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2 Apr 2025
2 Apr 2025
EN VIVO

La realidad en construcción

Nuestros actos, pensamientos y creaciones podrían estar contribuyendo a la solidez del universo, ayudando a que la ilusión se convierta en algo genuino

La idea de que el universo comenzó en un estado caótico y que una inteligencia superior trabaja para darle forma no es nueva. En su Timeo, Platón describió a un Demiurgo que encuentra un cosmos en desorden y lo reorganiza según principios de armonía y proporción. Sin embargo, Philip K. Dick reformula esta visión con una pregunta provocadora: ¿y si nuestro universo no solo comenzó como un caos, sino como algo no del todo real? ¿Y si Dios, por amor y caridad, está convirtiéndolo poco a poco en una realidad auténtica?

Esta hipótesis sugiere que el mundo en el que vivimos no es todavía sólido en un sentido absoluto, sino que está en un proceso de transformación. Lo que experimentamos como materia, espacio y tiempo podrían ser estructuras en transición, aproximaciones a un estado de realidad que aún no ha terminado de consolidarse. Bajo esta perspectiva, el universo no sería un hecho consumado, sino un proyecto en evolución, un lienzo en el que una inteligencia superior está trabajando lentamente para darle coherencia y solidez.

Si esto fuera cierto, muchas de nuestras percepciones podrían ser explicadas de manera diferente. La sensación de déjà vu, los sueños premonitorios, las anomalías en la física cuántica o incluso las experiencias místicas, los fenómenos paranormales y sobrenaturales podrían ser señales de que la realidad todavía no está completamente definida. La inconsistencia en los recuerdos, la sensación de que el tiempo se acelera o desacelera de forma subjetiva, o los momentos en los que la causalidad parece romperse podrían ser vestigios de un estado anterior, rastros de un mundo que todavía no ha alcanzado su versión definitiva.

En este marco, la inteligencia humana también podría ser parte del proceso de “realificación”. Quizás la capacidad de dudar, de imaginar, de soñar y de construir conocimiento no sea simplemente una ventaja evolutiva, sino una herramienta a través de la cual contribuimos a la transformación del universo en algo más sólido y coherente. La ciencia, la filosofía y la espiritualidad no serían simplemente métodos de exploración del mundo, serían mecanismos que ayudan a estabilizarlo, a darle forma.

En la mecánica cuántica, existe el concepto de la función de onda, una descripción matemática que representa todos los posibles estados de un sistema hasta que una observación (entendida como una medición) lo colapsa en un estado definido. ¿Y si la realidad misma funcionara de manera similar? ¿Y si el universo comenzó como una superposición de posibilidades, un mar de potencialidades sin una forma concreta, y la conciencia —divina y humana— está desempeñando el papel de observador (medidor), ayudando a que las probabilidades se conviertan en hechos?

De este modo, el tiempo no sería una línea fija, sino una dirección en la que la realidad está ganando estabilidad. Quizás lo que llamamos pasado tampoco haya sido completamente establecido, y lo que percibimos como historia no sea más que una de las muchas versiones tentativas que aún podrían estar reconfigurándose. Esto explicaría ciertas irregularidades en la memoria individual y colectiva, fenómenos como el “Efecto Mandela”, en el que grandes grupos de personas recuerdan eventos de manera diferente a los registros históricos, o la ilusión de la memoria compartida y el “Efecto de la cohorte”.

Si el universo comenzó como una ilusión, su progresiva transformación en algo real podría explicar también la naturaleza del sufrimiento y la imperfección. Un mundo inacabado necesariamente contendría inconsistencias, errores y fisuras en su estructura. La percepción de lo absurdo, la sensación de que la realidad es frágil o incluso cruel, podría ser consecuencia de su estado intermedio, de su transición desde lo irreal hacia lo real.

Pero esto también abre una posibilidad esperanzadora: si la realidad aún no ha alcanzado su forma definitiva, significa que el proceso sigue en marcha y que nuestra existencia tiene un propósito dentro de él. Quizás la humanidad no sea simplemente un espectador de esta transformación, sino un agente activo que puede acelerar o modificar el curso de esta evolución. Nuestros actos, pensamientos y creaciones podrían estar contribuyendo a la solidez del universo, ayudando a que la ilusión se convierta en algo genuino.

La literatura, el arte mismo podría ser considerado hiperstición. Si seguimos esta línea de pensamiento, entonces la gran pregunta no es solo qué es real, sino qué estamos haciendo para que lo sea.

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