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22 Dic 2024
22 Dic 2024
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Un dolor indecible: La guerra de Troya

En la destrucción de la mítica ciudad de Troya, la valentía permanece frente a una situación de desolación total y absoluta.

Todos conocemos la historia que empezó con un rapto y que Homero detalló en la Ilíada y rememoró en la Odisea entre las aventuras de uno de sus personajes más emblemáticos: Odiseo o Ulises. Sin embargo, el relato virgiliano en boca de Eneas constituye una importancia de igual magnitud. 

Flashbacks de Troya

Cuando Dido, reina de Cartago, le pide a Eneas que cuente los acontecimientos de la caída de Troya al final del libro I de la Eneida, el héroe troyano le responde de la siguiente manera en el libro II: Infandum, regina, iubes renovare dolorem (“me ordenas, reina, renovar un dolor indecible”). Entonces, muy a su pesar, Eneas comienza con un episodio clave que hará estallar todo el conflicto bélico de nuevo: el enorme caballo de madera con guerreros griegos en su interior.

No obstante, para que la treta funcione, se necesita de un buen impostor y, en este caso, será Sinón, procedente de Argos, quien empleará sus roces con el astuto Ulises y su excelso dramatismo como método de engaño hacia los troyanos. Pese a las advertencias del sacerdote Laoconte y la profetisa Casandra, el pueblo aprobó la entrada del caballo en la ciudad, conmovido por el discurso de Sinón. Empero, los troyanos no se esperaban lo que estaba a punto de llegar…

Ardió y se armó la de Troya

Esa misma noche, mientras los troyanos dormían, Sinón abrió las compuertas de las entrañas del caballo y salieron a tropel masacrando y abriendo las puertas al resto de la formación griega que venía por mar desde la isla de Ténedos, cerca de Troya.

Por tanto, Eneas entra en acción gracias a un recurso común en la literatura clásica: el aviso de figuras divinas o familiares en los sueños. Aquí Héctor será el encargado de anunciarle cómo Troya está siendo consumida por el fuego y el saqueo de los griegos, además de indicarle los pasos a seguir y vaticinar su hado.

Al haber recibido los objetos sagrados de la ciudad de parte del sacerdote Panto, Eneas pronuncia una magnífica arenga a sus soldados sobre la consciencia de una muerte segura, terminando, pues, con la siguiente frase: Una salus victis, nullam sperare salutem (“los vencidos tienen una única salvación, no esperar ninguna salvación”).

A continuación, se suceden una serie de episodios en los que cabía la esperanza de una victoria de los troyanos, aunque ya era demasiado tarde. Son destacables dos momentos: uno, el hijo de Aquiles, Pirro o Neoptólemo, matando sin temblor a Polites, hijo de Príamo, delante de este mismo y al propio Príamo, el que fue rey de aquella ciudad en ruinas. El otro, la cólera de Eneas hacia Helena por ser la causante de este conflicto y la aparición de su madre, la diosa Venus, refrenándole en su furia y ofreciéndole su protección con el fin de salvar a su familia. Y así fue.

Tres heridas: vida, amor y muerte

En el tramo final de su historia, Eneas se dirige a su casa y carga con su padre Anquises que porta los dioses Penates de la ciudad y toma de la mano a su hijo Julo o Ascanio. Sin embargo, pierde a su esposa Creúsa en un instante de la huida, la cual en forma de espíritu le aconseja que no vuelva a por ella y continúe su camino. Finalmente, el héroe troyano acepta su destino y parte hacia tierras ignotas.

En definitiva, Eneas convivirá con tres heridas, como ya escribió el poeta oriolano Miguel Hernández, la vida de paz que le arrebató la guerra, el amor perdido de su esposa Creúsa y la muerte de tantos compañeros y de una ciudad sumida en las llamas.

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