De forma indudable los episodios sobre el caso Sancho son otra parte más del extraño comportamiento de los medios españoles a la hora de tomar partido por un asesino y descuartizador, como si en realidad, Daniel Sancho fuera nuestro próximo candidato a Eurovision, o ya puestos a exagerar, el heredero a la Corona tras haberse comprometido con la Infanta Leonor. Porque el segundo episodio de esta saga ha sido la culminación de un ejemplo norcoreano de cómo seguir manipulando a la opinión pública, y por añadido, a la hermana y un par de amigas del despiezado, que participaron en el show más preocupadas de sus imágenes que del resultado final del episodio. Porque el resultado final volvió a ser el mismo: incluso a sabiendas de que ya tenemos sentencia, se explica muy claramente que el falso chef compró los cuchillos para cocinar mientras que dos periodistas no precisamente elegidos al azar, ponían en tela de juicio el trabajo de la policía tailandesa. Por lo tanto, ya saben de qué va a tratar el siguiente capítulo, en el que ya les adelanto yo que no se va a mencionar el dineral que Edwin donó a Daniel en vida o cómo el hoy condenado a cadena perpetua se anunciaba en páginas gays como chapero sumiso.
De todas formas, con la sentencia ya leída y sin nada nuevo que aportar, este nuevo episodio se le ha quedado viejo a la plataforma Max. Obsoleto. Por lo que o en el tercer capítulo nos sacan a Sancho desde dentro de la cárcel haciendo morritos y diciéndonos que el colombiano, aquel maldito día rebosante de casualidades y mala suerte, casi le violó, o la audiencia, que al final es la clave de todo esto, decrecerá a pasos agigantados. Porque si de otro defecto, aparte del de la manipulación constante, se le puede acusar a El caso Sancho, este es sin duda el que hayan sido los primeros en mostrar, deprisa y corriendo, algo referente al caso, lo que en realidad les ha dejado sin nada que contarnos, ya que mientras el guión de esta farsa se cerraba, el proceso seguía avanzando. Y en el capítulo menos dos –el próximo– nada nos será novedoso, salvo si Rodolfo y su séquito salieran en albornoz señalando a Ospina como el vendedor de cuchillos.
En el plano audiovisual queda claro que los responsables son unos buenos profesionales: la edición y el resultado final, visualmente hablando, roza el notable. Pero si nos centramos en el contenido, en el mensaje que nuevamente se ha querido enviar, nuestro hígado vuelve a ser pateado desde cuatro direcciones distintas. Porque si fuéramos honestos, deberíamos haber dejado todos de ver este segundo capítulo cuando al inicio del mismo se muestra en una oficina tan amplia como de diseño, a Rodolfo Sancho –sí, al padre– dirigiendo a Carmen Balfagón y Ramón Chippirrás -sí, sus abogados– en lo que se supone que sería un informe a presentar al juez. Sí, como lo han oído: el padre solucionando los detalles penales mientras los abogados asienten. Sólo por este detalle, inmenso en su podredumbre, el episodio debería ser apto para menores de edad. Que yo a la vez que pixelaron los trozos del cuerpo de Edwin que fueron apareciendo en el vertedero y en la playa de Haad Salad habría hecho lo mismo con las caras de estos tres. Y lo de caras lo digo en la máxima amplitud del término.
Debí de ser el primero en contar que la policía tailandesa es corrupta. Lo hice cuando el juicio acontecía y para las páginas de La Razón. Allí dije algo así como: aunque la policía tailandesa se corrompa, siempre suele hacerlo para casos muy menores, normalmente con todo lo que tiene que ver con el menudeo de droga, donde pillan a uno de Albacete comprando medio gramo de cocaína en el Nana, y antes de enchironarlo, lo estafan acercándole a algunos de los cajeros automáticos más cercanos. Pero no ha existido en la historia de Tailandia el caso de un blanco con pintas de modelo de pasarela al que la policía le haya endosado un muerto sin haber sido él. Y que, no lo olvidemos, Daniel preparó el macabro suceso, copado de unas mutilaciones horrendas, y que tras tratar de denunciar la desaparición de Edwin en la comisaría de Koh Phangan –ojo al dato, como diría aquel– acabó reconociendo que él era la persona que estaban buscando. Y todo lo demás, es la dantesca mentira en la que ya no sólo se basan periodistas de platós diversos, sino hasta hombrecitos hechos y derechos que aparentemente nada tenían que ver con el circo. ¿O sí tenían que ver?
Que la policía te diga, «confiesa rápido que en un año estarás en España» y que tú confieses, primero, no quiere decir que no asesinaras y descuartizaras, y segundo, tampoco asegura que la policía utilizara esa treta. ¿O también el niño grande se habría autoinculpado del atentado de las Torres Gemelas si le hubieran prometido dos cenas copiosas y bien regadas en los restaurantes del mundo que él eligiera?
