Hasta la consagración de su matrimonio con Anne Rubenstein, una experta en psicoanálisis de orientación jungiana, Philip K. Dick acostumbraba a escribir de noche. Estamos hablando de los primeros compases de la década de los 60 que marcarían toda una época del siglo XX: «la psiquedelia». Así pues, la última novela escrita por obra y gracia de la nocturnidad dentro del corpus dickiano sería la inolvidable Tiempo Desarticulado (1959), que pasaría a conformar una suerte de díptico con la inmediatamente posterior Confesiones de un artista de mierda (escrita ya con horario de oficinista, en 1960), y que décadas después sería adaptada al cine en la extraordinaria película El show de Truman (1998), de Peter Weir.
Tal y como recogería el gran teórico de finales del siglo XX Mark Fisher, uno de los conceptos más interesantes que ha dado la filosofía en las últimas décadas es el de «hauntología», postulado por Jacques Derrida en su libro Espectros de Marx (1993). La lógica del capitalismo, como supo ver tiempo atrás Karl Marx, es la lógica del monstruo: «El capital es trabajo muerto que, al modo de los vampiros, vive solamente chupando trabajo vivo, y vive más cuando más trabajo chupa». Por eso, el primer título que Marx pensó para su Manifiesto Comunista (1848) fue «espectros», a la luz de aquello a lo que nos reduce el Capital: disociación, alienación, esquizofrenia, disforia, y represión, esto es, nos transmuta en vampiros, replicantes, ultracuerpos, zombis, aliens, cyborgs… Como parte de un gigantesco bestiario en el que el diálogo con lo muerto y, sobre todo, con lo no-muerto resulta cotidiano.
En la novela Tiempo Desarticulado, Dick parece ser particularmente consciente de esto: su protagonista despierta al hecho de que todo su mundo no es otra cosa que un gigantesco Simulacro. Se trata de una inversión del clásico cuento del «rey desnudo»: en vez de ser un despierto entre dormidos, a la manera de la caverna platónica o del Segismundo calderoniano, todos los espectros son conscientes del engaño salvo el propio sujeto protagonista. Él es el centro de la mentira: en 1998 el Complejo-Militar-Industrial-Tecnológico se vale de los poderes de Ragle Gumm para descubrir «dónde aparecerá el hombrecillo verde mañana» en lo que en apariencia es apenas un juego de entretenimiento incluido en la prensa, a la manera de los crucigramas.
La historia ideada por Dick tiene varios modelos reales que, por decirlo de alguna forma, estaban en el aire: es fruto del «terror rojo» macartista, en la vida del matemático estadounidense John Nash y su paranoia delirante, que descubre supuestas conspiraciones en el periódico; y, anticipando el futuro, es ese «cabeza de turco» llamado Lee Harvey Oswald que comprende el mecanismo de la conspiración cuando ya es demasiado tarde para salir de él… Pero si hay un modelo genuino de la historia de Dick, ese es ahistórico, puramente mítico, y lo encarna Hamlet: en la famosa escena quinta del primer acto, el protagonista de la tragedia de William Shakespeare dialoga con el fantasma de su padre asesinado. El príncipe de Dinamarca no sabe si la confesión de su padre es una certeza o un delirio; y, con esa duda, penetra en una realidad extraña, delirante, situada más allá de la historia y la ficción. El suyo es un tiempo fuera de quicio: lo propio, podemos concluir, de la propia Modernidad.
En el fondo, Tiempo Desarticulado esconde una autobiografía secreta de su autor, como ocurre con tantos otros libros de Dick, sobre todo aquellos publicados en una época tan decisiva de su vida como el tránsito hacia la década de los 60; y lo hace no sólo por el contexto de la Guerra Fría y la investigación que Dick sufrió con su esposa de entonces, Kleo, por parte del FBI, no, porque ahí había algo más: una indagación filosófica, o incluso gnóstica, por desenmascarar el tejido de la realidad hasta llegar a su esencia oculta. La realidad, a la luz de esta indagación, no es otra cosa que una utopía regida por el verdadero «Imperio que nunca dejó de existir»: aquel conformado por poderosas corporaciones multinacionales al servicio del ingobernable afán de consumo capitalista.
Cierta noche, tras una cena indigesta preparada por Kleo, Dick se introdujo en el baño a la busca de una píldora que pusiera remedio a su repentino dolor de estómago. Trató de tirar de la cuerda de la luz situada a la izquierda de la puerta, sin ser capaz de encontrarla, y Kleo acabó por preocuparse, al punto de comenzar a llamarlo por su nombre y a tocar la madera del baño desde el otro lado de la oscuridad. Dick no paraba de dar vueltas en el tenebroso cubículo, incapaz de encontrar el cordón de la luz; y entonces por fin recordó que tal cordón no existía; en realidad, sólo había un interruptor a la derecha de la puerta; pero a esas alturas ya era demasiado tarde: acababa de producirse un terremoto epistemológico en la desquiciada mente de PKD.
«Time is out of joint», pudo concluir el místico nacido en Chicago junto a una hermana melliza que apenas unas semanas después amanecería muerta. Dick acababa de entrar en un «Tiempo Desarticulado» que supuso el pistoletazo de salida para la novela homónima: una trama basada en la paranoia, en la revolucionaria idea, tanto en el campo filosófico como en el narrativo, de que el paranoico está en lo cierto y todos los demás están equivocados; o de que, en otras palabras, la paranoia está justificada porque todos los que rodean al paranoico contribuyen a alimentarla con sus mentiras. Así nació ese personaje llamado Ragle Gumm, alter-ego apenas mal disimulado de Dick, cuya principal tarea es la de adivinar «dónde aparecerá el hombrecillo verde mañana».
Como ya sucediera con su admirado Howard Philips Lovecraft, Philip K. Dick era un reaccionario en lo que a nociones políticas se refiere; por eso, tras un fallo en la Mátrix por el que Ragle Gumm escuchará unos extraños mensajes en la radio local, el protagonista deducirá que su comunidad al completo está hablando de él a sus espaldas: toda conspiración es siempre política. Como Edipo, Perceval o el propio Hamlet, iniciará un camino de autoconocimiento donde desvelar la realidad de su mundo simulado y desvelar la verdadera identidad de su yo se descubrirán como una y la misma tarea. Acaba de rasgar el «Velo de Maya»: es, a su manera, la experiencia de metanoia surgida por la extraña percepción de un cordón de la lámpara que, en el fondo, nunca ha existido.
Y es que, con el «olvido de sí» padecido por Ragle Gumm, quedaba garantizada la continuidad de la humanidad terrestre en el marco de una guerra cósmica con los habitantes de la Luna; pero ahora esa fortuita anagnórisis ha llevado al protagonista de la historia hasta el centro de su propio ser, poniendo el destino de la raza humana en riesgo; y con ello todo, todo sin excepción, ha seguido el propio curso del tiempo moderno y se ha desarticulado.