La caída del régimen de Bashar al-Asad, tras décadas de dictadura, marcó un cambio histórico en Siria, pero el panorama que se vislumbra para 2025 bajo el nuevo gobierno islamista liderado por Hayat Tahrir al-Sham (HTS) está plagado de incertidumbre. Las perspectivas a largo plazo tras la toma de control del Gobierno por parte de los insurgentes islamistas revelan serios desafíos en áreas clave como la economía, política y derechos humanos, que amenazan con sumir al país en una nueva etapa de inestabilidad.
Un liderazgo cuestionado
El ascenso de HTS al poder, encabezado por Ahmed Al Shara, conocido anteriormente como Abu Mohammad al-Julani, ha suscitado preocupaciones tanto dentro como fuera de Siria. Si bien Al Shara ha prometido inclusividad y reconciliación, su historial de gobierno en Idlib, una región controlada por HTS durante siete años, revela un enfoque autoritario marcado por la represión de opositores y la imposición de su visión islamista. Aunque se ha intentado presentar al nuevo líder como un pragmático en busca de legitimidad internacional, el control centralizado y la falta de inclusión de otras facciones opositoras generan dudas sobre su capacidad para unificar el país.
El gobierno interino, liderado por Mohammad al-Bashir, enfrenta el desafío monumental de construir instituciones funcionales tras casi 14 años de guerra civil. Sin embargo, los primeros movimientos del régimen sugieren que se priorizará la consolidación del poder por encima de la reconciliación nacional. Esto pone en riesgo la estabilidad y podría provocar un resurgimiento de conflictos internos.
La sombra del extremismo
Aunque HTS ha intentado desvincularse de su pasado como filial de Al Qaeda, la organización sigue siendo designada como grupo terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y la ONU. Esto no solo dificulta el levantamiento de sanciones internacionales, sino que también genera escepticismo entre los sirios, especialmente entre las minorías religiosas y étnicas, quienes temen una nueva era de opresión bajo un gobierno islamista.
En Idlib, HTS logró una relativa estabilidad, pero a un alto costo para las libertades individuales y políticas. La aplicación de la ley islámica y la supresión de opositores han sido características definitorias de su administración. Si este modelo se extiende al resto del país, es probable que Siria experimente un retroceso en derechos humanos y libertades civiles, agravando aún más la polarización social.
El cambio de régimen en Siria tiene implicaciones significativas en el ámbito internacional. Turquía, que ha respaldado a HTS en el pasado, busca consolidar su influencia en la región mientras intenta repatriar a millones de refugiados sirios. No obstante, las tensiones entre Ankara y las fuerzas kurdas en el noreste de Siria podrían desencadenar nuevos conflictos, especialmente si Turquía decide intensificar sus operaciones militares.
Por su parte, Israel ha incrementado su vigilancia y ataques selectivos para debilitar cualquier intento de reconstrucción de la alianza entre Siria e Irán, mientras que Rusia, tras evacuar sus bases estratégicas, busca mantener su presencia militar en el Mediterráneo. La posición de Estados Unidos, con tropas aún desplegadas en el este del país, añade otra capa de complejidad, especialmente en relación con la lucha contra los remanentes del Estado Islámico.
Una economía en ruinas
La reconstrucción económica de Siria es otro desafío monumental. Más del 90 % de la población vive en la pobreza, y el sistema productivo está colapsado tras años de conflicto. A pesar de las promesas de HTS de priorizar la reconstrucción, las sanciones internacionales y la falta de legitimidad del nuevo gobierno dificultan la llegada de ayuda externa. Además, la desconfianza hacia HTS, tanto dentro como fuera del país, podría limitar severamente las inversiones y el apoyo financiero necesarios para reactivar la economía.