana, como parte de ese proyecto común con la llegada de lo mejor de la romanidad. Hispania fue esencial, convirtiéndose en uno de sus territorios más rico y siendo cuna de dos de los mayores emperadores del orbe romano durante su edad dorada que fue el siglo II D.C: Adriano y Trajano.
La Cristianitas
El proyecto resurgió en los siglos VIII-IX, promovido por la Iglesia romana, el ideal de Imperium se trasladó del Mediterráneo a Centroeuropa con la figura de Carlomagno. Tras su muerte, el Imperio Carolingio se dividirá dando lugar a la creación del Sacro Imperio Románico Germánico. Será en el siglo XIII cuando un rey castellano, Alfonso X, intentará hacerse con el título imperial por derecho de consanguineidad y hacer del reino cristiano más poderoso de la península un nuevo centro que ilumine el mundo. No obstante, y pese a sus esfuerzos como un rey universal que abarca todas las áreas del conocimiento, el Vaticano rechazó su candidatura en el contexto del conflicto güelfo-gibelino.
La Hispanitas
Por último, la actualización del Imperium tendrá lugar en España como nuevo centro iluminador en el siglo XVI. Con el emperador Carlos V, último “César de Europa” que someterá al Vaticano por no reconocer también su autoridad espiritual; y con el descubrimiento de América llevará allende la Mar Oceána la civilización hispánica. Y aunque su hijo, Felipe II, no heredó el título imperial del Sacro Imperio en el ámbito material, siguió siendo ese “Rey del mundo” que es luz del espíritu como defendería René Guenón. Un nuevo “Rey Salomón” que gobernaría un siglo de oro cultural del Imperio español marcado por la idea de la Gracia suficiente y eficiente.
Para cerrar y a modo de enriquecimiento, traemos a colación al más celebre poeta de la historia de Italia y uno de los más grandes de la literatura universal: Dante Alighieri. El florentino que vivió en el siglo XIV, defendió al bando gibelino (partidario del Emperador) por encima del bando güelfo (partidario del Papa) en la querella por las autoridades temporales y espirituales; afirmando que el emperador del Sacro Imperio no era italiano ni alemán, era romano, pues su máximo sentido espiritual era el de ser sucesor de los césares. Es decir, el de los pontifex máximus, construir a través de su figura puentes entre el cielo y la tierra.