La guerra comercial lanzada por Donald Trump ha sacudido el tablero global. Con aranceles del 34% sobre las exportaciones chinas y del 20% sobre las europeas, Estados Unidos ha forzado un movimiento estratégico inesperado: China busca ahora una alianza con la Unión Europea para evitar el aislamiento económico. Pekín parece haber enterrado sus recelos hacia Bruselas, al menos por ahora.
En palabras del presidente chino Xi Jinping, es momento de “dejar atrás los recelos”. Así lo ha dejado claro el viceministro de Comercio, Ling Ji, durante una visita a Budapest, en la que tendió la mano a Europa para “mantener un comercio multilateral basado en normas”. Los medios estatales chinos amplificaron rápidamente su mensaje: el acercamiento es real y urgente.
El contexto no deja lugar a dudas. China acaba de perder parte clave de su acceso al mercado estadounidense, su principal destino de exportaciones (14,7%), y necesita consolidar la relación con su segundo mayor socio comercial: la UE, que absorbe el 12,8% de sus ventas. El cambio de tono es tan pragmático como inevitable.
Un equilibrio delicado
Pero no todo es entusiasmo en Bruselas. Si bien China es ya el principal origen de las importaciones europeas (20% del total), abrir aún más la puerta al gigante asiático plantea amenazas serias a la industria europea, especialmente en sectores como el acero, los vehículos eléctricos o la tecnología.
El presidente francés Emmanuel Macron ha advertido de los riesgos de convertirse en el nuevo destino de productos chinos a bajo precio, mientras que fuentes diplomáticas europeas alertan sobre una posible “avalancha comercial” que afecte aún más a un sector manufacturero que ya ha perdido un 12% de su capacidad en los últimos años.
El Libro Blanco de la Defensa de la UE también recuerda que China es un socio económico clave, pero con implicaciones estratégicas preocupantes, especialmente por su opacidad en gasto militar y su modelo autoritario. La relación, por tanto, es tan necesaria como incómoda.
Sánchez busca liderar el puente con China
En medio de estas tensiones, Pedro Sánchez se perfila como el principal interlocutor europeo con China. El presidente del Gobierno viajará la próxima semana a Pekín para reunirse con Xi Jinping, en su tercer encuentro en dos años. Aunque la visita estaba planificada, adquiere ahora un nuevo valor geopolítico.
El Gobierno pretende reducir el déficit comercial con ambos países y facilitar la entrada de productos españoles mediante la eliminación de barreras técnicas, regulatorias y fitosanitarias. Sectores como el agroalimentario, farmacéutico, cosmético y ferroviario son clave en esta estrategia, así como las inversiones en baterías, coches eléctricos e hidrógeno verde.
A la vez, el acercamiento a China se produce en coordinación con la UE, que busca una “autonomía estratégica abierta” frente a EE.UU., aunque manteniendo distancia respecto a temas sensibles como derechos humanos y la guerra en Ucrania.
Sánchez busca así posicionar a España como socio estratégico en un momento de reconfiguración global, al tiempo que celebra los 20 años de la Asociación Estratégica entre ambos países. Ha anunciado además que los Reyes viajarán a Pekín en noviembre, en una señal clara de que el giro hacia Asia no es coyuntural.
La UE debe simultáneamente aprovechar las oportunidades comerciales con China y mantener una postura firme frente a los riesgos de control e influencia política. La reciente participación de buques europeos en maniobras disuasorias en el Indo-Pacífico demuestra que, a pesar de los gestos de acercamiento, Europa también mantiene activa su estrategia de contención.