Es una lástima que antes, durante y después del caso Segarra –hace ocho años otro español organizaba el asesinato y descuartizamiento en Tailandia de otra persona; ¿les suena, verdad?– ninguno de los que ahora chapotean en la indignidad –y les hablo, claro está, de las divas de los platós, de los periodistas que van de serios, de las plataformas audiovisuales– invirtieran un sólo minuto de sus vidas en tratar de, como mínimo, decir algo al respecto. Porque con este caso ha quedado claro que en Tailandia, al menos, matar y descuartizar interesa según quién sea el padre del asesino y cómo se proyecte la presunta belleza del carnicero que creía ser chef.
Pero volvamos al episodio circense. Para amortiguar las críticas, decidieron que la hermana del masacrado, un par de amigas y Juango Ospina, abogado de la familia, debían participar. Y claro, ellos debieron pensar que la meta ya estaba alcanzada cuando ha sido exactamente todo lo contrario: les han invitado a intervenir para que así parezca que en Cuarzo Producciones se hacen las cosas bien, dando la posibilidad de expresarse a todos, cuando el péndulo informativo del true crime sigue maniatado por el padre que lo utiliza a su antojo. O sea, que la cuestión no era poder participar en esta serie, sino haberles obligado a cambiar el mensaje de un subproducto que sin ningún tipo de rubor calumnia a un descuartizado y da abrigo a un descuartizador.
Y sí, lo siento mucho por mis hermanos hispanos, pero Colombia no ha estado a la altura en este caso. Han llegado a todo tarde y mal. Para empezar, no recuerdo haber visto un solo día durante el juicio a ningún representante diplomático colombiano cuando ostentan una embajada en Bangkok. Terrible. Además, Ospina creo que debería haber asesorado mejor tanto a Darling como a las amigas de Edwin antes de participar en ese subproducto que apesta a asesino confeso redimido. Pero hay más. He escuchado que ahora se plantea la posibilidad de denunciar a Rodolfo y a su equipo de abogados por la compra de un testigo protegido. Ahora. ¿Y por qué no antes, para que la información hubiera llegado a oídos del presidente del tribunal que juzgaba el caso en Koh Samui? Y termino, aunque podría seguir, con la sinrazón de que aún no haya recibido un sólo duro la familia de Arrieta cuando ya ha quedado claro, por parte de Carmen Balfagón, que Rodolfo Sancho, el actor que se interpreta a sí mismo en estos dos capítulos, ha cobrado por parte de Cuarzo Producciones, cuando ya se sabe que los que han recibido parte de ese dinero han sido: Nilson, la madre venezolana que debía decir que Edwin trató de violar a su hijo de seis años, y muy posiblemente Alice Tassanapan además de Dimitri. Ah, y las compañías aéreas que con este trajín de idas y venidas han visto cómo en varias ocasiones se compraron billetes ida y vuelta en clases preferentes. Porque si la cárcel en Tailandia es algo extremadamente inhumano, su antítesis, sin duda, es viajar en primera clase. Que siempre hubo clases.
Y para que esta crítica sea también constructiva, voy a decirles a los familiares y cercanos de Edwin cómo tendrían que negociar si vuelven a ser requeridos por Cuarzo Producciones. Y es muy fácil. Solo tienen que hacer como Rodolfo Sancho tiene estipulado en su contrato: no aceptar el cierre de ningún episodio hasta que ellos estén completamente de acuerdo con su contenido. O dicho de otro modo: si hubieran tenido la última palabra jamás habrían aparecido aquellos dos periodistas insinuando que la policía tailandesa ha mentido como Rodolfo Sancho no podría haber ejercido tal pariré, incluyendo la bazofia final, que ha sido reconocer que su hijo compró los cuchillos para grabar recetas que incluiría en su amateur canal de cocina que hasta que este caso salió a la luz tenía alrededor de cuatrocientos suscriptores y solo siete videos. Porque desde aquí reto a Rodolfo: ¿serías capaz de mostrar al juez, si la compañía telefónica o de WhatsApp lo consiguiera, la llamada que te hizo tu hijo nada más ser oficialmente detenido tras haber reconocido los hechos? No, ya te digo yo que no serías capaz. Porque lo de que iba a cocinar fue un invento, como tantos otros que se fueron añadiendo sobre la marcha a este cuento de nunca acabar y que hoy, gracias a Max y las televisiones, millones de personas creen que fue así, aunque afortunadamente no los cinco jueces tailandeses que milimétricamente leyeron la sentencia que, no lo olviden, era de pena de muerte la cual fue conmutada justamente porque Daniel reconoció los hechos y ayudó a los agentes a buscar los trozos de Edwin que él previamente diseminó.
Y como indica el título de este análisis, tras el episodio cero, no ha llegado el uno, sino el episodio menos uno. Que ya estamos ansiosos por la emisión del menos dos, a ver hasta dónde caen esta vez en el intento persistente de blanquear a un psicópata de tomo y lomo que veremos a ver cómo sale del penal de máxima de Surat Thani, donde ahora sí, va a comprender que la maldad extrema asociada a los hechos delictivos acarrean consecuencias fatales.
1 comentario en “El caso Sancho: Episodio-1 «El blanqueamiento»”
Una vez más Joaquín Campos expresa en este artículo la realidad del caso y el blanqueamiento asqueroso de las TVs .
Y por desgracia seguirán así porque da audiencia .
Y ya está bien de llamar “ chef “ a un asesino descuartizador que ni es chef ni nada